El filólogo natural de Alcalá la Real (Jaén), Tomás Hernández Molina, ganador del XXVI Premio Internacional de Poesía Antonio Machado de Baeza, 2022) presenta en la Biblioteca de Andalucía el poemario El esfuerzo del copista (Ediciones Hiperión). En el acto, previsto a las 19:30 horas del jueves, 9 de febrero, el autor estará acompañado por el profesor de Enseñanza Secundaria de Lengua Castellana y Literatura, José Ignacio Fernández Dougnac. Con tal motivo el poeta José María Cotarelo nos ha hecho llegar el siguiente artículo:
El esfuerzo del copista
«La poesía de Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real, 1946) es una revelación, una suerte de camino iniciático por donde transitar para llegar al más hondo significado de su quehacer poético. Esta nueva obra suya, publicada por Poesía Hiperión, viene avalada por el XXVI Premio Internacional de Poesía “Antonio Machado en Baeza”. Hernández cuenta además con un gran número de obras mayoritariamente poéticas publicadas en varias firmas editoriales, ostentando, entre otros, los premios Ciudad de Zaragoza, Manuel Alcántara, Jaén, Antonio Oliver Belmás, Ciudad de Pamplona, Ciudad de Salamanca y el del aguilarense y recordado Vicente Núñez.
Las páginas de este libro son un todo de conocimiento, de fuerza expresiva que comunica con el lector hasta sus raíces poéticas consiguiendo germinar imágenes ora filosóficas, ora místicas y ante todo, de respuesta a las grandes preguntas y respuestas que el poeta parece hacerse y responderse. Estamos ante un poeta legítimo, como diría Álvaro Salvador. La senda poética de Hernández es amplia y se manifiesta en el polvo, en la tierra misma de cada palabra, como un pensamiento que no renuncia al rigor de la reflexión, de la filosofía, pero, sobre todo, al de la más pura poesía. “En soledad se aprende y necesita / la desnudez del viento, la extrañeza, / que es en tu boca música / y sólo a ti te habla en su secreto aire”.
Nada parece arbitrario sino arduamente trabajado para producir el goce de su propia belleza, que se adentra en el espejo de la razón y de la estética hernandiana, pero también en el del corazón y de la comprensión del ser, “Pero, en verdad, ahí sucede todo, / el espacio minúsculo que ocupa el ser humano, / cuando aún no es la nada, pero ya está en nosotros”.
Son poemas que te rozan, que te impregnan, indagan entre nuestros anhelos, nuestras dolencias, nuestra percepción ética y desmontan por momentos nuestros sentires. Tomás desciende al abismo de la palabra para hacerla resurgir de sus cenizas con la poderosa fuerza creadora del poeta que es. Él es consciente de que la poesía es el más alto peldaño del conocimiento. Tomás Hernández no va hacia la poesía; viene de ella, trayendo entre sus brazos un próvido ramo de flores silvestres que esparce milimétricamente ante nuestra mirada absorta en ese inmenso jardín de belleza que constituyen las páginas de “El esfuerzo del copista”. Acaso una de las más generosas funciones de la poesía sea repartir esa inteligencia sustancial armónicamente por medio del lúcido esplendor de las palabras y que ese reparto sea generador de magnificencia, de sentimientos, de nuevos pensamientos, que nos acerquen un poco más hacia la luz, a la razón, de la que tan necesitada anda este viejo mundo.
Los versos de Tomás Hernández impactan de súbito. No es la poesía del dolor, ni la de la desheredad; es la poesía del saber destilada gota a gota, que genera la pasión, la de la esencia del ser humano; aquello que queda después del yo. Poesía pues reflexiva de un modo radical que establece sus pautas, sus tiempos, sus ritmos para tratar de encontrar el centro de su propia identidad. “Transparentan las ramas de los pinos / el oro de la lluvia, como una estrella nueva / que empezara a nacer y se estremece. / Altar de luz fue el árbol / y bailamos desnudos a los pies de los dioses”. A Tomás le ocurre como a los pintores que crean un estilo propio; se reconoce su obra sin necesidad de ver la rúbrica del autor. La firma de Hernández sostiene en el abismo a la palabra. Palabra, como ya hemos dicho, germinadora, sustancial, operante. Ya la contraportada nos advierte que “El esfuerzo del copista” desarrolla una idea de George Steiner y es un homenaje a todos los que con sus obras nos enseñaron a pensar”.
Por la savia arriba del poemario van creciendo ramas, flores, frutos. Pero hay un tronco común que va repartiendo por las entrañas del poema, la generosa sapiencia del autor, su verdadera esencia de ser que transita el mundo para hacerlo, hacerse mejor. “Que había un dios soberbio y compasivo / y que sería la eternidad la sola /admiración de la belleza de su rostro / y en esa luz cegado jamás vendrá la muerte”.
Es en la profundidad de la poesía donde se halla el amor, encontrado en el centro de las palabras, en su palpitar acompasado, hecho música, manifestación de la pureza, de la divinidad. “Aún persigue mis sueños la nostalgia / de su sombra y sus manos; por la aurora juro / que no entonarás más esta canción amarga”.
En una relectura del poemario advertimos la necesidad del poeta del encuentro con “el otro”, de unión con ese “otro” y con el universo; ese universo envolvente configurado como experiencia propia amorosa y mística, entendida esta como evolución personal del hombre que habita al poeta para volverse al fin, ceniza, silencio. “Empapadas en vino mis cenizas / a la tierra devuelve lo que es suyo, / en un campo de vides, a la sombra / sagrada del olivo” pues él sabe “Vivir en el mirar más sosegado / y ser en la mirada esencia y fin, / el nacer de los días, la despedida, / el dulce recogerse hacia la nada / y ser, en la costumbre, otro silencio”.
José María Cotarelo
Asturias,
escritor y poeta