Avanzaba la función, Hombre y mujer con sus estilizados cuerpos, lanzaban y empujaban aquellas barras de las maromas en las que trabajaban exponiendo sus vidas a la bondad de la suerte y a su experiencia alcanzaba en su larga y difícil forma de trabajo. Daban una y otra voltereta, un salto mortal volando de maroma a maroma y con firmeza y acierto exponen sin temor a la altura del techo rozando el telón, todo lo que poseían: Sus vidas, su experiencia y el amor que profesaban entre ellos. Eran marido y mujer con dos hermosos hijos que a su corta edad ya eran enseñados a manejarse en el mundo del circo siguiendo los pasos de sus padres artistas, por muchos años.
La valentía de los trapecistas hizo que se ganaran un gran aplauso del público que batía sus palmas con fuerza. Seguido de una gran trompeta a todo volumen y redoblado por el ¡Boom! ¡Boom! del bombo de cuyo ruido saliendo a todo grito forzado del jefe de pista que comenzó a anunciar el próximo número. ¡¡Señooras y señoores!!…continua la función y ante Vds. estarán los payasos de este nuestro circo y acompañándolos y para Vds. el gran caricato nacido en esta villa, con su humor natural y espontáneo…Señoooor Vinagres, humorista, albañil y una buena persona de esta villa…Los vivas y aplausos se elevaron y cuando Vinagres salió por la puerta del foro de la pista todo se volvió gritos de bienvenida. Tres narices rojas ocupaban las tablas del circo, tres repartidores de risas se “descuaringeaban” con sus chistes y bromas y “caídas” tanto de cuerpos rodando como de chascarrillos. Sobre todo, los narrados por el gran Vinagres que por hacer referencia a algo gracioso ocurrido en el pueblo hacía que el respetable se “retorciera” de la risa. Un buen rato ocupaban estos en su rato de caricatos, ya que el público de ello disfrutaba y era aprovechado por el director del circo que con “artistas” del pueblo lograba elevar el programa diario de cada función y le atraía mucha gente de la villa, de cortijos vecinos y de pueblos de los alrededores.
Esta noche había sido apoteósica, todo el graderío estuvo ocupado mayores y menores las tenían repletas y el programa del circo salió redondo como su pista, fueron dos horas de arte por hombres y mujeres totalmente entregados a su trabajo y Benalúa era pueblo predilecto de ellos, allí se tiraban largas temporadas, cuando la época de circo no era propicia, tan largos y tantos días allí permanecen que en una época de estas, de hace unos años hasta sembraron melones y hortalizas en en un trozo de tierra que alguien les cedió. Los asientos iban quedando vacantes, la lona bajo la cual tanto alboroto y aplausos había soportado momentos antes iba quedando en silencio, alguien apagó parte del alumbrado, aunque aún no había salido todo el respetable, en la pista hablaban en el encargado general del circo con el jefe de función, hacían cábalas acerca de la noche de estreno que terminaba. Por el centro de la pista con paso ligero cruzó Zafira aún portaba parte de sus ropas de trabajo, venía de la puerta de salida, algo estuvo observando y cuando averiguó lo buscado volvió a los camerinos vestuarios.
La explanada de la puerta, la carretera de las minas y la que al pueblo se dirige, iba llena de caminantes que opinaban de lo visto, todos contentos a esa hora ya tardía de la noche serrana de Benalúa de las Villas. Sus manos en los bolsillos y sus cuellos levantados y cerrados intentaban evitar la brisa del río. La oscuridad que ofrecía el cúmulo de álamos de las frescas alamedas imponía una estampa bella y misteriosa que dejaba sentir el ruido cadencioso de sus hojas verdes movidas por el viento que por el río Moro subía y, la procesión de personas que hacia el pueblo caminaba, también aportaba el ruido y murmullo de sus conversaciones. Un extraño conjunto bello y nocturno con nubes oscuras sobre el horizonte de la Cará regalaba a la noche, a pesar de su ambiente fresco que se respiraba, un agradable paseo hasta el pueblo.
