De cómo resulta imprescindible que los niños forjen su propio criterio a partir de sus experiencias sensoriales. ¡Aunque cometan errores de bulto!
Nos encontramos en la Serranía de Ronda (Málaga). Hoy, 15 de febrero de 2023, hemos comenzado la caminata con un grupo de 4º de Primaria, cantando al unísono una de esas retahílas que los niños repiten una y otra vez, sin cansarse:
“Un hombre se subió al monte;
veréis lo que allí vio:
allí había otro monte
igual que el anterior”.
Se trata de un ejercicio colectivo para, con alegría y a pleno pulmón, ir cogiendo el tono sensorial y didáctico apropiado.
Nuestra intención esta mañana ha sido la de medir la velocidad a la que, al menos aparentemente, gira el Sol alrededor de la Tierra. La cuestión surgió unos días antes cuando, también caminando, unas alumnas, Clara y Mar, habían iniciado una acalorada disputa sobre quién se movía: si el sol alrededor de la tierra o la tierra alrededor del sol.
Oídas las razones esgrimidas, se votó por mayoría que la teoría de Clara “alias La Ptolomea” (la apodé con su permiso) era más evidente y visual que la de Mar “La Copernicana”. Aparentemente, el sol era el que se movía alrededor de la Tierra. Ahora hacía falta saber a qué velocidad se movía. Hubo intentos por parte de alguno de sacar el móvil y preguntárselo al Chat GPT. Pero nos pusimos de acuerdo en no acudir a otras fuentes informativas que no fueran nuestras propias observaciones. Dicho de otro modo: nos fiaríamos únicamente de lo que nos indicaran nuestros sentidos y averiguaciones.
Y este era el momento de avanzar en la cuestión, llevando a cabo nuestras propias anotaciones comprobatorias.
Debajo del puente que cruza el río Guadiaro existe una enorme poza de agua donde los alumnos suelen bañarse en verano. Las enormes barras metálicas rectilíneas que conforman el entramado del mismo dibujan en el suelo una sombra igual de derecha y precisa que las de las vigas que cuelgan en altura: un lugar ideal para observar la línea de sombra y anotar su avance en el suelo, realizando mediciones a base de hincar palos de referencia y controlando el tiempo de exposición.
Recientemente ha llovido de forma copiosa con lo que el río ha dejado en ese mismo lugar un depósito arenoso sugerente para realizar revolcones y dibujos artísticos. Pero eso lo llevaríamos a cabo al final de la experiencia….
Ha sido sin embargo, transitando por la vereda que allí conduce, cuando nuestra burrita Molinera, que siempre nos acompaña portando los instrumentos que precisamos, nos ha dado la señal de aviso. Algo extraño debía haber por las proximidades para que, inopinadamente, el animal detuviera su marcha, resoplara con violencia y pusiera las orejas tiesas en clara señal de alerta.
-¡Un animal muerto! ¡Aquí hay un animal muerto! – ha gritado Raúl.
La rebujina que hemos formado alrededor de su cadáver ha sido inmediata. Rápidas también han sido las elucubraciones y conclusiones a las que hemos llegado… Con ayuda de un palo hemos ido dando la vuelta al cuerpo para facilitar su identificación: se trataba de una zorra. Una zorra, con una carita preciosa y una cola espesa y larga.
Sobre las causas de su muerte se han barajado varias: que se hubiera ahogado con la crecida del rio; que la hubieran pegado un tiro; o que se hubiera muerto por muerte natural… Las tres fueron descartadas: el animal ni tenía signos de barro encima; ni señales de haber recibido un escopetazo; ni estaba tan raquítica o tuviera el pelo ralo como para indicar que padeciera alguna enfermedad.
Raúl, un niño más inquieto que el azogue, no ha parado de dar vueltas por los alrededores hasta que ha vuelto a llamar nuestra atención: había descubierto que, próximas a una casa y tras una alambrada, un montón de gallinas picoteaban alegremente.
-¡Ya sé lo que le ha pasado! –ha conjeturado Clara. “La zorra habría descubierto el gallinero, se habrá enviciado a acudir diariamente a comerse alguna y el dueño, harto de que le robaran sus gallinas, le ha puesto un lazo y ella sola se habría ahogado. Luego, la ha cogido por la cola y la ha tirado hasta aquí….” “¡Fíjate, maestro –ha concluido sin parar de razonar la chiquilla-, el hilillo de sangre que le sale por entre las comisuras de la boca lo dice bien claro…!”
-¿Y tú porqué sabes qué es un lazo y cómo funciona? –le ha preguntado Ramón.
-Lo sé porque, una vez que salí al campo con mi padre, vimos uno y él me lo explicó. Por un paso, habían puesto un alambre circular. Me dijo que, cuando el animal atravesara por allí, ¡plas! le pillaría la cabeza. El lazo se cerraría y cuanto más tirara, más se ahogaría, hasta morir… Está prohibido, pero la gente los coloca a modo de trampa. Nosotros lo desbaratamos completamente.
