Gregorio Martín García: «Benalúa de las Villas y su viejo cine, 2/3»

Un día cualquiera aparece una cuadrilla de albañiles en la era de Las Cruces, sito al final del pueblo y su calle Madrid, en la  parte izquierda considerando el sentido de marcha a la Venta de Andar, tras haber pasado la que por mucho tiempo se había llamado “La casa de la Punta”, por aquello de ser la última de la calle y encontrarse allá, en la punta y final de la calle central del pueblo. Tan era así, que al dueño de la casa se le conocía por el sobrenombre de “Rafalico, El de la Punta”.

Los promotores de dicha obra lo habían mantenido en secreto: Pepe García y Rogelio, apodado “El Talaor”, fueron ellos, sin proyecto, casi sin haber pensado en ello, los albañiles tras preparar el solar de las eras de trilla comenzaron a colocar piedra sobre piedra y a la par y sobre la marcha, iban pensando cómo sería aquello que estaban construyendo. “Planificación se llama eso”. Ni arquitecto, ni planos…ni proyecto.

Solo sabían que sería una especie de nave larga para darle sensación de sala de eventos y el proyector de cine pudiera funcionar.

La idea de tal construcción salió de Alfonso, conductor por muchos años de la Alsina del pueblo que hacía su parada y fonda en lo que se le llamaba, por tal hecho, “La Posailla”, que era la casa de Pepe García y su esposa Laura.

¿Recuerdan lo anteriormente narrado que el conductor del bus del pueblo tenía un amigo que era operador de máquina proyectora del cine de Granada, Isabel La Católica? La amistad nacida entre ambos señores fue la culpable de que a Alfonso se le ocurriera la idea de la construcción de un cine y seguro que ya tenía montada e ideada la forma de contratar las películas del programa.

La relación familiar de Pepe García y Rogelio Afán de Rivera hizo que los dos se decidieran a ser socios y embarcarse en aquel negocio que ya era demandado en el pueblo. En todos los pueblos vecinos había ya sala de cine y Benalúa estaba a la cola de tal técnica audiovisual que tanto gustaba en los pueblos.

Casi un año duró la construcción de nuestra sala de cine, que al ser inaugurada se comprobó de inmediato que la sala quedó muy pequeña para los clientes de la villa y algunos cortijeros que los días de función se acercaban a ver aquello de lo que apenas habían oído hablar.

El cine fue algo extra en la vida del pueblo. Ello obligó, para aprovechar el negocio a intentar agrandar la sala de proyección, para lo que los dueños entablaron conversaciones con D. Manuel Barrilao, alias “El Lolillo”, e hicieron una oferta a éste de un trozo de su era de trilla con la que lindaba el cine y así lograr metros para dar más capacidad.

Se entendieron y pronto y rápido se reanudaron las obras que en cortos meses estaría construida por el gran albañil Antonio, apodado “El Menúo”, y su cuadrilla, los mismos que hicieran la primera parte.

Terminado el anexo, el interior fue algo readaptado, pensando en que en dicha sala se harían más eventos sociales y de ocio. Se prepararon una largas tablas y sillas de anea que montadas en dos hileras presentan dos largas mesas que se usarían en bodas y similares eventos.

Como quiera que en las primeras proyecciones de la primera sala el sonido de los altavoces hacían mucho eco, un técnico en la materia, consultado, aconseja pegar en las paredes unas grandes alfombras donde el eco era amortiguado y desaparecía.

Algo que a mí me atraía, quizá por sus formas, fue una especie a escenario a mitad de sala y en la pared, colgado con tres grandes bisagras forjadas por herrero, el peculiar escenario se elevaba por la parte delantera y cuando no era usado se pegaba hacia arriba a la pared no ocupando espacio, llegado un baile, aquel se descolgaba de la parte superior y abría hacia adelante quedando horizontal sujeto con dos gruesas cadenas enganchadas desde la pared a los ángulos delanteros del rocambolesco escenario. Una escalera fabricada en madera y en forma de escala servía para que los músicos actuantes subieran a aquel gran tablón en mitad de sala para facilitar la audición y sobre las cabezas de los danzantes.

Allí subidos los dos, a ellos recuerdo, así como al sonido de su pretendida música, emitido por sus dos instrumentos, con ritmo algo perdido y repetitivo. sí, así los recuerdo, a “Daniel el Cuco” con el “Yamba” (Especie de batería de percusión muy sencilla), hecha por ellos con una caja sardinas arenques de madera, una caja de percusión, platillos y poco más.

Al buen Daniel le acompañaba Paco “Maquea” esposo de la Kika del “Pescaero”, con su acordeón de toda la vida.

Y con esa humilde y pretendida orquesta, esos dos, casi músicos, cuyo programa musical era una serie de canciones que no sabían enteras, pero ellos encadenaban de tal manera que aquello pareciera un popurrí musical.

Y así se pasaban unas grandes velabas con la sala de cine llena de personal danzante y de otros muchos que solo sabían mirar sujetando paredes y envidiar a los que eran capaz de pareja ligar.

Una serie de mamás que, con la excusa de vigilar a su niña, en sillas pegadas a la pared todas sentadas abrían bien los ojos para mirar y sus lenguas no paraban de chismorrear. Imagínense Vds. la estampa de aquel pueblerino baile que a pesar de todo tenía su encanto y mucha diversión, de donde salen muchas parejas alguna de ellas aun casadas y ya muy viejos.

 

Se practicaba en el baile el “¿favor?”.

Un mozo que pretende a una chica que bailaba con otro, se acercaba en medio de la pista y dirigiéndose a ambos les decía aquello de: “¿favor?”, ¡ay! de ellos si se les ocurría despreciar al solicitante, no soltarse y ella ponerse a bailar con él hasta final de esa canción en que, si era agrado de la moza continuaba el baile con su solicitante o rechazaba y marchaba con el otro. ¡cavernícola acción!

Me pregunto y con mucha curiosidad de donde saldría tal costumbre que trastocaba todas las normas sociales y que dio lugar a muchas discusiones, voces y empujones, en medio de la pista y, hasta alguna vez se llegó a ser tan revanchista que heridos hubo por arma blanca, o apostado el solicitante despreciado en una oscura esquina cerca del baile esperaba la salida de aquellos que le habían despreciado. Habiéndose dado problemas muy serios de seguridad.

Por lo demás, en Benalúa se disfrutaba mucho las veladas de baile, éstas solían comenzar tarde y era porque las chicas se resistían a entrar de las primeras en el salón, todas cogidas de sus brazos en columna de cuatro o cinco y más, se ponían a pasear por la calle Madrid, desde el cine, sala de baile aquella tarde, hasta la iglesia, y en ese tramo podían estar hasta más de una hora, dando vueltas esperando a ver si ya habían entrado algunas féminas.

¿Nos les parece absurda tal situación? si todo el mundo sabía que en la calle paseaban esperando deseosas a que entrara alguien. Entonces… ¿Qué pretendían? ¿A qué esperaban?

Pues la absurda costumbre duró muchos años para enfado de todos los mozuelos que la calle ocupaban e incluso invitaban a entrar con ellas para a ver si de esa forma rompían el maligno tira y afloja de no ser las primeras.

Cuando ya se saltaban la traba y algunas “atrevidas” entraban, que solían ser forasteras o visitantes de pueblos o cortijos vecinos, las siguientes ya hacían cola. ¿Qué cosa más incomprensible y menos fundamentada!

Y, ¿Cómo es posible que en tan pocos años todo una forma social y costumbre cambien tanto? No podríamos hacer ahora aquello que hacían las chicas del pueblo para entrar al baile… ¡impensable! ¿Cuáles son las fuerzas y tendencias que en tan arraigadas costumbres imponen su fuerza de cambio?

Son las circunstancias del momento o es el ser humano que es adaptable a lo que en cada momento vive. Quizá sea esto, quizá sea el motivo que al ser humano le hace perdurable.

Qué cine teníamos, qué sociedad lo disfrutaba. Pues visto desde allá parecía normal, que viéndole ahora desde acá y queriéndole comparar como ahora nos divertimos. Pues aún había más que, peculiar hacia aquella sala de cine de nuestros días.

Como todo cine hacia su publicidad. En la entrada de la sala siempre había colgada una singular pizarra que nunca supe quien la escribía, pero en ella un texto anunciaba la próxima película a proyectar, texto que como todo escrito alguna vez presentaba simpática palabra o falta gramatical. Pero allí estaba con su misión cumpliendo y no había nadie que delante de ella pasara y no hiciera un alto para leer la próxima cinta que se anunciaba.

Al pie de la publicista pizarra, casi siempre ponía: “Película de dos cohetes” o de tres… ¿Pero que era eso?… otra seña de identidad de nuestra particular forma de ser, otra especial y muy rara costumbre de la forma de funcionar nuestro cine.

Y que jamás se vio que de alguna manera fuera costumbre en otra aldea o pueblo. Una forma rara pero muy acertada de incitar ir al cine, anunciando que ya se acercaba la hora e incitando a asistir a la función que se anunciaba con el especial disparo de cohetes.

Quién inventara tal costumbre acertó por su peculiar manera de efectuar una acción de eficacia total.

Fin de la segunda parte….

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

 

Gregorio Martín García

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