Gregorio Martín García: «Cosas de nuestro pueblo: Benalúa de las villas, 2/2»

Había algo que sí tenía nuestra villa, vistas desde distintos ángulos de enfrente: la Cará, la Loma Los Endrinos, el Santuario, Realengos y desde el mismísimo Morrón. Vista desde allá, desde esos puntos descritos, su panorámica me atraía y ejercía sobre mí un extraño encanto que hacía que siempre detuviera mis pasos para contemplarlo. Quizá fuera morriña, atracción por ser mi cuna, por ser el lugar donde hacía mi vida, más que por su hermosa figura.

Pero sí, sí había y hay algo en aquellas vistas que vale la pena contemplar. La suavidad de sus líneas, la perspectiva de sus moriscos tejados por sus chimeneas acompañados y el ordenado desorden de la construcción arbitraria de la mayoría de sus casas, con sus calles tortuosas sus fuertes contrastes de color; blancos cal, grises humo y color ladrillo o tapiar que no había sido enfoscado, con sus muros sin mortero con mechinales y agujeros en algunas paredes aun no acabadas.

Era un caótico conjunto de abstracta configuración y aspecto que cual puzles invita, por su complicada figura, a retarse a su composición. Gusta por largo tiempo de su contemplación para que su original estampa quede marcada en nuestra mente.

Diríase que se percibía su olor que hasta ti llegaba, sí, el olor a pueblo, el olor a lo nuestro: Ambiente, saturado de miles matices formado por sus habitantes humanos y sus animales. Cobertizos en gallineros transformados, palomares, pajares o cuadras, así como el humo de cada mañana.

Todo ello tamizado y filtrado por las alamedas arbóreas, sotillos ribereños de nuestro río, con pequeños meandros con sus líneas sinuosas y repetidas de verde bosque franqueados. Pero hete aquí que algo más enriquece dicha estampa observada y recreada desde aquellos puntos desde donde se divisaba, era el sonido ambiente que a toda bella vista debe acompañar como música de fondo:

El rumor del pueblo, el rumor de sus habitantes, el rumor y sonido de lo que en él ocurre cada momento, de los pregones fuertes con afónicas voces de los vendedores ambulantes que su mercancía venden por las calles del pueblo. Del cómputo de todo, te formas un escenario en tu mente que idealiza aquel sitio donde vives y más te atrae a pesar de sus defectos. Aquello era «el Pueblo “como cariñosamente solemos a él referirnos, sobre todo, cuando fuera y alejados de él estamos.

Abrazada y recostada en el Cerro, con sus viviendas algo alineadas y arquitectura más cuidada, que han ido apareciendo, ampliando la zona de los Barrios Altos y del Aljibe. Casas labriegas, algunos chalés construidos y con sus jardines y bella vista a los lejanos campos desde donde antes las vimos. Es preciosa panorámica las sierras del pueblo, Las Cabañuelas el valle del río y al fondo la sierra Colomera. Abajo y, de alfombra, los pinares del pantano también dejan su impronta.

 

Aunque en mi retina todavía perdura el serpenteante curso de nuestro río, hasta que en Las Juntas recibía al del Saladillo. Bellas y arbóreas riberas llenas de verde y pobladas de plantas que ocupan las aves y hacen su vida desde que nacen. Enriqueciendo con sus cantos y trinos aquel ambiente que hoy no existe Está limitada, al sur, por nuestro río, siempre fiel compañero y dador de sus aguas a nuestras fértiles tierras y huertas.

En los últimos cincuenta o sesenta años nuestro pueblo ha dado una fuerte crecida urbana, formándose nuevos barrios, como son: El de La Carretera Alcalá, con algunas buenas y bonitas viviendas que ocupan parte baja y otra más alta en lo ya llamado «La Cará». Donde siempre hubo una pequeña noguera junto a la carretera que servía como punto de encuentro y que conocíamos como «Noguerilla de Eufrasio». Unos ciento cincuenta metros pasados el viejo y conocido Puente de Tablas. El barrio que algunos paisanos llaman como «El de Campotéjar» por estar junto a la carretera que a dicho pueblo nos lleva.

En este rincón del Mundo, vine a la vida, en este lugar crecí. En este lugar viví, aquí jugué, aquí aprendí, fui enseñado, educado en el seno de una familia más del pueblo. Los hombres del poblado, agricultor o peón o cualquier otra función relacionada con el campo, era el fuerte e incansable trabajo a que se dedicaban ellos a falta de distintos empleos. Las mujeres del lugar cargaban con el trajín de la casa en un duro trabajo, sin agua corriente, sin electrodomésticos que paliaran aquellos esfuerzos diarios y largas jornadas en el río lavando ropas y trapos. Todo ello agravado con la crianza de los hijos, su alimento y cuidado y preocupada también de sus buenos modales y educación.

Cuando aún no asistían al colegio, por entonces se comenzaba a asistir a los tres o cuatro años, te «apuntaban» y comenzabas en la escuela «Chica», no por sus dimensiones y capacidad, sino por los alumnos que la ocupaban. Siempre, sin dejar de ser un pueblo pequeño de no mucha riqueza colectiva. Si que ha cambiado. Si que ha crecido y mucho ha mejorado desde su gran plantel de olivos, ejemplo de pueblos vecinos que, ha aumentado la riqueza individual del pueblo ya que sus fincas de árboles aceituneros están bien repartidos y escasos aquellos vecinos que no tengan su pequeña o mediana finca de olivos.

El Olivar y su cooperativa aceitera San Sebastián, han venido a cambiar, y de qué manera, la vida social y económica de toda la villa. Con pujante fuerza se transforman y mantienen gran esperanza en su mar de olivos.

Benalúa de las Villas, que a todos los que admites en tu ámbito social lo conviertes en “Hijo dulce de Dios” por ser lo que dice el significado de tu hermoso nombre heredado de aquellos que un día poblaron tus tierras cultivaron tus vegas y comenzaron a crear y habitar el pueblo de Benalúa la de las siete Villas.

 

 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Cosas de nuestro pueblo: Benalúa de las villas, 2/2»»

  1. Francisco Avila

    Escelente tú relato de lo que fue es y será nuestro querido pueblo desmigando paso a paso lo geográfico lo tradicional y lo humano como alguien dijo un lugar para comérselo no digo mas elogios para no distraer al lector .

    1. Gregorio Martín García

      Ya, hablando de Benalúa, la de las Villas, esa que todos sus hijos son predilectos de Dios, nos quedamos embobados recordando su pasado y también del presente de los que allí nacimos y nuestras vidas hicimos con gran satisfacción. Un abrazo Paco, para ti que también eres de los de allí.

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