Diálogos más allá de lo visible: taoísmo, hinduismo y budismo. Cuatro diálogos sobre el pensamiento taoísta (3/4)

III. LA POLÍTICA EN EL TAOÍSMO

Por la masiva presencia de alumnos en el aula, podría afirmarse que la participación del profesor Cheng en las dos anteriores sesiones había resultado todo un éxito; su colaboración había suscitado -era una evidencia- el interés mayoritario de los alumnos y no sólo de los matriculados en la asignatura. En la tercera sesión, iba a tratarse del pensamiento político-social taoísta, considerado como una lógica consecuencia tanto de su optimismo antropológico, como de su naturalismo ético; una temática más concreta y específica que las desarrolladas en las anteriores sesiones, de carácter más generalista y propedéutico.

Inicié mi exposición introductoria señalando que la “política taoísta” -si es que puede utilizarse tal expresión, al hablar de una doctrina que es fundamentalmente mística y cosmológica- resulta de la aplicación de la armonía de la naturaleza, regida por el Tao, a la vida social y política. Señalé que en las creencias chinas antiguas el mundo natural y el mundo humano estaban íntimamente trabados, conectados: el orden humano tenía que reproducir el orden celeste. El desfase entre ambos revelaba una desarmonía, un desorden que generaba caos y violencia. El gobernante sabio debe estar en sintonía con el Tao o Ley natural. El buen gobierno no es tanto resultado de un artificio político como el reflejo del orden cósmico en el mundo socio-político (1).

Continué, señalando que esta correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos es una de las leyes fundamentales del “orden natural” (2). Es la llamada “ley del Regreso”, según la cual: “cuando algo ha llegado a su extremo, vuelve de nuevo hacia atrás” (3). Todo vuelve a su estado inicial, toda acción comporta una reacción de signo contrario, todo final reclama su comienzo o inicio. Los occidentales hablaríamos, en este caso, de un principio de homeostasis o de autorregulación, de restablecimiento del equilibrio perdido. Cada cosa tiene su tiempo y su dimensión: “Un huracán no dura toda la mañana. Una lluvia torrencial no dura todo el día” (Tao, 23b). “El día se convierte en noche, la noche en día, el invierno da paso a la primavera y el otoño sigue al verano. No se requiere ningún esfuerzo” (Tao, 23c). Todo es ritmo, ritmo cíclico, todo sucede naturalmente, sin esfuerzo. Siempre ha sido así, siempre será así.

En ese momento el profesor Cheng -que asentía gestualmente a todas mis afirmaciones- quiso apostillar:

— “Muy cierto es”, empezó diciendo, “lo que dice profesor: esa Ley natural del regreso funciona en todos los ámbitos de la realidad, no sólo en el cosmos, la naturaleza o los fenómenos meteorológicos, sino también en los grupos humanos, en el orden político y social. Los grupos sociales tienden a un equilibrio espontáneo, por lo cual es funesta toda intervención o injerencia artificial, forzada o violenta en y sobre ellos. De ahí la famosa doctrina del wu-wei (a la que voy a dedicar, como algunos sabréis, una investigación en marcha). ¿Y qué es el wu-wei o el wei-wu-wei?, ¿qué dice esa doctrina? El término significa “no hacer”, “hacer nada” o “hacer no haciendo”. No se trata tanto de una ausencia total de actividad, de pura inacción o quietismo (semejante al de algunos místicos cristianos), sino, sobre todo, de una acción espontánea o de una espontaneidad relajada; es decir: un actuar sin deseo ni ansiedad, una carencia de artificio y esfuerzo en nuestro actuar (4). Se trata, decíamos, de actuar, sí; pero no esforzándose, para así conseguir un cierto automatismo en nuestros actos: patinar, sí, pero sin pensar en ello; conducir nuestro automóvil, pero sin tensión, como el arquero lanza su flecha sin ansiedad, angustia, ni esfuerzo añadido.

