II. NICOLÁS MAQUIAVELO Y SU LEGADO (2/4)
No cabe duda de que los auténticos herederos de su legado, los albaceas testamentarios de sus ideas, textos y doctrinas, y los responsables, en fin, de las variadas (e inconciliables, a veces) imágenes y máscaras que del florentino se han ido proyectando en el caleidoscopio de la historia, se identifican con los protagonistas de los distintos momentos de la recepción y hermenéutica de su obra, a lo largo y ancho de la Modernidad. Según los expertos, cuatro han sido básicamente “los grandes momentos” de la recepción de sus textos y doctrinas (1): el primer momento, que comprende el final del Renacimiento hasta el Despotismo Ilustrado, estaría determinado por el contexto de la construcción o formación del Estado moderno. En este momento, Maquiavelo será interpretado como el teórico del Absolutismo político, del Príncipe moderno y de la doctrina de la razón de Estado, que alcanzará su plena realización con las obras de sus continuadores Jean Bodino (con “Los seis libros de la república”, de 1576) y Thomas Hobbes (con su “Leviatán”, de 1651).
El segundo momento, transcurre a lo largo de la segunda mitad del XVII y XVIII (entre el Barroco y parte de la Ilustración) — el investigado específicamente por John Pocock en su clásica obra — presentará a Maquiavelo como teórico del republicanismo antiguo, y su influencia se transmitirá a través de James Harrington (Oceana) hasta incluso los Padres Fundadores de los EE. UU. Tendrá como adalides a Alberico Gentile, Spinoza y Rousseau. Benito Spinoza en su Tratado Político, se refiere a él como “agudísimo y sutilísimo Maquiavelo”, apuntando ya una idea o interpretación de Maquiavelo como favorable al pueblo y, más allá de las apariencias, opuesto, en realidad, a toda tiranía. Su Príncipe habría sido un tratado político de “advertencia al pueblo contra los tiranos” (una forma de “poner en guardia” a los pueblos desenmascarando la forma de gobernar de los gobernantes absolutos). Juan Jacobo Rousseau, en el XVIII, retomará la interpretación de Alberico Gentile y la de Spinoza, advirtiendo a sus lectores del “Contrato social” que Maquiavelo “simulando dar consejos a los reyes, en realidad da grandes lecciones a los pueblos”. Interpretación con la que también coincidirá Diderot al decir: “El Príncipe es una sátira [contra la tiranía] que se ha tomado por un elogio”.
El tercer momento de la recepción maquiaveliana, como han señalado Roberto R. Aramayo y José Luis Villacañas, se desarrollará a partir del Romanticismo nacionalista italiano del Risorgimento, último tercio del XIX, cuyos inspiradores y poetas italianos Hugo Fóscolo, Vittorio Alfieri exaltarán a Maquiavelo como héroe nacional y concluirá con las unificaciones nacionales italiana (1871) del conde de Cavour y de Giuseppe Garibaldi, y alemana del canciller Otto Von Bismark (1871), en la que uno de sus más destacados ideólogos, Heinrich Von Treitschke (2), inspirándose asimismo en Maquiavelo, llegará a afirmar este principio tan caro al viejo pensador florentino: “La esencia del Estado es en primer lugar el poder, en segundo lugar el poder y en tercer lugar el poder”. Los idealistas alemanes, Fichte, con su obra En qué medida la Política de Maquiavelo puede aplicarse a otros tiempos, y Hegel, en su Filosofía del derecho, habrían interpretado asimismo varios decenios antes a Maquiavelo en clave nacionalista, como heraldo y teórico de la Nación que proclama un Estado fuerte y un héroe o genio político que intervenga y actúe con determinación y firmeza —“la gangrena no se cura con agua de lavanda”— para lograr instaurar un nuevo Estado y/o la conservación y engrandecimiento de la nación.
El cuarto momento, en fin, de esta recepción de las doctrinas de Maquiavelo vendría representado por aquellos que interpretaron sus textos en clave ontológico-voluntarista como teórico del Poder-Fuerza, entendido como estructura de la subjetividad, como una dimensión particular de la naturaleza del propio sujeto humano. En este sentido, será Friedrich Nietzsche, quien establezca como filósofo lo que Maquiavelo trató de instituir como estadista unos cuatrocientos años antes: la exaltación de la fuerza, y de la voluntad como esencia del poder (“Wille zur Macht”). Idea recogida poco después por el Positivismo jurídico, que tratará de fundamentar la legitimidad del Estado para imponer cualesquiera leyes en esa “voluntad de poder”: no habiendo más leyes legítimas en consecuencia que las que emanan del Estado, ni más derechos que los que él reconoce como tales. De ahí al Prinzip Führer del jurista e ideólogo nazi Carl Schmitt (3) (desgraciadamente tan de moda en algunas formaciones de la izquierda actual) no habrá más que un pequeño paso.
Por su parte, y en las antípodas ideológicas del hitlerismo, un filósofo comunista italiano, Antonio Gramsci, en sus “Notas sobre Maquiavelo” postulará finalmente que “el Partido comunista es la versión moderna del Príncipe de Maquiavelo”, confirmado así la tesis defendida por los teóricos españoles antes aludidos de que la expresión política más precisa de esta lectura maquiaveliana del poder serán los Estados totalitarios del siglo XX: el Estado-partido estaliniano y el Estado-fuerza nazi.
