Gregorio Martín García: «El circo ya está aquí, 1/2»

La húngara, de piel de aceituna. Cimbreante cintura como caña domada por el viento del norte. Ojos achinados e intensamente verdes, destellan de bellos y rivalizan con sus negros y lizos cabellos revueltos por el aire que sopla subiendo el cauce del río.

Descalza. Descalza iba ella, ello le hacía más femenina. Su andar, belleza imprimía a su juncal fisonomía.

El cántaro que en su cadera portaba le daba plasticidad a aquella muchacha que sin arreglar y sin color artificial que manchara su cara, era la atracción en el pueblo cada vez que salía del redondel de lona que les cubría. Dos chavales, dos mozalbetes, suspiraban y en ella clavaron sus juveniles ojos ansiosos por la fresca belleza de la húngara aquella.

Enamorados de la chiquilla que hace unas horas llegó al pueblo con la troupe del circo que acampado en tierras cercanas al Puente de Tablas de las minas de almagra y no muy lejanos de la “Cañá de Alcalá”. Sus miembros laboran sin pérdida de tiempo montando y ordenando aquel laberíntico montón de maderos y tablas, lonas y cuerdas que en sus respectivos lugares iban colocando y conformando con manejo y seguridad el redondel de aquel circo que en los meses del tranquilo otoño recaló en Benalúa de las Villas, nuestro pueblo, levantando la curiosidad de niños y grandes que ya celebraban las nocturnas funciones de artistas y actores en la pista, elevando pasiones y alegrando momentos de los que tan falto se estaba en pueblos pequeños como este nuestro.

No hacía aún más de unas horas de su inesperada llegada a terrenos, de lo que ahora es un nuevo barrio de la villa, comenzado a construir en los años sesenta del pasado siglo XX a la orilla de la carretera de las minas de almagra y que se dirige a Alcalá. Y, ya estaba allí una pareja de la Guardia Civil, identificando al personal del circo e indagando en cuestiones de su competencia al igual que nuestro agente de la Guardia Municipal, Eduardo Adalid, que en cumplimiento de sus obligaciones, también andaba por el lugar.

Ni que decir tiene que la chiquillería del pueblo toda se había confinado en los dichos terrenos, donde entretenían el tiempo jugando y lo pasaban bien observando y comentando todo el movimiento que las faenas propias del montaje del circo ocasionan.

En los albores de los tiempos posteriores a la contienda de la guerra civil española, eran especialmente duros. La sequía de aquellos años, el desequilibrio aún imperante de la no muy lejana revuelta hacía que los tiempos fueran difíciles, por ello había escasez de dinero sin liquidez. El trabajo agrícola o de cualquier otra índole era muy escaso en peones, jornaleros y en contratos laborales lo que daba lugar a época de penurias y obligaba a enrolarse en cualquier actividad por rara y contraría a sus costumbres.

Los que se ofrecían al circo eran muchos y de ellos algunos quedaban enrolados con cualquier cosa de acrobacia que supieran o rareza tuvieran que atrajera mínimamente al público. Es por ello por lo que se decía: “Año de escasez, año de circos es”

Motivo por el que el plantel de hombres y mujeres en el circo era importante, en el grupo había entendidos en todos los gremios, mano de obra de actividad mecánica y de transporte. Aquel circo era medianamente grande y necesitaba de gente, sobre todo de gente de fuerza. Además del cuadro de artistas, como a ellos les gustaba que les distinguieran. Para los distintos números que llenaba la función de aproximadamente dos horas, completado con el de féminas y bellas mujeres que eran el alma del circo.

No llevaban fieras ni otros animales que no fueran necesarios para las tareas de tiro, arrastre o transporte, no obstante, y para aquel pueblecito de los Montes Orientales de Granada, era mucho circo. Por ello atraía especialmente a las gentes del lugar.

Caía la tarde, el sol replegaba sus rayos y por la línea de horizonte allá por encima de la Loma de los Endrinos, coronada por los cerros y montes del Almendralejo, el sol se escondía y despedía, con sus distintos colores de luz brillante y sobre la línea del horizonte trasunta. Y aún el circo no está montado, se echa la noche que los trabajos aborta y en rápida faena encienden unas luces con toma de corriente de línea cercana. Así iluminado y a medio hacer su montaje, éste aparenta ruinas de castillo tal como habría quedado después de sufrir batalla.