-¡Qué bestias! ¡Matar así a un animal tan bonito e indefenso como este! –profirió Marta, un tanto emocionada…
-¿Y tú que haces cuando te encuentras un montón de hormigas acudiendo golosas a tu despensa? Pues echarle el “flis flis” y matarlas ¿no? -le espetó Luis, asumiendo el papel de justiciero…
-Sí, pero las hormigas no están protegidas, y los animales silvestres sí… -intervino de nuevo Marta, al tiempo que se agachaba para acariciarle la cola al animal…
-¡No! ¡Cuidado! ¡No le toques! –ha saltado Miguel, cuyo padre es policía municipal. También podría ser que haya sido envenenada y que ese hilillo se deba a que el veneno le ha afectado al aparato digestivo… ¡Mi padre me tiene dicho que no se debe tocar un animal que haya ingerido veneno…! ¡Que es peligroso!
-¡Pues entonces, imagínate el destrozo que va a causar si viene ahora otro animal y se lo come! ¡También él se morirá! –ha concluido sabiamente Clara.
-¡Sí! ¡Aquí va a venir un jaguar, un león o un tigre a comérselo! ¡Ja, ja, ja….! ¡Qué tonta…! –volvió a intervenir Luis.
– Un león no, so listo…, -arguyó ella-, pero un buitre, un águila o un cárabo sí, desde luego.
Una nueva votación se ha hecho necesaria. Esta vez he sido yo el de la propuesta. “¿Qué hacemos con el animal? ¿Lo dejamos ahí tirado o lo enterramos para evitar males mayores?” La mayoría ha propuesto enterrarlo. No nos ha costado mucho hacer el boquete: el suelo estaba húmedo y con ayuda de unas estacas, las manos, y la piqueta de los minerales que Molinera siempre lleva consigo, la cosa ha resultado sencilla.
Hemos seguido adelante en busca de nuestro verdadero propósito: recoger datos relativos a la velocidad del sol, o sea, de su sombra. Tampoco esta tarea iba a resultar complicada. Ha bastado poner marcas en el suelo y medir la distancia que recorría la sombra cada quince minutos… ¡y ya está! Así, y mientras repasábamos la lección de la orientación y la observación de la vegetación de ribera, Juan, Mar y Luis se han responsabilizado de la toma de datos.
Mientras completábamos el tiempo necesario de observación hemos disfrutado del recreo. Molinera, la burra, se ha hartado de comer hierba fresca y jugosa. Nosotros, por nuestra parte, hemos dado buena cuenta de los bocadillos que habíamos traído. Después, mientras unos jugaban a ver quién conseguía que sus piedras dieran más saltos en el agua, otros dibujaban en la arena; trataban de encontrar ranas en los charcos de los alrededores o, simplemente, charlaban tan a gusto sentados en un tronco. Los de las piedras han venido a mí con una cuestión muy interesante:
-Maestro. ¿Cómo se consigue que las piedras den más saltos: tirando a ras de suelo o a media altura?
-¡Ya tenemos una nueva cuestión para investigar y hacer comprobaciones!
Al cabo del rato acordado, los medidores de sombras nos han informado de que el trecho recorrido por la sombra del puente era constante…, al menos durante el tiempo que permanecimos allí. La conclusión para ellos fue clara: según sus datos la velocidad del sol era de metro y medio la hora, aproximadamente.
-¡Bah! Pues vaya torpe viaja el sol… Yo con mi bici alcanzo los doce kilómetros a la hora… -ha saltado Raúl, provocando la risa de todos.
Yo por mi parte les he comentado que aquellas conclusiones habría que contrastarlas con la opinión de nuestros padres en casa.
Mar nos ha hecho una observación curiosa:
-Mi sombra no mide siempre lo mismo… A medio día es pequeña y por las tardes se alarga mucho más.
Su observación nos ha dejado perplejos…, sobre todo a los que habían estado pacientemente tomando las correspondientes medidas. Yo me he arrascado la cabeza en clara señal de duda…
A la vuelta, y mientras caminábamos, les he ido recitando el Romance de Frontera “Viniendo de los torneos” que en su día recogiera yo mismo de boca de una anciana del pueblo. Les he repartido unas hojitas de colores a modo de pliego de cordel y hemos permanecido un buen rato aprendiéndonoslo mientras caminábamos. El romance es una delicia, al par que una reliquia (no en vano este pueblo perteneció en su día al reino Nazarí de Granada). Su comienzo dice así:
“Viniendo de los torneos / pasé por la morería.
Me encontré con una mora, / lavando en la fuente fría.
-¡Retírate mora bella; / retírate, mora linda
que mi caballo ha de beber / agua fresca y cristalina!
-No me diga usted morita, / que soy cristiana cautiva.
Me cautivaron los moros, / día de Pascua Florida…”
Como colofón, nos hemos detenido un momento para, sentados en corro, grabar de viva voz y ordenadamente, lo visto, medido, analizado y aprendido. Después, nos hemos ido cada uno por nuestro lado a casa.
Ahora mismo, aquí estoy yo, editando la grabación y dejando constancia escrita de lo llevado a cabo. En cuanto lo tenga listo, les enviaré a los padres una copia digital de todo ello para que tengan un motivo de qué charlar con sus hijos a la hora de la cena. La advertencia, eso sí, se la dejaré bien clara una vez más: “¡Nada de acudir a otras fuentes de información que no sean las experimentadas por uno mismo!” Se trata de uno de los principios de nuestra Pedagogía Andariega. Como también la de desarrollar la labor de Aprendizaje, fuera de las aulas: ¡y siempre caminando!
Próximo Capítulo: “Buscando indicios”
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
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