En la técnica militar y en las artes marciales de nuestra milenaria cultura china, el wu-wei se afirma y verifica en el hecho, constatado por la experiencia, de que en cualquier situación conflictiva, lo blando, lo débil, lo dúctil suelen utilizar a su favor lo duro, lo fuerte y rígido del adversario: “Lo flexible”, dice el Tao, “vence a lo duro, y lo blando vence a lo fuerte. En el mundo nadie conoce esto y nadie lo practica” (Tao, 78b). En el Aikido o en el T’ai chi Chiang, la táctica consiste, como sabéis, en absorber la energía del contrario (ch’i) a nuestro favor: se vence cediendo; se vence el mal no resistiendo a ese mal. “Es un axioma de la táctica militar: no quiero patrón sino huésped. No quiero avanzar una pulgada, para retroceder un pie” (Tao, 69a). Mao Tsé Tung tuvo muy en cuenta ese axioma, en su táctica bélica guerrillera, como revela este conocido poema suyo: “Cuando el enemigo ataca, yo me retiro / Cuando se detiene, yo ataco. / Cuando descansa, yo marcho. / Cuando se despliega, yo espero” (5).

Como el agua, que es lo más blando y dúctil, supera, arrasa y destruye lo más fuerte y lo más duro o resistente, erosiona la roca, y destruye los muros de la casa mejor edificada. Dice el Tao: “No hay nada en el mundo más blando que el agua, pero nada hay que le supere contra lo duro. A ella nada hay que la altere (Tao, 78a). “La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la vida” (Tao, 76c). Como el junco que se pliega y doblega a la fuerza del viento y por eso mismo lo vence. El Tao no actúa, pero lo realiza todo. Es la pura eficacia y eficiencia, la virtud (teh), que hace que todo se produzca continuamente sin notarlo” (6).

— “¿Sería”, interrumpí su disertación para preguntarle, “algo así como una inhibición que respeta el curso natural de las cosas?, que deja que las cosas sean -como propugnaba el último Heideggermuy en sintonía con el taoísmo— al analizar críticamente la esencia de la técnica moderna-; una especie de “laissez faire, laissez passer”, de no intervención en el desarrollo natural de los fenómenos y de todos los acontecimientos en general?”

— “Así es, profesor; algo muy semejante a lo que decís. Por ello, precisamente, se ha hablado de apoliticismo anarquista a la hora de calificar estas sentencias y máximas de milenaria sabiduría política. Para el taoísmo, la mejor política es la que no existe: cuando mejor funciona el aparato estatal es cuando pasa desapercibido. Si reina un gobernante muy grande, apenas advertirá el pueblo que está reinando: “Por eso dice el gobernante perfecto: ‘Yo no hago nada, y el pueblo por sí mismo progresa; yo amo la clama, y el pueblo por sí mismo se endereza; yo no trabajo, y el pueblo por sí mismo se enriquece, yo nada ambiciono, y el pueblo por sí mismo vuelve al tronco en bruto” (Tao, 57c). Cuantas menos leyes, mejor: a media que se multiplican las leyes, prescripciones y prohibiciones, el pueblo es más miserable y aumentan las transgresiones y los delitos o incumplimientos de las mismas. O, por decirlo con las palabras del sabio: “Cuantas más interdicciones haya, más se empobrecerá el pueblo; cuantas más armas afiladas tengan los hombres, la nación estará más revuelta; cuanto más listos e ingeniosos [civilizados, artificiosos] sean los hombres, más monstruosidades aparecerán; cuantos más decretos y más leyes aparezcan, más bandidos habrá” (Tao, 57b) (7).

Chuang tsé

Recordad, en fin, estas palabras del sabio taoísta Chuang tsé (del IV-V a.n.e.): “Si alguien se ve en la ineludible obligación de hacerse cargo de un Imperio no hay nada mejor que la inacción [wu wei]; sólo por medio de la inacción puede conseguirse que la gente viva el curso natural de sus vidas”; o esta otra: “Luego el sabio dice: si yo me entrego a la inacción los hombres aprenderán a desenvolverse rectamente por sí mismos; si yo me entrego a la quietud los hombres hallarán rectitud por sí mismos; si no establezco normas, los hombres se beneficiarán; si yo me libero de deseos, los hombres permanecerán sencillos”.