El cansancio fue apagando el ritmo frenético de los trabajos de montaje del espectáculo. De forma inapreciable los sudorosos montadores se iban retirando, su descanso nocturno, el rodal de tan gran espectáculo iba quedando solitario y se hacía el silencio. Su pista ya organizada y montada, esperaba que sobre ella se extendiera el gran toldo de enormes formas que cubriría a aquella y, cerrar bajo su manto, filas de sillas, palcos, butacas y gradas que formaban el lugar que el público llenaba y desde donde sus aplausos lanzaban artistas tan sacrificados que su vida exponen solo para lograr la alegría de pequeños. De grandes mejor querían les regalaron un intenso aplauso.

La mañana, ya por el sol coronada, sobre la sierra del pueblo éste asomaba los mismos rayos, con su luz renovada, que en la tarde anterior ocultaba tras las sierras del ocaso. Un golpe sonoro que alguien hizo sonar en el bombo de la orquesta del circo puso en pie a todo ser de aquel laberíntico caos y cada cual ocupando su sitio la maquinaria del circo continuó edificando, cual puzle, los toldos, maromas, tirantes que ya formaban el circo, de amplitud suficiente para albergar a toda clase de gente que sus plazas ocuparan.

El coliseo ya casi estaba, cuando avisaron a comer, quedando la tarde para preparar la función, ensayar números a ejecutar y adecentar todo. El gran ámbito circense quedó como una verdadera obra ejecutada con armonía, coordinación y fuerza. Ensayo general mueve la troupe y la pone a punto.

Un encargado de pista, de entrada y acomodo. Regaba con esmero la puerta y alrededores de aquel gran coliseo que esbelto y orgulloso con sus banderas y gallardetes al viento en lo más alto de sus postes, ondeaban alegres esperanzados al gran público que formaría la audiencia de aquella noche. Afinando su arte aquella gente sencilla, trabajadora, noble y arriesgada que exponen vida para distraer a todos los de las gradas-

Antes, una vuelta por el pueblo, una bailarina, era la zíngara con su juncal cuerpo y dos equilibristas con dos trompetas y tambores, el del bombo con su ritmo, cantando y vociferando y dando aviso de la próxima función de circo.

¡¡Señoooras!!, ¡¡señores!!… esta noche el circo “Hamilton”, tiene el gusto de poner en pista y estrenar su mejor programa para las gentes de este pueblo por una económica entrada.

Los instrumentos musicales continuaban con la charanga y la música tocando alegres canciones.

Un grupo de niños y mozalbetes venían detrás, Tom y Roque eran parte del grupo, seguían a la zíngara y se recreaban en sus líneas al estirar en mil formas las acrobacias que hace según recorría las calles

Dieron una vuelta despacio por las principales del pueblo parándose en plazas y calles para que fueran oídos sus pregones, recorrieron la calle Madrid, la de Granada, subieron por el Paseo y a la plaza salieron en donde un buen rato estuvieron haciendo sus canciones y con sus pregones publicitar el programa y el espectáculo.

Tom y Roque a la vez que seguían a la preciosa Zajira, se habían descubierto y ya sabía el uno del otro que Zajira les atraía, una larga e intensa mirada echó a Roque a Tom al que quiso transmitir mucho y no bueno.

El pueblo se hallaba muy animado, hacía tiempo no había ninguna atracción y sus gentes ya tenían ganas de algo que les sacaran de sus rutinas.

Esta tarde a las ocho el circo abrirá sus puertas al gran público, con entradas populares por cortesía de la dirección de esta villa de Benalúa.

Antonio Capilla, Alias Vinagres se haría el encontradizo y hacia las cercanías del circo dirigió sus pasos. Quería comprobar si “Chuti”, el jefe de pista venía al circo. Eran viejos amigos y casi colegas. cuando el mismo circo, ahora hace dos años, estuvo larga temporada en Benalúa.

Se hicieron amigos en ocasión de que nuestro paisano llegó a actuar muchas noches como espontáneo caricato de improvisado programa en aquella pista que Vinagres ya conocía.

