Gregorio Martín García: «Desde Benalúa, la de las Villas, a Moclín, el del Señor del Paño, 2/3»

Cuando me levanté con la ayuda de mi madre, desayuné y me puse a las órdenes de mi padre, ya estaba todo dispuesto, hasta unos vecinos que vendrían con nosotros en el mismo grupo ya esperaban en la puerta, poco después se unieron varias mujeres del pueblo que habiéndose enterado de que mi padre a la feria y fiestas de Moclín iba, se apuntaron para acompañarnos y que mi padre les sirviera de compañía y valedor de buenas costumbres de aquellos tiempos.

Las citadas mujeres iban, a solo efecto, de cumplir promesas que les habían hecho al Señor del Paño por supuestos beneficios logrados e, incluso una de ella lo hacía porque su abuela, antes de morir, cogiéndola del brazo le hizo jurar que cumpliría la promesa de visitar al Cristo de Paño, ya que a ella le fue imposible en vida cumplirla.

Que cosas más raras, me dije cuando me enteré yo.

Después mi padre me explicaría en qué consistían las dichas promesas que iban cumplir las vecinas del pueblo.

Para mí el camino era fascinante. Tomamos la carretera de las minas, pasamos cerca del cortijo Mancilla, el del Saladillo y pronto llegamos al de Los Poyatos. Allí se agregaron al grupo parientes de alguien de los que íbamos, que ya era un respetable grupo, con varios mulos enjaezados con buenos aparejos, algún caballo y yegua. Diez o doce hombres y aquellas seis mujeres. Casi tumulto formábamos, entre charlas y risas hacíamos el camino.

Ruta Moclin-Benalua por el cortijo Saladillo

Para mi todo nuevo era, un descubrimiento representaba cualquier sierra cualquier monte, casa o cortijo que no conociera, nos acercamos a los pueblos de Tozar y Limones, alguien advirtió que en esos pueblos dan “valla” a los viajeros de paso, tened cuidado no os enfadéis, seguir la broma. Pocos sabían de qué se trataba, pero pronto supimos que era. Nada más comenzar a entrar en dichos pueblecitos, toda la gente que con nosotros cruzaba y las amas de casa que asomadas a sus puertas también participaban de algo que a mí me pareció añejo, cateto y absurdo…todos a una comenzaron a dar “valla” y eso consistía en a voces corear, sobre todo a las mujeres que montaban alguna bestia: “Apea que se mea” …” Apea que se mea” …y no paraban seguían y seguían.

Algo más tonto y castroja no he vuelto a ver en mi vida, daba vergüenza ajena, pero mira tú… era una tradición de aquellos pueblos y en aquellos tiempos en que ya existían los escraches. ¿Perduraran todavía? si así fuera, no lo creo, triste sería.

(RAE. 1. f. Burla o mofa que se hace de uno o chasco que se le da. Dar una vaya.)

Ante nosotros se presentaba una gran pendiente con suelo arenoso y un gran derrumbe o corrimiento de tierras a la izquierda. Se cambió de actitud en el grupo cuando se comentó que subiendo la cuesta veríamos Moclín. A pesar de no ir cansados porque el camino fue una delicia, al menos para mí, todos nos alegramos. Un joven del cortijo Los Poyatos que montaba una yegua, la espoleo y dando una corta carrera se puso a la vista del pueblo de Moclín, dio una voz y así nos lo comunicó, fuimos llegando a dicho punto, lo primero en ver fue el cuasi destruido castillo y la ermita del Cristo del Paño. Mi padre al tiempo que se santiguaba, me lo indicó. Esa estampa que vi, la tengo muy grabada en mi mente. Aquello que tanta fama tenía, aquello que la gente tanto de él hablaba, aquello estaba frente a mí y por esa categoría que le daban quedó impreso en mis recuerdos.

Vista aérea de Moclín ::IDEAL

Al comienzo de lo que decían era la calzada que subía a la ermita, había una vieja y gran posada. No sé cómo lo haría, pero mi padre ya tenía reserva en ella. No solo para nosotros, sino para casi todo el grupo, especialmente las mujeres que nos acompañaban.

Era una enorme habitación sin apenas mobiliario, tan solo un retrete no muy distante y varias sillas de anea en regular estado.

El gentío que ya ocupaba el pueblo era motivo suficiente para que muchas de aquellas gentes no encontrarán cobijo en ningún lado.

Nos acomodamos, cada cual en un rincón del gran habitáculo y enseguida, tras un ligero aseo, nos fuimos a la calle.

Lo primero que mi padre propuso fue subir al santuario a visitar a Cristo. Quedé absorto, quedé anonadado y enormemente impresionado. Cuando vi que flanqueando la calzada una larguísima fila de pobres, inválidos, tullidos y desgraciados, pedían una ayuda con caras circunspectas, aspavientos aireados y voces desgarradas que estremecía corazones y el alma la asaltaban.

Y seguían y continuaban aquellas filas de desafortunados sentados a ambas orillas de aquel “Vía Crucis”, de lamentos y miseria y de algún que otro espabilado que aprovechando el momento ocupaba lugar y asiento, en medio de aquellos desgraciados.

Un hombre avanza de rodillas para cumplir una promesa

Pero había algo más que no entendía mi mente de niño de casi ocho años. algo a lo que no hallaba explicación y era porque aquello no cabía en ningún recoveco de mi ser. A dónde se dirige aquella innumerable gente que con cara muy dolorida con su cuerpo encorvado sus rodillas ensangrentadas por llevarlas por el suelo arrastradas caminan de rodillas por un familiar acompañado con carácter cariacontecido que intenta alentar al sacrificado diciéndole una y otra vez que faltaba poco para llegar.