Los últimos ya se adentraban en la calle Madrid, así como otros por la plaza avanzaban hacia la parte alta del pueblo…¡¡Un grito!! Un grito en la noche se oyó rasgando el manto oscuro que envolvía el ambiente…parte de las personas que a su casa volvían, al oír esto pararon y quietos quedaron, sorprendidos y preguntando… ¿Qué había sido ello? tal situación mantenían cuando de improviso un segundo grito, más bien quejido se oye con eco en la nocturna y apacible hora de aquellos momentos, sobre las veinticuatro treinta serían o sobre las cero horas treinta minutos. Todos siguieron parados unos minutos y cuando creyeron que todo había pasado siguieron. Algunos jóvenes, volvieron sobre sus pasos corriendo, el morbo les llama y no pueden continuar a la cama sin saber que pasaba y no escuchando a los de su familia que les advertían. Estos con aquellos se cruzaron antes de llegar al Puente Tablas, unos en busca del médico, despavoridos corrían y, los otros que no sabían qué estaba pasando se acercaban precipitados al grupo de gente formado a la derecha de la puerta de entrada al circo distinguido por una pérgola. A no más de diez metros estaba el grupo arremolinado junto a alguien que yacía en el suelo yacía, mientras otro con su mano Preta contra uno de sus costados esperando la llegada de alguien que aquello remediara. Los lamentos y quejas a lo que allí ocurría eran unánimes, así como la incomprensión de lo ocurrido que con las sombras inquietas y nerviosas que se dibujaban en el suelo con el resplandor de un pequeño foco encendido en la parte superior de un poste del circo, la escena era tremebunda. Allá dentro del circo, bajo el laberíntico mundo de lonas, gritos de llanto y de dolor se oían de alguna mujer desesperada.
¿Qué ha pasado? preguntó uno de los que volvieron, esperando con su morboso comportamiento satisfacer sus instintos que era lo único que a él le movía e interesaba. Uno de los rezagados a la salida de la función que por necesidades fisiológicas al barranco de la finca hubo de acercarse, tuvo ocasión de ser testigo de lo ocurrido en aquella triste noche. Los faros de un ruidoso automóvil se dejaron ver por Las Piqueras y que al parecer se dirigen al punto donde se hallaba el circo. Lo conduce Juan Manuel Romero, El Chivirritor. Entonces poco carné de conducir había en el pueblo y, menos coches, quizá solo el de Don Paco, por eso se hicieron con él. Informado el médico lo prestó con el único requisito de que fuera Juan Manuel el que lo condujera para trasladar al herido a un hospital de Granada, como cosa más acertada y segura. El herido apenas podía quejarse, sus fuerzas debilitadas no le dejaban ni exteriorizar el dolor de aquella traicionera herida que alguien que no sabía le había proporcionado. La llegada del coche aceleró todo. Acomodado el herido partieron rápidamente a Granada. Fue entonces cuando los que quedaron se preguntaron: ¿Quién fue quien le pinchó al pobre de Tom…todos se miraban sin saber nada de aquella traición, pero casi todos en su mente tenían al cobarde que aquella noche trajo la tragedia al pueblo?
Fue entonces, cuando el joven que había ido al barranco expuso a todos como había sido y quién el ¡asesino! Sí, sí un asesino, porque todo lo hizo escondido en la sombra y rastreando su forma cual reptil en tierra. Yo cuando me retiré al barranco ya había observado a Tom y la zíngara que, junto a unos grandes pliegues de las lonas del circo, semi ocultos practicaban y se amaban los dos. Aquel era el sitio en que muchas veces se habían visto Tom y Zajira y, había alguien más que lo sabía…, Roque, que siempre merodeando retorcido por los celos no dejaba de estar por la zona observando todos los movimientos de Zajira y cuál era el comportamiento de esta con Tom. Su endiablada juventud, su irracionalidad y pocos principios llevaron a este a su perdición. Había visto tan guapa e irresistiblemente hermosa a Zajira en la pista que sus instintos hirvieron y lo que creía ser amor, no lo era, solo deseo imparable de posesión le invadía. Todo ello le llevó a desencadenar turbias pasiones y cuando en los brazos de Tom vio a Zajira en aquella covacha formada por los toldos arrugados de aquel rincón apartado del gran circo. Perdido en una sinrazón, enredado en bajas maneras con su mente en stop y sus características humanas apagadas. Tomó su faca, que guardada, siempre llevaba en un extraño bolsillo de sus raídos vaqueros y que cuando notaba su metal entre su mano se sentía fuerte y realizado como “valiente” ser que de todo escasea si es bueno y a su condición humana agregaba, si ello era fatal. Armado con arma blanca portada en su mano, armado con toda su furia en su alma.