Tímidamente, como él era, asomó Antonio su cabeza entre las pesadas lonas de la puerta de entrada. Sintió su voz y la conoció. El centro de la pista ocupaba Chuti que trabajaba en un ensayo general.

Llamó su atención y veloz a su encuentro salió fundiéndose en un abrazo.

Charlaron y quedaron para en la tarde verse antes de la función.

Nuestro amigo Vinagres, contento salió del encuentro con el jefe de pista, Chuti. Sí, es verdad que mucho le estimaba porque nuestro paisano era una persona noble y sincera, pero algo más había para esa amistad. Vinagre era un enamorado de la nariz de payaso, aunque no la necesitaba para de forma espontánea salir al escenario y hacer reír a tope al respetable. Y lo real era que no decía nada, solo reía, mohines hacía y a todos se dirigía en una exposición que sin ser muda, más de ella no se podía decir…Su sola presencia en la pista era más que suficiente que “cada quisque se partiera de risa”. Era tal su actitud de permanente alegría, que desde que nació, además del bautismo oficial su padre le puso el mote de Vinagres que toda la vida le acompañó. Era simpático Vinagres pero dudo yo si no era, como persona mejor.

Y como él quería, nuestro caricato y paisano desde la primera noche actuó haciéndonos reír y disfrutar un rato.

Pero aquella noche primera en que Benalúa de fiesta estaba por el estreno del programa del Gran Circo Hamilton, habría de ser una noche maligna por sus alterados momentos vividos con el graderío lleno con “todo el pueblo”. Allí presentes estaban también, Tom y Roque.

Un largo y estruendoso redoble de tambores sonó de improviso, llenando todo bajo la lona de decibelios dispuestos a romper oídos…-¡¡Señoraaas, señoreees, ¡Atención! Para ustedes, el Gran Circo Hamilton, comienza su función. Gracias por su asistencia, y bienvenidos a nuestra pista que hoy por su inauguración se pone de gala para esta función.

Recibamos a los hermanos equilibristas sobre tablas y rulos, campeones del equilibrismo. Un aplauso para ellos…

Trapeze artists flying in the blue sky

Le siguieron a estos los ciclistas, que con sus movimientos sobre las bicis fueron la atracción de los más pequeños. Pero lo que la gente espera en realidad era a Zajira, con su color aceituna, sus bellos ojos y cimbreante cintura, hasta donde llegaba el pelo negro azabache de su cabellera. En la interpretación de sus danzas parecía flotaba, con solemnes movimientos que hipnotizaba a todo espectador que estuviera presente.

Un fuerte abrazo, se dejó sentir, los espectadores de pie recibían a Zajira. Una suave y melancólica música comenzó a sonar en el foso, Zajira plantada en el mismo centro de la pista con pose atrevida, luciendo hermosura y derramando maliciosas sonrisas al público enardeció. Y mucho más afecto a Tom cuando cerca de la pista le descubrió. En él se fijó, paró su acompasado giro y sus ojos clavó en los de aquel que sin parpadear mantenía sus retinas fijas en ella, tan hermosa y cautivadora que Tom se sintió más enamorado que nunca. Ninguno de ellos se percató que un tercio de la grada Roque bramaba tras un gran poste de los que sujetaban los grandes toldos de aquel círculo de odio que un maldito hombre estaba sembrando en contra del amor que derramaban Zafira y Tom.

El mal hombre no pudo soportar las miradas de cariño que la mujer que amaba regalaba a su enemigo. El circo le atenazaba, le ahogaba y hubo de salir para renovar su aliento y que la brisa y el viento de la noche besaran su rostro y cambiaran su estado, al borde del desaliento. Salía amargado y en su rostro un sombrío gesto que denotaba maldad y profundo sufrimiento.

Ya al salir y apartar para ello el gran y pesado faldón que hacía de puerta, el portero encargado quiso ayudar y, en su atención rozó sin querer un poco su codo con el rostro de aquel que firme ante él comenzó a gritarle con gruesos insultos. La intervención de dos operarios del circo que habían salido a fumar un cigarro, evitaron la tragedia y mal humorado y maldiciendo, Roque se alejó de la puerta del gran circo que ahora retumbaba con las trompetas y tambores de la gran orquesta en el foso de aquel plató circense.

[Si quieren conocer el desenlace, les esperamos en la próxima función]

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

Gregorio Martín García

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