Le tuve que preguntar a mi padre qué significaba aquello, él por haberlo visto muchas veces no le atenazaba su alma aquello que vivíamos. -Son gente que cumplen promesas por agradecimiento al Cristo que le ha concedido una de sus peticiones o son por ofrecimiento y petición de algo muy importante que necesita. Me dijo.

Yo casi seguí igual, no lo entendía y decidí pasar de aquello. Los paseantes que circulaban por la calzada de vez en cuando daban alguna limosna a aquellos.

La ermita estaba total y absolutamente llena. No cabía un alma más, desde la puerta vimos el Cuadro del Santo Cristo del Paño y dejamos para mejor momento la visita. Mi padre recordó los avisos de mi madre: -” ten cuidado con el niño”. Un montón de veces le repitió y aquello a mi padre no le cayó en saco roto, además de que él se cuidaba muy mucho de tenerme siempre a su lado y pendiente.

Los romeros, algunos y no pocos, sentían una gran devoción por el Cristo del Paño, casi fanatismo era, bastantes hasta lloraban ante el bendito cuadro. Cosa extraña también para mí, nunca había visto un santo colocado sobre unas andas y pintado en un cuadro.

Todavía nos dio lugar para bajar y dirigirse a la feria de ganado. Desde allá arriba la veíamos casi por completo y en verdad que era enorme y extraño ver tantísimo ganado y mucha gente entre ellos ocupando aquel enorme campo. Un movimiento dinámico pleno de prisas y contrastes llenaba todo aquello de un halo tan extraño como bello y tan de la época.

Gitano en trato mira la dentadura de un burro

Un rumor casi vociferante llegaba hasta nosotros, voces de muleros arreos de yunteros y llamadas de porqueros y pastores que trataban de mantener unidos a sus ganados. Unos compraban haces de maíz verde para alimentarlos, a buen precio vendían. Otros acercaban sus animales a un enorme pozo que con varios hombres fornidos y sudorosos no dejaban de sacar cubos de agua y vaciarlos en una pila donde bebía el ganado.

Gitanos y castellanos, calés y otras razas, allí había de todo en los tratos y en los cambios, todos se afanaban por comprar lo mejor y si alguien se descuidaba seguro que le engañaban, ya que en el trato permitido está casi todo es por ello, por lo que muy atento al desarrollo de lo que se trata porque allí hay profesionales del engaño y ladrones arrejuntados de las todas partes de España.

Toda la tarde estuvimos recorriendo aquel campo. Aquí cabras y ovejas a su lado varios asnos. En un gran corro de gente, había unos gitanos que intentaban vender un borrico a un señor algo despistado. Le miraban los dientes, le levantaban las patas y terminaban dando en su lomo una gran palmada. Entre charla y más charla los calés querían el borrico al pueblerino colocar a un precio algo caro considerando que dicho asno no valía para “ná”. Una pareja de guardias civiles que se acercaban al lugar hicieron que los gitanos, con su borrico de reata, se perdieran del lugar.

 

Mi padre y hermano charlaban con conocidos que se encontraban allá. Yo mientras tanto no dejaba de mirar y por más que miraba no acababa de creer ni de entender lo grande que era el mundo para organizar aquello que yo nunca esperaba.

¿De dónde salió tanto mulo, tanto burro y aquel sin fin de animales? ¿De dónde viene tanta gente?

Todos eran diferentes, cada cual se comportaba con formas muy distintas y costumbres dispares. Se formaba tal tumulto y desorden organizado que parecía el fin del mundo más que un mercado.

Cerca de nosotros y de improviso se formó una pelea. Cuatro o cinco amenazaban a otros tantos que repetían que en el trato les había engañado. La cosa se ponía muy fea cuando uno de ellos cogió una hoz que había de cortar el verde de maíz al ganado, fue en el mismo instante en que se oyó una sirena de fuerza de seguridad lo que hizo que casi todos los que peleaban se perdieran del lugar.

Alumbrado de fiesta

Era la tarde. Comenzaban a encenderse unos arcos de luces de colores maravillosos y mucho más bonitos y grandes que los de mi pueblo. Nos fuimos al centro del pueblo a su calle principal, llena de tenderetes, terrazas y bares y apartados a un lado en una placeta había varios columpios en los que mi padre me montó, fueron los coches de choque los que más me gustaron. Unos ricos bocadillos con unas cervezas para ellos y coca cola para mí fue suficiente para darnos por cenados, recuerdo una copla que cantaban insistentemente en la verbena de al lado, era algo así como: –Será una rosa será un clavel, en el mes de mayo te lo diré. Y repetía…será una rosa será un clavel, en el mes de mayo te lo diré.

La verbena estaba muy animada, la juventud la llenaba. Y la canción de moda de la rosa y el clavel, muy a menudo tocaban y no dejaba de sonar.

[Continuará. /…]

 

 

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

3 respuestas a «Gregorio Martín García: «Desde Benalúa, la de las Villas, a Moclín, el del Señor del Paño, 2/3»»

  1. Francisco Avila

    La feria de Moclin en honor su patrón el señor del paño, una mezcla de recogimiento fervor fiesta gastronómica negocios del ganado y como no sus casetas y berbenas el único aliciente para un pueblo que no acababa de despegar económica y cultural mente yo bien niño pude ver sin saber muy bien su significado seguimos espectantes él próximo relato que será mas interesante que los anteriores.

    1. ENCARNACION RAYA

      Gracias por mandarme el artículo de tu padre,mi madre también me contó lo de las fiestas de Moclin, para ellos era todo un acontecimiento,es bonito recordar nuestro pasado.Un beso al cielo.

  2. Francisco Avila

    Hasta siempre amigo Gregorio descansa en paz.

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