“Los filósofos griegos llamados estoicos decían que hay que amar el destino;
que hay que amar todo lo que el destino nos trae, incluso cuando nos trae la desgracia”.
(Simone Weil, Carta a Antonio)
I. TRES MUJERES EN TIEMPOS SOMBRÍOS
Con esta cita de Simone Weil inicia Silvie Courtine-Denamy su ensayo Tres mujeres en tiempos sombríos (1), uno de los testimonios humanos e histórico-filosóficos más impactantes de los inicios del presente siglo. Para recorrer el decenio que Bertolt Brecht, en un famoso poema, llamó los tiempos sombríos (1933-1943) (2), la autora escoge, y sigue minuciosamente, los pasos de tres espectadoras de excepción de los mismos; tres mujeres, judías y filósofas coetáneas, comprometidas existencial y espiritualmente con su época: Edith Stein (1891- 1942), alemana de Breslau (Silesia), discípula de Husserl, autora de La ciencia de la cruz; Simone Weil (1909-1943), francesa, alumna de Alain, autora de La gravedad y la gracia, y Hannah Arendt (1906-1975), nacida en Hannover, alumna de Heidegger y de Jaspers, autora de Los orígenes del totalitarismo.
En su obra, dividida en tres partes, más un prólogo y un epílogo, Silvie Courtine-Denamy sigue, año a año, el hilo del encadenamiento de los sucesos políticos que llevarán a Europa al desastre, lo que le permite establecer un contraste esclarecedor entre los pensamientos, las reacciones y las tomas de postura que en cada una de estas mujeres provocaron esos trágicos eventos. Los acontecimientos que enmarcan ese decenio oscuro y ominoso (1933-1943), ese tiempo de barbarie y deshonor —de promesas escarnecidas, tratados pisoteados y brutal inhumanidad— estarían sumariamente representados, entre otros, por: el ascenso del antisemitismo y del nazi-fascismo, la promulgación de las leyes de Núremberg, la persecución de los judíos, en un contexto de recesión económica que desgarraba a Europa. Luego se sucederían: la guerra civil española, el Pacto de Múnich, la anexión de Checoslovaquia y de Austria por Alemania, la caída de la mayor parte de Europa en poder de los ejércitos del Tercer Reich, la decisión de Hitler de puesta a punto de la Solución Final —los Lager y las cámaras de gas serán los instrumentos utilizados para llevarla a cabo—, para culminar el aciago decenio con el desembarco de los Aliados en el norte de África y la toma del sur de Italia.
En la primera parte (Los años de formación) examina la infancia y el contexto familiar, sus respectivos estudios, así como la relación que establecen con sus maestros, con su feminidad y con su condición judía. Las tres son de origen judío “en una época” -escribe Silvie Courtine-Denamy- “en que el simple hecho de nacer judío transformaba una vida en destino”: Edith Stein pertenecía a una familia de judíos practicantes, Simone Weil a una familia judía agnóstica, Hannah Arendt a una familia judía muy asimilada.
En su juventud, las tres se sienten muy atraídas por la teología. Dos de ellas, Edith Stein y Simone Weil —tras un proceso de emocionante e irrefrenable conversión religiosa— querrán abrazar el catolicismo. Solo una, Edith, dará el paso definitivo. En 1933, Edith Stein entra en el Carmelo sin por ello renegar de sus raíces judías “¿Acaso el Nuevo Testamento no es una rama injertada en el Antiguo? ¿Se puede hablar entonces de conversión?”, se pregunta la autora. Simone Weil, por el contrario, rechaza esta filiación: el Antiguo Testamento y YHVH, ese Dios “de los ejércitos”, todopoderoso y sin bondad, son obstáculos para su adhesión total a la Iglesia romana, que, en su opinión, solo es católica, universal, de nombre. Durante mucho tiempo permanecerá en el umbral de la Iglesia, a la espera, sin, hasta donde podemos saber, dar el paso del bautizo. Para Hannah Arendt la adhesión a su identidad judía le parece tan obvia y evidente como su propia feminidad, no las cuestionará.
Las tres son filósofas, en una época en la que una mujer filósofa estaba lejos de ser habitual y harán su elección desde muy jóvenes. Las tres serán reconocidas por sus maestros, unos ilustres pensadores —Husserl, Heidegger, Alain— a los que sin embargo se atreverán a criticar, e intentarán superar. Las tres verán interrumpida su carrera en la enseñanza por la llegada de Hitler al poder, aunque solo una, Edith Stein, no alcanzará la titularidad de profesora de instituto por el hecho de pertenecer al sexo femenino: su dedicación a la causa feminista fue producto de su convicción profunda en ella, no de cualquier atisbo de resentimiento. ¿Será por esta razón que ella sea la única que milite en la causa feminista, desde una postura perfectamente asimilable al feminismo de la segunda ola y a una concepción antropológica cristiana de la relación de complementariedad entre los sexos —absolutamente defendible y asumible en nuestro tiempo— y sin mutilar a la mujer de su vocación femenina y maternal, sin declararla “exclusiva” o “excluyente” de otras opciones vitales y profesionales? Sólo una de ellas, Simone Weil, detestó su condición femenina, rechazando esta circunstancia lo mismo que rechazaba el judaísmo.
La segunda parte (¿Qué Compromisos con el Mundo?, 1933-1939) se centra en sus distintos itinerarios vitales, opciones políticas y responsabilidades sociales: envueltas en los grandes dramas políticos y morales de su tiempo, se esfuerzan en reflexionar sobre los acontecimientos que viven: el fascismo, el imperialismo, el antisemitismo, el totalitarismo, ilustrando así la fórmula de Hannah Arendt según la cual “somos lo que vivimos” (3). ¿Qué lectura de lo real nos proponen desde sus experiencias vitales y desde sus escritos? Dos de ellas, Simone Weil y Hanna Arendt, querrán rendir testimonio de esos tiempos sombríos, como “espectadoras comprometidas”, encargándose de la crónica de la guerra en periódicos y revistas, pero también participando en la acción, incluso en los combates. Edith Stein entregándose heroicamente a la causa de su pueblo judío sin ningún tipo de miedo o precaución por el peligro real que esa opción comportaba.
En cuanto a lo que cada una de ellas pensaba sobre la relación entre la política y la religión, Silvie Courtine-Denamy señala que ya en 1933, Edith Stein se dirigirá al Papa para rogarle que promulgue una encíclica dedicada a su pueblo judío —acosado, perseguido y masacrado— sobre el que una nueva maldición está a punto de abatirse. Hannah Arendt, de entrada, escogerá responderle a Hitler en términos de lucha, comprometiéndose con la causa sionista: el antisemitismo provocará su despertar a la historia y a la política. Simone Weil, por su parte, siempre se negará a integrarse en el movimiento antisemita, ya que sólo percibirá el nazismo como el último avatar al que el un infausto destino someterá al pueblo que encarnaba secularmente la idea de la raza elegida.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos. Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt o ‘Amor fati amor mundi’’, Edaf, Madrid, 2003. La autora es investigadora asociada del Centre des Religions du Livre, ha traducido al francés gran parte de la obra de Hannah Arendt, a la que también ha dedicado una biografía. Su obra La maison de Jacob ganó el Premio Benveniste en 2002.
2) Bertold Brecht, Poemas, Alianza Editorial, Madrid, 1968, pp. 97-100. La impronta e influencia del libro de Silvie Courtine-Denamy y la inclusión en su título del sintagma “tiempos sombríos”. Otros autores utilizarán análogas expresiones como: “tiempos de penuria”, “tiempos oscuros”, “tiempos de indigencia” o “tiempos de miseria” para referirse a esa época nefanda, como queda evidenciado por la reciente publicación de El fuego de la libertad, el refugio de la filosofía en tiempos sombríos, 1933-1943, del pensador alemán Wólfram Eilenberger (Taurus, Madrid, 2021) que sigue inequívocamente la estela que dejó tras de sí la publicación del libro de la citada profesora y filósofa francesa que aquí reseñamos. En ella su autor analiza el pensamiento de cuatro ilustres mujeres escritoras del siglo XX —Ayn Rand, Hannah Arendt, Simone Weil y Simone de Beauvoir—, a quienes caracteriza como pensadoras inmersas en los tiempos turbulentos que vieron emerger y desarrollarse las grandes macroutopías del siglo XX —la comunista y la nacionalsocialista— y que lucharon contra el totalitarismo brutal que tales proyectos utópicos encarnaban y representaban.
3) El 10 de marzo de 1975 escribe Hannah Arendt a su amiga Mary McCarthy esta frase “Siempre he pensado que somos lo que vivimos”. Cfr. H. Arendt, M. McCarthy, Entre amigas: correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy, Lumen, Barcelona, 1998, p. 437.
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