Algunos se preguntarán el por qué del título, pero los jameños que aún recuerden a este profesional de la piedra, seguro que deducen el motivo: restos de piezas esparcidas por doquier hacen creer que estás precisamente en esas rocas que Antonio Escobedo fue horadando, día tras día, en Alhama, frente al molino de los Pérez y donde acudíamos los chaveas a bañarnos en la popular Acequia Alta: ¡Quién te ha visto y quién te ve!
Pero [ahora] estamos ante unas ruinas a miles de kilómetros y que en su día fueron parte de un importante centro religioso y comercial que, según las crónicas, se levantó 4.000 años antes de la fundación de la actual megalópolis cairota que alberga a casi 25 millones de almas y millones de vehículos en movimiento ininterrumpido. Menfis se halla a una treintena de kilómetros río arriba, fue una visita rápida, en cierta medida la parte arqueológica, al margen del Ramsés inacabado que nos encontramos nada más pasar el control y que los visitantes pueden admirar detrás de la baranda que lo circunda o desde la parte superior, tras subir la escalinata siempre atiborrada.
Fue la capital durante el Imperio Antiguo y en períodos posteriores a su esplendor faraónico. Su fundación [por Menes] se data en torno al 3100 a. C., desde aquí se controlaban las rutas del río y las terrestres que se introducían en el desierto en busca de algunos de los oasis de la inmensidad dorada; digamos que la ciudad fue, hasta bien entrado el período ptolemaico, un enclave administrativo y comercial que incluso convivió con el período tebano [véase Luxor].
Y como muchos cronistas escribieron, a pesar de figurar en textos de historiadores o geógrafos de la etapa griega [Plutarco, Herodoto o Estrabón, por ejemplo] pocas huellas de ese glorioso pasado quedan hoy día. La mayor parte de su esplendor fue expoliada de manera inmisericorde por los numerosos pueblos que la pisaron y, lo que quedó de ella, simplemente, desapareció bajo las crecidas del gran río que fertilizó la región que sirve de huerta para la gran metrópoli capitalina y la exportación.
Los pocos vestigios que han quedado los encontraremos en esa especie de Museo al Aire Libre cercano a la zona de Mit Rabina; lo más representativo es precisamente el pabellón donde está la estatua tumbada inacabada de Ramsés. En el espacio exterior, que funge como caótico e imaginario jardín, encontraremos numerosas esculturas, estelas, piedras labradas o la estatua de calcita que nos lo muestra sentado simulando un león que dicen [que] pesa nada menos que 90 toneladas, yo ni quito ni pongo rey: no intenté comprobarlo.
El guía recalca que es la más grande que se conoce realizada en ese material, y otras losas de la zona servían, dicen, para los preparativos de momificación de los bueyes sagrados de Apis antes de ser depositados en el yacimiento vecino de Saqqara que funcionó como la gran necrópolis de Menfis y al parecer estaría dedicada a Amenofis II, al parecer pasa por estar considerada como la segunda necrópolis más grande conocida, el podio lo encabezaría la de Giza.
Otra parte interesante está en las numerosas estelas que se localizan en la parte izquierda del lugar, allí tenemos ilustradas la unión de las provincias con las abejas [bithi] representando el norte y los papiros o flores de loto que representan al resto del país o la gran llanura que fue creando el río a lo largo de millones de años.
Digamos que el topónimo Menfis [algo así como “la perfección es estable”] poco tiene que ver con el esplendor de antaño, aunque quién sabe si la historia está aún incompleta y el día menos pensado no comienzan a aparecer piedras que lo devuelvan a su época dorada antes del declive en el III a. C., cuando se colocaba la primera piedra de la actual ciudad costera de Alejandría.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio