Gregorio Martín García: «Benalúa de las Villas y su viejo cine, 3/3»

El horario del cine en Benalúa siempre fue igual, en invierno a las nueve y en verano a las diez de la noche. Una hora antes de la casa de Rogelio el ‘Talaor’ salía una persona con cohete en la mano y chisque en la otra y hacía un disparo de cohete. Bueno, el protocolo del acto radicaba y así se ejercía, en función de la calidad e importancia de la película. Si era buena se disparaban dos cohetes y si era mejor lo hacen con tres. Nunca supe que alguna vez dispararan cuatro. Ello disponía y alentaba a prepararse todo aquel que al cine iría aquella noche.

No me digan que no era sabio el invento, no me digan que no era extraño el procedimiento, no me digan que le faltaba eficacia. Sí que era algo rudimentario y cateto, por ser muy de pueblo, pero era totalmente acertado para cumplir con la misión que pensó el que en su momento lo inventara. No lo sé y lo lamento.

En cuantos sitios conté las formas de publicitar el cine en mi pueblo, alucinaron y quedaron impactados de las maneras que tenían de avisarnos, para ir al cine en mi pueblo y de la categoría de la película.

Eran las casas particulares que presentaban espacios habitacionales de características suficientes para tales eventos, las que alquilaban para celebrar las bodas, que pasaron al cine en el mismo momento en que este fue inaugurado.

Quedó solucionado el problema de la celebración de las bodas que allí se comenzaron a celebrar y ello logró adoptar costumbres distintas de sus ancestrales formas que tenían de efectuar una boda en nuestro pueblo.

Antes se hacía de forma más dispersa, los asistentes a ella, salidos de la iglesia de la celebración sacramental marchaban a la casa de los padres o parientes de los novios a tomar una especie de refrigerio formado por algo de licores, especialmente anís, y dulces hechos por las familias de los contrayentes como eran los típicos roscos fritos, los borrachuelos y algunos mantecados. Era cuando, terminado el “refresco” y pasado un tiempo se dirigían a aquella casa preparada para allí hacer una comida consistente ella, casi siempre, en cordero, choto o cabra guisados con tomates, rematando con fruta, de la criada por los mismos anfitriones.

Boda en un pueblo granadino

Sería después de entregar a los novios el regalo, siempre en efectivo que, los invitados iban dejando sobre una bandeja delante de la pareja de recién casados. Yo he visto verdaderas montañas de dinero en algunas de esas bandejas que comento.

Todo el cortejo bien comido y bebido salen a dar un paseo por la carretera del pueblo hacia Granada, en cortejo y paseo nupcial sale caminando hasta la noguera existente en el Barranco del Cura, propiedad del paisano José “El Molinero”, un grupo de músicos con guitarras o acordeón tocaban toda la tarde al respetable de la boda que, bailando, charlando y riendo, lo hacían hasta tarde en que poco a poco se disipaban.

Con el salón de cine funcionando, el protocolo de las bodas fue cambiando, pasando por distintas formas de celebración, al final quedó en que todo el banquete nupcial se celebraba en aquel cine nuestro que vino a dar al pueblo unos nuevos aires algo más modernos.

Como anécdota diré, que el día que se casó una de las hijas de Rogelio, ‘La Nena’, uno de los dueños de la sala, en medio del banquete se proyectó una película. Esto fue del gusto de todos ya que asistiendo a la boda había mucha gente que no se le ocurría ir nunca al cine, por su edad o por su forma de pensar, ocurrió pues que, muchas de esas personas vieron por primera vez el cine y una película en éste. La película proyectada en tal boda fue:

El pirata Barbanegra
Duración: 01h 34 min
Género: Aventuras
Público apropiado: Jóvenes Año: 1952
País: EE. UU.
Dirección: Raoul Walsh
Intérpretes: Robert Newton, Linda Darnell, William Bendix, Keith Andes, Torin Thatcher, Irene Ryan, Alan Mowbray, Richard Egan, Skelton Knaggs, Dick Wessel, Anthony Caruso, Jack Lambert
Guión: Alan Le May, DeVallon Scott
Música: Victor Young
Fotografía: William E. Snyder

Se discuten las películas, sus argumentos y sinopsis y se esperaban con anhelo las que se decía pronto vendrían para proyectar.

Era en los tajos de trabajo, en el escarda y la siega, en la “vará” de aceituna y en toda aquella actividad que se hacía en el pueblo punto de propaganda y eje central de charla, todo aquello que algo tuviera que ver con nuestro cine del pueblo, que, por tener, no tenía ni nombre.

Ni falta que nos hacía mientras que Rogelio y Pepe García trajeran buenas películas de amores y de tiros, que eran las favoritas.

Una noche del frío invierno, de estrellas muy brillantes y de escarcha y hielo, de esas noches frías que se dan en nuestra villa, ya siendo algo más de las once, tarde para Benalúa, saliendo la gente del cine, rápidos a sus casas huyendo de la fría noche.

Sentido que fue por la madre de un ‘cinéfilo’, el murmullo de la gente pasando por su puerta, la buena mujer se asomó a la calle y preguntó por su Enrique al creer que tardaba en llegar a casa desde el cine. Alguien muy cachondo de los que pasaban, al oír a la señora preguntar por su hijo, respondió sin pensar:

– Señora, su Enrique ha sido uno de los que ha resultado herido en el tiroteo final de la película y allí lo tienen para llevar en un coche al hospital.

La madre de nuestro amigo Enrique, apodado “El Pelanas”, mujer ya muy mayor y que no sabía nada de aquella cosa que por el Barrio de Cantarranas habían montado y que decían que hombres en la pared se veían andando y que hablaban.

Fue un gran golpe el dado por el que pasando sentenció bromeando, lo que había pasado al hijo de la “Miguitas”, de apodo, y de nombre Dolores.

-¡¡Ay!! ¡Ay! mi hijo ¿Qué le ha pasado…? grandes voces y gritos daba, con sus manos levantadas y sin poder, corriendo se dirige hacia la puerta de salida del cine a aliviar las penas de su pobre Enrique.

Difícil fue hacerla desistir de su apenado estado, su entristecido corazón parecía iba a salir de su sitio y viendo venir a su Enrique, que ya había sido avisado se fundieron ambos en un abrazo de verdad enternecedor. El Enrique desorientado y aturdido, no sabía bien que había ocurrido. La madre viendo a su hijo vivo, lo abrazó con toda su fuerza para retenerlo junto a su pecho.

Una broma en mal momento y sobre una persona que no sabía de qué iba aquello que llamaban cine, pudo costar una vida, la de la madre, ya que la del hijo y por un tiro perdido de la película, era raro… ¡digo yo!

Casi todas las noches de la semana había cine y casi todas se llenaba, había asiduos que no se perdían ni una película.

Pepe García no dejaba de hacer propaganda por doquier, era su respuesta a la pregunta de:

– ¿Qué película dais esta noche, Pepe?

– ¿Esta noche…? ¡Un peliculón! Y así el hombre tan satisfecho quedaba de su publicidad.

La verdad, el cine tenía algo de misterio y eje central en nuestro pueblo de conversaciones y opiniones. Piense que más de la mitad de pueblo ni sabían que era eso. Algunos hasta lo habían escuchado, pero nada más sabían de su milagro al lograr que, en una pared gente hablara, caminara y hasta cantara.

Había algo en la sala que me atraía enormemente, era ese rayo de luz de embrujada trayectoria

Yo entonces joven, en los años cinéfilos del pueblo, solía ir bastante al cine, me gustaba, y mi hermano me llevaba siempre que película apta proyectaran.

Había algo en la sala que me atraía enormemente, era ese rayo de luz de embrujada trayectoria que muy iluminado sale por un agujero cuadrado, de la cabina del cine y, contra la pared de enfrente plasmaba lo que aquellos misteriosos rayos de luz entre sí llevaban a aquella pared que todo nos lo narraba haciendo que la atención en la pantalla se clavara y fuesen, por eso los niños los más atentos y callados.

Los tiempos reconvirtieron el salón cinema en discoteca, en sala de todo y como ahora se dice, sala multiusos.

En vivienda ha terminado aquello que tanta ilusión trajo a un pueblo necesitado de ella, que animara coloquios y transformara de alguna manera el estatus social.

Y en verdad que podemos presumir de aquella humilde sala de peculiares formas creada, coqueta, cateta pero muy querida y añorada. Donde todos los que fuimos sus asiduos, cuando aún por allí pasamos, una interna fuerza hace que, por un momento, intento de parada hagamos… para leer su vieja pizarra y saber qué película darán esta noche en el cine de la ilusión.

… THE END

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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