Aprovechando sombras, al suelo se tiró y de rodillas se fue junto al manto bajero y sobrante y en tierra de los fardos de aquel y cual serpiente fue reptando en absoluto silencio en busca de aquella escena de amor que a metros de él se daba por dos jovenzuelos de esperanzada vida en donde había entrado el amor. – ¡No! y ¡No! no lo consiento. Se decía Roque, que avanzaba despacio hacia su objetivo, codos en tierra, navaja abierta en su mano derecha, con su vientre arrastrando aquella tierra que preparada ya estaba para empapar sangre de un inocente. Se detuvo a dos metros de su destino…ni respiraba…en silencio a sí mismo se animaba y se recreaba ya, de lo que le iba a pasar al bueno de Tom. Se incorporó muy despacio, temiendo que en su acción pudiera soñarlo cualquier hueso que, junto al líquido sinovial, diera lugar a un clic óseo. En tensión se incorporaba e iba “montando” la descarga de su acción, temiendo, arropado en su cobardía y traición ser descubierto. Su mano cerrada asiendo el arma mortal, se elevó…en ese momento Tom se volvió advertido por aquella mujer que abrazaba pegada a su corazón y los ojos de ambos, recíprocamente, quedaron clavados por unos segundos en los que se transmitieron lo mucho de bueno y lo maldito del otro que haciendo caso a sus más bajos instintos acababa de hundir su faca en el costado izquierdo de Tom, muy cerca de la ingle ocasionando un gran tajo en las carnes del agredido que al suelo cayó solo dando un ahogado quejido mientras Roque “aliviado” por su sinrazón, pasos hacia atrás daba huyendo de aquel escenario sin atreverse a dar la vuelta y huir hacia adelante en la carrera. Era tal su cobardía que nada de eso podía hacer…se alejó despacio y en la parte alta de la Vega de la Venta en un lindero elevado, vino a sentarse y recrearse de su venganza. Mas, teniendo frente a si todo lo por él vivido, cual estampa congelada de inertes sombras de casas en penumbra. Viendo estaba todo aquello que de su vida quedaba.
Tristes luces de una aldea. Al alba. Calles vacías, de una población dormida, silencios y misterios en oscuros pasadizos de la humilde y triste aldea que fue aquella noche. Todo le parecía más triste, toda más amarga y lo que hace unos minutos era satisfactoria venganza, convirtiéndose estaba en infinita agonía. Remordimiento era su estado, hundido en un fracaso de un amor rechazado y, desterrado de ese pueblo que fuera el suyo y, ahora un desahuciado… ¡Y lloró! En la lejanía se oyeron gritos que le maldecían. Los ecos, asesino le nombraban, por su fechoría consumada en noche tan aciaga. Sentado en una dura piedra del lindero que separa la Cara de la Vega de la Venta, su espalda apoyada al tronco de un grueso almendro y a la vista panorámica de todo el pueblo.
Allí se sentía seguro y a gusto ya que desde aquel punto le parecía tenerlo todo controlado. El tremendo cansancio venció y el peso de sus párpados se impuso consiguiendo cerrar estos. En profundo sueño entró y en tal situación quedó bajo aquel almendro. Piernas abiertas, sus brazos a lo largo de su cuerpo y aún con su puño que sujetaba la faca, manchada de sangre, sangre que ya jamás se borraría de la piel de su mano. Con sueño profundo, respiración alterada, un hilo de baba de su boca caía y repentinos espasmos sufría consecuencia de un alma alterada. En su pecho le presionó un fatídico objeto a la vez que le susurraron…¡¡Levántese!! y con cuidado. Una pistola reglamentaria de las fuerzas de seguridad tenía pegada a su pecho. Y obedeciendo despacio se volvió al tiempo que sintió el crac crac de las esposas. Ahí se cerraba una torpe vida. Pasadas unas semanas Tom regresó sano y salvo, solo le quedaba herida su alma. Zajira ya se había marchado del pueblo con su circo y nunca supo más de ella.
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Este relato es un breve semblante de lo que entonces eran los circos ambulantes que visitaban el pueblo con su impronta con sus costumbres y arte. Fiel reflejo de la sociedad de entonces. Y, cierto fue que una noche de circo, ya muy lejana en los tiempos, hubo en Benalúa de las Villas un intento de asesinato, por un amor frustrado.
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’