III. LA POLÍTICA Y LOS PODERES DE LA FORTUNA
La Fortuna es una de las nociones o elementos fundamentales que hay que tener en cuenta en el juego de la vida, de la historia y de la política, según Maquivelo; las otras dos nociones serían la Necessita y la Virtu. La Fortuna —«Dios y la Fortuna», que es la expresión o fórmula que Maquiavelo utiliza, pero sin ninguna connotación religiosa, como frase hecha— interviene e irrumpe de improviso en el curso de la vida para deshacer, desbaratar las previsiones mejor hechas, las más sólidas, los «cálculos» o «planes» mejor trazados y urdidos. Nada tiene que ver: ni con la «Providencia» cristiana; ni tampoco con el “Destino”» (Ananké o Tyché) de los griegos, que eliminan, respectivamente, la libertad y el mérito, en un caso; y la posibilidad de superarla o de liberarse de ella, en el otro. Más bien está emparentada con el concepto romano originario, que se convierte en el Renacimiento en un tópico literario y teórico-político, y que fue utilizado habitualmente por moralistas e historiadores romanos de la época clásica, como Tito Livio, Cicerón.
Se trata de un concepto que viene a designar o denotar: en primer lugar, el residuo o margen de aleatoriedad, azar, casualidad, absurdo e irracionalidad con que a veces topamos o nos encontramos en la vida o en la historia; y, en segundo término, las condiciones fácticas que de manera imprevista se nos imponen y a las que hay que adaptarse de alguna manera, ya que no dependen de nuestra voluntad ni las podemos elegir. La Fortuna, en este sentido, puede ser, no obstante, mala, adversa y nefasta o buena, favorable y propicia, aunque suele ser “buena Diosa para los fuertes”. Al tema de la “Fortuna” dedica Maquiavelo numerosas páginas y referencias, tanto en los Discorsi (Iº. cp.1º, IIº, cp.29 y IIIº, cp.9), como en Il Príncipe. Pero es sobre todo en el capítulo XXV de esta última obra, cuyo título es “En qué medida están sometidos a la fortuna los asuntos humanos y de qué forma se le ha de hacer frente” (“Quantum fortuna in rebus humanis possit, et quomo do illis sit occurrendum”), en donde aborda y articula el tema de una manera más precisa y detenida, formalmente casi de un modo “dialéctico”. Veámoslo de esa manera:
a) Tesis: Tras recordar Maquiavelo la opinión común y mayoritaria de que “las cosas del mundo están gobernadas por la fortuna y por Dios” y que, por lo tanto, «no hay motivo alguno para esforzarse demasiado en las cosas, sino más bien para dejar que las gobierne el azar” (en una actitud de puro e inexorable «fatalismo»), va a pasar a matizar y rectificar en parte esa opinión formulando su “antítesis”.
b) Antítesis: Sin embargo existe una fuerza contrapunto de esa “Fortuna” y dialécticamente opuesta a ella, que es la «Virtú«, que no sólo salvaguarda la libertad o libre arbitrio humano, sino que puede contrarrestar los efectos o designios de aquella. El «fatalismo» radical de la «tesis» parece, pues, cuestionado o matizado, si no superado, por una especie de «voluntarismo Individualista» representado por la «Virtú» del Príncipe o del Hombre superior, que puede, en cierta medida, domeñarla o dominarla con su resuelta decisión, con su energía y firme resolución y, incluso, ponerla a su servicio.
“La Fortuna -escribe con brutal misoginia– es mujer y es necesario, si se quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla […]. Por eso siempre es, como mujer, amiga de los jóvenes, porque éstos son menos precavidos y sin tantos miramientos, más fieros y la dominan con más audacia” (El Príncipe, p. 120).
c) Síntesis: La solución a este conflicto o contradicción entre la «tesis» y la «antítesis», vendrá dada, con el recurso a un símil eficaz y persuasivo: Maquiavelo compara la Fortuna “a uno de esos ríos torrenciales que, cuando se enfurecen, inundan los campos, tiran abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en aquella otra”. Es decir: la Fortuna es presentada como una «fuerza» externa poderosísima que actúa sobre nosotros y sobre nuestras cosas con terrible y formidable violencia, desbordada, imparable, incontenible, arrolladora. Sin embargo, reconoce que:
“Aunque su naturaleza sea esta, eso no quita, sin embargo, que los hombres, cuando los tiempos estén tranquilos, no puedan tomar precauciones mediante diques y espigones de forma que en crecidas posteriores o discurrirían por un canal o su ímpetu ya no sería ni tan salvaje ni tan perjudicial” (El Príncipe, p. 17).
Para Maquiavelo la Fortuna solo muestra su poder omnímodo “cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los espigones y los diques para contenerla” (Idem). Es decir, es posible un cierto control, previsión y dominio de la Fortuna por parte del hombre si se toman las debidas y pertinentes precauciones y/o medidas técnicas para evitar, controlar o apaciguar sus efectos destructivos si los hubiere: diques, que frenen sus arremetidas; canales, que encaucen sus aguas; pantanos que las remansen. La Fortuna proporciona así la ocasión para que se manifieste la Virtú, esto es la capacidad, la fuerza-energía, el conocimiento técnico, encargada de actuar en esos momentos; el único instrumento eficaz para refrenar sus acometidas, su ímpetu desbordado.