Consecuencia de todo ello es su radical pacifismo, y un claro rechazo de toda apelación a la fuerza o de cualquier recurso agresivo a la hora de resolver cualesquiera conflictos y de toda forma de dominación violenta de unos individuos, grupos o pueblos sobre otros: “La victoria de las armas no es hermosa. Sólo quien goza en el crimen la estima hermosa. Los propósitos de los que gozan en el crimen no pueden prevalecer en el mundo” (Tao, 31b). La violencia es tan contraproducente entre las comunidades humanas como entre los individuos y, en definitiva, se revuelve siempre contra sus promotores: “Donde acamparon los ejércitos, nacen las zarzas y, tras las tropas, vienen inevitablemente los años malos” (Tao, 30a).

El ideal social al que el taoísmo conduce es el de una comunidad utópica e idílica de una multitud de pequeños reinos autárquicos, autónomos de vida pacífica, sencilla, austera y sin ambiciones excesivas, regidos por hombres sabios y santos. Una aristocracia hierocrática y paternalista en la que “el pueblo debe permanecer siempre ignorante” y feliz (en contraste con el centralismo autocrático y burocrático estatal propugnado -como seguramente estudiaréis, más adelante- por Confucio y el Confucianismo: son proverbiales las exigencias requeridas para formar parte de los funcionarios divinos en la política de ese gran maestro posterior (8).

Portada de Tao te Ching

Considero que el Tao te Ching es un libro que todo aquel que ejerza un cargo público debería tener como libro de cabecera. Entendería, entre otras cosas, por qué el castigo es contraproducente y cómo la excesiva ambición económica en individuos o pueblos promueve desorden, violencia y es causa de rivalidades enfrentamientos y guerras sin cuento. Sería bueno que Vds., que estudian politología, meditasen sobre lo que se nos advierte en un libro escrito hace aproximadamente 2500 años, sobre las nefastas consecuencias de la proliferación de artefactos técnicos y guerreros en manos de los gobernantes sin escrúpulos”.

Acabada su disquisición, creí necesario tomar la palabra para hacer constar que estas ideas políticas del Tao -que ciertamente influyeron en las teorías chinas sobre el gobierno y en una cierta concepción mágico-religiosa del poder- eran demasiado utópicas para que un gobierno pudiese adoptarlas de manera permanente o estable durante un largo periodo de tiempo. De hecho, sólo influyeron en la práctica política china a principios de la dinastía Han (206 a.n.e. hasta el 220 d.n.e.), esto es durante un corto periodo de tiempo, mientras que durante más de dos mil años el Estado Chino tuvo, por el contrario, un carácter confuciano (hasta Mao tse Tung y, es evidente, que hasta nuestros días). Por otra parte, las numerosas prohibiciones, disciplinas y rituales que exigía su dimensión ascético-espiritual, favoreció que los más prácticos, entre sus seguidores, se desviasen hacia el confucianismo -más mundano y conformista- y los más místicos lo hiciesen hacia el budismo, menos ritualista y más espiritualista.

— “No creáis por ello, sin embargo, —afirmó el profesor Cheng, retomando el discurso— que las ideas taoístas fuesen del todo desplazadas por las confucianistas en otros amplios y extensos aspectos de la vida cultural, social y económica chinas. Deben conocer que su influencia fue muy notable sobre la clase comerciante china, cuyo “dios de la riqueza” era taoísta y, sobre todo, es de notar su aportación al ámbito de la estética, del arte, la literatura y la poesía chinas (9). Se comprueba en su atención a los paisajes, la ausencia de retratos individuales, la representación pictórica de la naturaleza (plena de montañas, árboles, bambúes, flores, frutas, pájaros) orientada a revelar el ser mismo de ella, su esencia profunda.

