Isidro García Cigüenza: «Pedagogía Andariega, 3: El Jorobado y La Cornicabra»

Que trata de cómo, en Educación, el conocimiento y la amistad van de la mano

La escarcha que ha caído esta noche ha sido tremenda. Tanto mi calzado como los cascos de mi burrita se han empapado, debido a que, hoy, nuestro caminar transcurría por veredas estrechas y verdes prados.

Estamos en la Serranía de Ronda y hemos quedado a las nueve con los niños de Tercero de Primaria de un pueblo que se halla a unos siete kilómetros del nuestro. Cortando trocha, eso sí.

Molinera iba contenta. Las subidas, mejor que las bajadas, suponen para ella un coser y cantar. Para mí, setentón como soy, no tanto. Por eso, me he asido de su cola y me he dejado llevar por ella, como un niño confiado de la mano de su madre.

Estos madrugones nos sientan de maravilla a los dos: caminar despeja la mente y las clarividencias se tornan más evidentes todavía. Sin embargo, ando un poco preocupado: las comprobaciones que hice anoche en torno al programa de Inteligencia Artificial (del “Chat GPT” en concreto) han supuesto para mí todo un revulsivo. Para mí y, dentro de poco, para todos los Métodos de Enseñanza y profesionales de rigor.

Se lo tengo dicho a los profesores y padres que nos convocan: ¡A estas edades, se acabó el recurrir a libros de texto, tutoriales de Internet y explicaciones de adultos! Si los niños han aprendido a andar y a hablar prácticamente solos (¡con lo difícil que resulta!) y su único recurso ha sido el del “amor propio , el “ensayo-Error” y los “logros propios”, ¿por qué vamos a cambiar con ellos una metodología tan provechosa?

Así que está claro: con la Pedagogía Andariega se acabó la Escuela ordinaria, entendida como recinto educativo. ¡Y también los profesores y los despachos ministeriales, como impulsores de un conocimiento institucional y programado!

La propuesta que llevábamos hoy a los niños era bien sencilla: “Puesto que nos encontramos en un medio rural, será aquí hoy donde hallaremos los recursos ideales para nuestro Aprendizaje”.

La idea no ha sido mía. Fue de Manuel, un niño con el que vamos a encontraremos hoy que, cuando escribió su texto para nuestra Colección “Arre burrita”, comenzó su cuento con aquel “Había una vez un árbol que se llamaba “Enredanubes”. ¡Genial!

La idea, entonces, ha sido ir a un bosquete de quejigos y alcornoques (una “mojea”, que dicen por aquí) que está como a media legua del pueblo, es decir, a tres cuartos de hora caminando…, unos seis mil pasos nuestros… o tres kilómetros, aproximadamente… para bautizar y hacer amistad con los árboles más significativos que encontráramos a nuestro paso.

Yo sabía que a los niños les iba a encantar. ¡Y no me he visto defraudado! De momento, y para entonar nuestra garganta y el sentimiento de pertenencia a un colectivo, lo mejor ha sido el comenzar cantando al unísono la canción del “Veo, veo….”.

Por su parte, Molinera se ha portado fantásticamente portando en las alforjas un montón de cosas para la actividad: los libritos “Arreburrita”, editados con sus historias (uno para cada uno); varios “metros”, de esos de muelle, otras tantas lupas, escardillos, cuerdas, estuches para recoger muestras y fichas de anotación

El asunto no estribaba sólo en poner nombre propio a los árboles más curiosos que halláramos a nuestro paso; también era: abrazarlo, acariciarlo, calcular su altura, medir su tronco, estimar el diámetro de su copa, observar las plantas y bichillos que había en él y en sus cercanías, situarlo en un pequeño croquis y… observar su estado de salud (si tenía boquetes, verrugas o ramas secas). En resumen: saber tanto de él que pudiéramos, a partir de ahora, considerarlo nuestro amigo.

Solamente había dos exigencias por mi parte: una, señalar el árbol estudiado con tres piedrecitas, puestas las unas sobre las otras, para no repetirlo; y la otra, hablar bajito con el compañero o la compañera con el que haríamos el trabajo.

Lo más curioso y divertido han resultado los nombres que les han puesto: “El Jorobado”, “El Verrugoso”, “El Tuerto”, “El Quítate de en medio”, “El Copudo”, “El Candelabro” y así un montón de epítetos más. Una niña sin embargo, Paula, me ha venido a preguntar que “Por qué todos los árboles eran “hombres”. Y “Si no podía bautizar al suyo con nombre de “mujer”. Asombrado, no sabía qué decirle. Sólo se me ha ocurrido comentarle que eso no era verdad del todo: “La encina es femenina, o la acacia, por ejemplo”. “Además eso es un poco capricho del azar, porque en alemán “luna” es masculino y “sol” es femenino”. Pero como la muchacha no ha quedado conforme hemos tenido que reunirnos de urgencia y, por votación, se ha decidido efectivamente cambiar las cosas: a los alcornoques les pondríamos nombre de varón, y a los quejigos, “las quejigas” a partir de ahora, nombre de hembra. ¡Y anda que no han aparecido nombres nuevos! “La Cornicabra”, “La Torcecuello”, “La Musguina”, “La Esconde nidos”…