Pero ¿cómo actúa la Virtú?: Según el sabio y experimentado Secretario de la Cancillería de la República de Florencia de dos maneras o formas de proceder que conviven en difícil armonía, esto es, mediante dos salidas diferentes en función de las diversas circunstancias que puedan darse, según la distinta condición de los tiempos (1) , pero que tienen en común el ser ambas hiperactivas (2) : En primer lugar, mediante un hiperactivismo “vitalista”: esto es, con ímpetu, fiereza y firmeza; con una actitud voluntarista, viril, resuelta y decidida, con un talante enérgico y audaz; no rindiéndose a la pasividad, no arredrándose ante las dificultades ni, incluso, ante las circunstancias más adversas… y aunque se tenga la convicción de que la lucha está perdida de antemano… como si se tratara de una mujer ante la que es mejor ser despótico, fiero y audaz que precavido. Es la respuesta en Il Príncipe, XXV: comporta una actitud arrogante de enfrentamiento agonístico contra la Fortuna antagonista. “La buena fortuna es compañera del valor”. La fortuna, como la mujer, es para los que no desfallecen, para los audaces e impetuosos: “audaces fortuna iuvat”, dice el viejo adagio latino que Maquiavelo asume aquí, como antes señalamos.
Y, en segundo lugar, mediante un hiperactivismo “normativista y estratégico”: es decir, con una disposición más previsora, precavida y cauta que exigiría educación, conocimiento técnico-instrumental y aprendizaje y que comportaría: a) la previsión de incluir en nuestros planes y proyectos la posibilidad del azar o de la fortuna como un factor importante a tener en cuenta al elaborarlos, como una variable que puede incidir en nuestra vida y determinar o variar nuestros planes y nuestra acción futura y b) una actitud o talante más flexible de adaptación, atemperándose a ella, como el junco se inclina y dobla ante el viento o la veleta se acomoda al giro de los vientos; siendo conscientes de que “si se cambiase de naturaleza de acuerdo con los tiempos y las cosas nunca cambiaría la Fortuna”. Y también de que “los hombres pueden secundar a la Fortuna, pero no oponerse a ella, pueden tejer sus redes pero no romperlas”. Pero, eso sí, sin abandonarse nunca, sin perder la esperanza ya que la Fortuna “emplea caminos oblicuos y desconocidos” y “siempre hay esperanza” de que nos sea propicia, en un cambio repentino. Es la salida o respuesta de Discorsi, II, 29.
Aquí el acento se desplaza a la “lucha contra uno mismo” para evitar el abandonar o rendirse: sean cuales sean las circunstancias adversas nunca debemos ceder, nunca debemos rendirnos, porque siempre podemos luchar y, al hacerlo, siempre seremos más “nosotros mismos” que si abandonamos. Como dice Maquiavelo, citando a Boccaccio, “es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse igualmente«. En eso consistiría, para Maquiavelo, la Virtú en la conjunción armónica de ambas tendencias/cualidades del Príncipe virtuoso o del Político (su fuerza, energía y audacia y también, al mismo tiempo, su actitud previsora, su preparación, intuición, flexibilidad y dominio de sí mismo). Parece como si Maquiavelo nos estuviera diciendo: que “cada uno se labra su propia Fortuna”, que es “fruto de la propia acción humana” y que hay que ganársela, haciendo de la necesidad “virtud”. Nada, pues, de la pasividad estoico/oriental —casi taoísta— que refleja, permítasenos esta referencia algo chauvinista, esta sabia copla andaluza: «Sentaito en la escalera / esperando el porvenir / y el por-venir que no llega». Y esta sería la dimensión trágica de la Política, y de la propia existencia humana, que implica en situaciones críticas un determinado riesgo, además de la convicción de que no hay garantías de éxito en nuestras empresas, pero que, a pesar de todo y por encima de todo, exige actuar o intentarlo por lo menos. Sólo así, concluye Maquiavelo, “puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control”.
Prever con sagacidad y conocimiento los tiempos y acontecimientos catastróficos que pudieran sobrevenir con peligro para su Estado y su pueblo y tener la firme decisión de enfrentarlos con coraje, ímpetu y firme determinación cuando amenacen producirse, o cuando se produzcan, son las dos principales cualidades que, como acabamos de ver, ha de tener un buen “príncipe” o gobernante. Convendría que los políticos y gobernantes actuales leyeran y tuvieran conocimiento de libros y autores tan sabios e insuperables desde el punto de vista de la buena gobernanza —al menos en sus aspectos técnicos, que no éticos— como el sabio, enigmático y siempre fascinante pensador que fue el florentino Nicolás de Maquiavelo.
BIBLIOGRAFÍA y NOTAS
1) “Porque se puede apreciar que los hombres proceden de distinta manera para alcanzar el fin que cada uno se ha propuesto, esto es, gloria y riquezas, uno actúa con precaución, el otro con astucia: el uno con paciencia, el otro al revés; y a pesar de estos diversos procedimientos todos pueden alcanzar su propósito” (Idem).
2) Cf. Rafael del Águila, “Maquiavelo y la teoría política Renacentista”, en Fernando Vallespín ed., Alianza Editorial, Historia de (2) la Teoría Política, Madrid, 1990, pp. 115-126; y Rafael del Águila y Sandra Chaparro, La república de Maquiavelo, cap. IX “Virtú contra Fortuna”, Tecnos, Madrid, 2005, pp. 187-213.
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