Muchos autores, por otra parte, reconocen en el Taoísmo el mérito de haber hecho progresar la química y la medicina tradicionales chinas y, sobre todo, la dietética a través de la práctica de determinadas técnicas de inmortalidad (alimentarias, respiratorias, higiénicas) que, por vía de la alquimia, de la biología mística y de la macrobiótica, introdujeron en la medicina desde sus más remotos orígenes (10). Así, su descubrimiento de drogas analgésicas, hierbas medicinales, productos minerales, contribuyeron al fortalecimiento del cuerpo y la salud, a la evitación de la enfermedad, y el rejuvenecimiento o, al menos, retraso del envejecimiento. Trataron de encontrar, pues, el “elixir de la larga vida” (un intento semejante a la búsqueda de la piedra filosofal de vuestros alquimistas medievales)”. Cuando terminó de hablar, noté algo fatigado al profesor Cheng, su aspecto enfebrecido, sus orejas más grandes y enrojecidas, su rostro, en fin —más avejentado que de costumbre— revelaba cansancio o agotamiento, y pensé que tal vez fuese efecto de su esfuerzo en la sesión o consecuencia de un enfriamiento o proceso gripal incipiente, por lo que decidí finalizar la clase.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Carmelo Elorduy, El humanismo político oriental, op. cit., B. A. C., Madrid, 1976.

2) Existe, en efecto, un Orden interno en la Naturaleza, un Orden natural, que debe ser obedecido. Oponerse a ese Orden “es como plantarse enfrente de las olas del mar y ordenarles que no rompan en la playa u ordenar al sol que no salga”. Algo tan absurdo y nocivo como inútil.

3) Dice el Tao: “A la contracción precede necesariamente la expansión. A la blandura precede la dureza y la fuerza. A la ruina precede la prosperidad. Al quitar precede el dar” (Tao, 36a). El famoso dirigente vietnamita Ho Chi Minh (1890-1969) reflejaba así en uno de sus poemas, esta ley del Regreso: “La rueda de la ley / gira sin pausa. / Después de la lluvia, buen tiempo. / En un abrir y cerrar de ojos / El universo se despoja / de sus vestidos embarrados. / El paisaje se extiende como un brocado maravilloso / Por más de diez mil millas. Brisas suaves, flores sonrientes. / En los árboles, entre las hojas brillantes / Todos los pájaros cantan al unísono. / Los hombres y los animales se levantan renacidos. / Nada más natural: Después de la pena viene la alegría”.

4) He aquí algunos fragmentos sobre el wu-wei taoísta: “Más prudente es no hacer nada para vivir que estimar demasiado la vida (Tao, 23b). “La Ley del Cielo es vencer sin combatir, hacerse responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar, ser patente y tramar hábilmente” (Tao 69b). “Inacción que nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para ello. No b asta trabajar para ganar el mundo” (Tao, 48b). “Así el hombre perfecto llega sin dar un paso, nombra (conoce) sin ver, realiza sin hacer nada” (Tao, 43b).

5) Luis Racionero, Del Tao a Mao, Revista Triunfo. Marzo.

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6) Volvemos a señalar que todas las citas del Tao (anteriores y posteriores) proceden de: Lao Tsé, Tao Te Ching, en la versión y traducción de Carmelo Elorduy, La gnosis taoísta del Tao Te Ching, Monasterio de Oña, 1961. Edición bilingüe chino-español.

7) Salvador Pániker, El anarquismo como taoísmo, El País, sábado, 10 de julio de 1982.

8) Jean Levi, Los funcionarios divinos. Política, despotismo y mística en la China antigua, Alianza Universidad, Madrid, 1991.

9) Luis Racionero, Textos de Estética Taoísta, Barral, Barcelona, 1975; véase también: Chantal Maillard, La sabiduría como estética. China: Confucianismo, taoísmo y Budismo, en Historia del pensamiento y la cultura, nº 2, Akal, Madrid, 1995. Un bellísimo exponente de la poesía china clásica: Arthur Waley, Vida y poesía de Li Po, B.B.B. Seix Barral, Barcelona, 1968.

10) Mircea Eliade, El Chamanismo y las técnicas del éxtasis”, de 1951. El Taoísmo según Eliade tuvo un origen mágico-religioso de raíz Chamánica.

 

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Tomas Moreno Fernández,

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