El bocadillo, sentados como estábamos en una recacha al sol y sobre unos troncos que había tirados por el suelo, nos ha sabido, como se suele decir, “a teta”. Molinera, que es una “lambuza”, ha dejado de ramonear para ir pasando de grupo en grupo, pidiendo con sus “belfos” un trocito de pan o un cachito de pera “por favor”. Los niños han accedido gustosos, aprendiendo al mismo tiempo la forma como hay que proporcionárselo para que no te lama o, sin querer, te muerda un poco. Después, han estado jugando al escondite por entre los matojos, mientras yo ordenaba sus libretas y guardaba los trastos y las fichas en las alforjas…

Un niño, Juan, ha venido a decirme que quería “hacer de vientre”, pero que no tenía papel para limpiarse. Antonio, su colega, se ha reído de él y le ha dicho que “por qué no se limpiaba con matagallo, como hacía él cuando salía al campo con su padre…” Muchos han soltado una carcajada. Luisa, una alumna a la que le gusta ejercer de madre con sus compañeros, le ha proporcionado, atenta, un trozo de papel higiénico. Él se ha ido tan contento por ahí, haciéndole a su amigo un cómico mohín.

A la vuelta, hemos venido repasando los nombres de los árboles seleccionados. ¡Era de ver la facilidad para memorizar, individualizar y mostrar afecto que tienen los niños para con los seres vivos! Se han aprendido de memoria todos los nombres, “meándose de risa” cuando alguno les hacía gracia y, lo mejor de todo, mostrando una actitud de afecto para con unos seres que hasta ahora, casi, casi, les pasaban desapercibidos…

Dando vista al pueblo y para aprovechar la anécdota del “matagallo”, les he ido enseñando el Trabalenguas del “Matalagalillo”, tan recurrente y divertido a la vez:

En aquel matalagalillo hay una mirla, tirla, tirloretá, culirrubita, pilarrayá.

Con cinco mirlitos, tirlitos, tirloretaos, culirrubitos, pilarrayaos.

Si la mirla no fuera, tirla, tirloretá…, no fueran los mirlitos, tirlitos…,

Pero como la mirla es tirla…, son los mirlitos, tirlitos… etc.

Dejados los niños casi en la puerta de sus casas, ya de vuelta, también nosotros nos hemos ido para la nuestra. Por el camino hemos venido Molinera y yo, comentando la jornada: había resultado fantástica: provechosa, afectiva, divertida y saludable… ¿Hay quién dé más? –he concluido yo de modo satisfactorio.

Prosiguiendo con la reflexión de por la mañana y mientras bajábamos a nuestro pueblo andaba dándole vueltas al asunto de por la mañana: la Inteligencia Artificial de marras. Me preocupaba enormemente esta Escuela que barajamos, entendida como un lugar cerrado donde se imparten unos saberes insulsos…; unas relaciones entre compañeros condicionadas a permanecer quietos…; unos aprendizajes obsoletos…; y, lo que era peor, un contacto con el exterior a base de vídeos e imágenes digitales estereotipadas y, estas sí, absolutamente artificiales…

“¡Y ahora, ese dichoso “Chat GPT”, hijo póstumo del paritorio vanguardista, que viene a irrumpir en el escenario desbaratando la poca creatividad, originalidad e idiosincrasia que nos quedaba a los aprendices! -le he comentado a la burra, por ver si me decía algo….

Pero no. Ella, en un principio no ha demostrado estar por la labor. Empeñada en triscar sobre la marcha algún bocado de hierba, parecía mostrarse ausente. Sin embargo, ¡oh milagro de la comunicación asnal!, ha sido con el ir y venir de su rabo como me ha sorprendido, una vez más, con esa sabiduría que le caracteriza.

-“Vuestra mal llamada “Enseñanza”, señor Isidro –me ha dicho deteniendo su marcha y moviendo su hopo intermitentemente – es un péndulo parecido a mi cola. Va y viene, empujada por una fuerza gravitatoria, que si bien en mi caso la muevo yo, en el vuestro resulta a la postre empujada por fuerzas e intereses abyectos que ignoráis y que, para vuestro mal, no sois capaces de desenmascarar. ¡Y con los niños, de por medio!

¡Joder, con la burra! -he respondido yo abruptamente.

He tenido que reconocer, sin embargo, que razón no le faltaba al animal. Y así, no queriendo llevarle la contraria, he sacado la armónica y, haciéndome el loco, me he puesto a tocar la tonada que llevo ensayando desde hace días y que, dedicada a los, como nosotros, pedagogos andariegos, algún día os la cantaré de viva voz:

¿Quiénes somos? -me preguntas…

¿Qué ternura agita y mueve?

¿Qué locura nos conmueve

hasta hacernos padecer…

¡Somos románticos!

 

 

 

Isidro García Cigüenza

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