————————–
Pues bien, esta fecundísima herencia teórica y práctica de “El Príncipe” de Maquiavelo no sería coherentemente entendida si la aislamos del resto de su obra teórica, en la que brilla con luz propia sus famosos “Discorsi sopra la Prima Deca de Tito Livio” (escrita entre 1513 y 1517, aunque publicada en 1531), ya que todas las consideraciones vertidas por Maquiavelo sobre el poder en los Estados en este opúsculo se enmarcan e integran, sin solución de continuidad, en ellos.
Recordemos que “Il Principe” fue una obra breve, coyuntural, oportunista y de circunstancias. Escrita en unos cinco o seis meses, entre julio y diciembre de 1513, en su quinta campestre del Albergaccio, donde Maquiavelo, caído en desgracia ante los Médici, se encuentra confinado. Por su correspondencia, conocemos cumplidamente la ocasión y la motivación última que determinaron la realización de su famoso opúsculo. La ocasión desencadenante, el estímulo circunstancial de su elaboración, fueron los “rumores”, llegados a su conocimiento, de que el Papa León X (Giovanni de Médici) proyectaba crear un Estado para la Iglesia con administración centralizada en la parte meridional del valle del Po (Parma, Módena, Regio, Piacenza) y la Romagna, con la intención de que, bajo la dirección de los Médicis de Florencia, tratase de unificar los territorios del centro de Italia. Coaligada con la dinastía Médici (Giuliano de Médici, 1513-1516), la Iglesia, hasta ese momento opuesta a la unificación italiana, podría ahora liderar esa patriótica empresa con presumible éxito.
Al conocer el proyecto, Maquiavelo interrumpe su ya iniciado “Comentario” a las “Décadas” de Tito Livio (4), que en su intención debería ser su obra más ambiciosa y definitiva, y se dispone a escribir de corrido, de una vez, ese pequeño tratado u opúsculo, “Il Principe”, que sirviese de guía a tan anhelada y necesaria empresa de unificación italiana. En efecto, el 10 de diciembre de 1513 lo anuncia así en su famosísima carta al embajador florentino ante la Santa Sede, Francesco Vettori, informándole de la intención de su proyecto y de las circunstancias que le llevan a redactarlo, y haciéndole saber, al mismo tiempo, sus dudas o vacilaciones acerca del título que debería ponerle: De Principatibus, De Principati o, simplemente, De Principe (5).
Ahora bien, si ésa fue la “ocasión” inmediata, la motivación, el objetivo o impulso de la obra (con independencia de sus perentorios deseos de rehabilitación política ante los Médici y de sus ambiciones de promoción personal, que también contaron para ello) fueron fundamentalmente de índole patriótica: impedir la definitiva ruina y hundimiento de su patria florentina e italiana -secularmente irredenta, debilitada, invadida y desunida permanentemente- ante las potencias extranjeras (Francia o España: los “barbari”) que ambicionaban conquistarla y someterla a sus dominios. Ante tal situación de emergencia, Maquiavelo no abrigaba otra esperanza que el advenimiento de un héroe libertador, de un líder o caudillo salvador de la patria que asumiera y emprendiera la urgente empresa de unificación italiana bajo un Estado nacional, fuerte e integrado. De ahí que dedicara su opúsculo sucesivamente a Giuliano y, tras su muerte en 1516, a su heredero Lorenzo de Medici, duque de Urbino y nieto de Lorenzo el Magnífico. Esta motivación patriótica y nacionalista constituye, pues, “la clave” para una correcta interpretación de esta célebre obra y para su adecuada integración en la totalidad de su doctrina y de su pensamiento político. De su apasionante y complejo contenido tendremos oportunidad de analizarlo en otra ocasión.
BIBLIOGRAFIA Y NOTAS
1) Cfr. La herencia de Maquiavelo, recopilación. de Roberto R. Aramayo y J. L. Villacañas, FCE, México, 1999. Véanse, sobre todo, el clásico de J. G. H. Pocock, El momento Maquiavelo, I. E. P., Madrid, 1964; y los de Isaiah Berlin, Contra la corriente, F. C. E. México, 1986 y de F. Meinecke, La idea de la razón de estado en la edad moderna, I. E. P., Madrid, 1959.
2) Su obra “La política” (1897) sería el evangelio “völkisch” (ultranacionalista) de los jóvenes nacionalistas alemanes del 14.
3) Autor de “La Dictadura”, en la que expone las bases doctrinales y jurídicas del Estado nazi, para quien “la potestas es el origen de toda legitimación política y fuente del derecho”.
4) Precisamente se encontraba redactando el capítulo XVIII del Primer Discurso, cuya temática era como indica su título “De qué modo en las ciudades corrompidas se puede mantener un estado libre si existe o establecerlo si no existe”. Lo cual nos indica que los Discorsi constituyen el marco teórico ineludible e imprescindible para entender adecuadamente la significación más profunda de El Príncipe, cuyo referente es en una situación política de excepción.
5) Hay que señalar que la obra está escrita en lengua vulgar (toscano), no en latín como era usual para escritos de este género. Consta de un Preámbulo o dedicatoria preliminar y de 26 capítulos precedidos de un epígrafe en latín y trabados con una férrea concatenación lógica.
Ver más artículos de
Catedrático de Filosofía
y las Reflexiones…. anteriores