El ensayo como genero de pensamiento y expresión de la autoconciencia (4)

IV. Elogio de la imperfección (*)

Sylvia Plath, la gran poeta estadounidense trágicamente desparecida a la edad de treinta y un años, que conoció profundamente la maldición del “perfeccionismo”, llegó a escribir un célebre poema que comenzaba así: “La perfección es terrible, no puede tener hijos” (1). Por experiencia hemos comprobado que tratar de lograr la plena “excelencia” o “perfección” en cualquier asunto de la vida, del conocimiento o de la creatividad nos puede llevar al fracaso o a la infertilidad. La búsqueda de una relación o de un amor perfectos, de una teoría científica definitiva e irrefutable, de una obra de arte acabada e impecable, de un poema definitivamente logrado —“¡No le toques ya más, / que así es la rosa!”, como diría J.R.J.— puede, efectivamente, hacernos desembocar en la inacción o en la ineptitud más insuperables y frustrantes.

Hay, sin embargo, quien se siente confortable y feliz asumiendo la imperfección como algo “perfectamente” consustancial —valga el juego de palabras— con la naturaleza humana, como la gran poeta polaca Wislawa Szymborska, Premio Nobel de literatura de 1996, que tanta atracción y asombro sintiera por obras de arte mutiladas, deterioradas o inconclusas. La mutilación o inacabamiento de un hallazgo arqueológico, de una escultura clásica, de un mosaico antiguo, la llevó en muchas ocasiones al éxtasis de la vivencia contemplativa o le sirvió de fértil inspiración poética. En su bellísimo y famoso poema “Estatua griega”, nuestra poeta eleva la mutilación y el deterioro de una antigua y clásica estatua, un simple torso clásico fragmentado o desmembrado, a obra de arte estéticamente admirable y digna de merecido elogio:

Con la ayuda de la gente / y otros elementos / el tiempo ha hecho con / ella un buen trabajo. / Primero eliminó la nariz, / después los genitales. / Luego los dedos de los pies, / con el paso de los años / los brazos, uno tras otro, / el muslo derecho y el / muslo izquierdo, / los hombros, las caderas, / la cabeza y las nalgas, / y lo ya caído lo ha hecho pedazos, / escombros, residuos, / arena […] (2).

En esa misma situación de fascinación se encontraría A. Muñoz Molina —según nos cuenta en un precioso y reciente libro— ante las obras literarias inacabadas o fragmentarias “que sus autores no llegaron a terminar, que ni siquiera ensamblaron ellos mismos, porque las dejaron abandonadas, o porque murieron sin tener tiempo de completarlas”, como Poeta en Nueva York de García Lorca, la Obra de los Pasajes de Walter Benjamin, el Libro del Desasosiego de Pessoa, algunos “libros asombrosos” de Simone Weil o Los Cuadernos de Camus o los de Cioran (3)

‘El pulgar del panda’ de paleontólogo estadounidense, Stephen Jay Gould

También, desde una perspectiva científica stricto sensu, la imperfección ha sido percibida como un ingrediente a tener en cuenta en cualquier investigación empírico-natural. El gran paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould ya destacó sus bondades. Nos hizo notar, en su obra El pulgar del Panda, lo que podríamos denominar el papel positivo de la imperfección en la evolución (4). En su memorable libro el famoso teórico del equilibrio puntuado se propuso un desafío directo a la hipótesis de la existencia de un supuesto diseñador o guía divino del proceso evolutivo. Al preguntarse por qué una deidad creadora iba a diseñar un dedo pulgar como el del Panda —hasta tal punto defectuoso en su forma, rígido, sin apenas posibilidad de flexión u oposición, y saliendo de la muñeca— pudiendo haberlo hecho con la máxima eficiencia anatómica y funcional posibles, puso de manifiesto la falacia de la hipótesis. Si verdaderamente ese planificador divino hubiera sido un diseñador óptimo y eficiente no tendría que haber concedido para los osos Pandas ese extraño pulgar que desafía cualquier interpretación funcional, teleológica o finalista del mismo, al carecer de la mínima ventaja adaptativa.

A lo largo de la evolución, sin embargo, cambiaría sorprendentemente su primigenia e inútil “deformidad” al mudar su alimentación, porque esa misma deficiencia le posibilitó sujetarse y desplazarse por las ramas de los árboles para alimentarse de bambú, permitiendo así su supervivencia (5). Con el pulgar del Panda emergió una nueva conducta, esta vez funcional, pero ni diseñada ni prevista por la selección natural: se había producido, en lenguaje gouldiano, una “exaptación”, poniéndose así de manifiesto que esas aparentes –y frecuentes- imperfecciones hacen de la naturaleza más que un divino artífice “una magnífica chapucera”.

 Werner Heisenberg, ganador del Nobel en 1932

Ni siquiera ciencias “duras” como la física o “exactas” como las matemáticas se librarán de contar, como uno de sus posibles ingredientes azarosos, con la noción de “imperfección”. Werner Heisenberg nos lo evidenció con el Principio de indeterminación o de Incertidumbre de la mecánica cuántica (que establece la imposibilidad de conocer simultáneamente la posición y la velocidad del electrón, impidiendo determinar su trayectoria) y Kurt Gödel, con su principio de “incompletud” o “incompletitud” (vocablo perteneciente al léxico de la lógica y de la matemática para significar una propiedad de los sistemas lógicos en los que cualquier expresión cerrada no es derivable dentro del mismo sistema, o para designar una teoría deductiva en la que existe una fórmula que no es demostrable ni refutable) sin que se resintieran ambas cuestionadas en sus fundamentos más profundos y esenciales por ambos principios.

Se cuenta, por otra parte, en un conocido libro del antropólogo cultural Clyde Kluckhohn, cómo uno de los principios básicos de la cultura navajo es el del “temor a la conclusión” o finalización lograda y perfecta de un artefacto salido de las manos de su artífice, menestral o constructor. El miedo al acabamiento o perfeccionamiento definitivo de algún objeto, fabricado por el hombre, es un tema o motivo recurrente en su cultura y su influencia puede descubrirse en muchos contextos que no tienen ninguna relación explícita: “Los indios navajos dejan siempre sin terminar una parte del dibujo en un cacharro, un cesto o una manta. Cuando un hechicero instruye a un aprendiz deja siempre sin contar un poco de la historia” (6).

Es, sin embargo, en la cultura japonesa donde este principio alcanza su esplendor o apogeo con el denominado Wabi-sabi, término japonés —procedente de la combinación entre Wabi, “la elegante belleza de la humilde simplicidad”, y sabi, “el paso del tiempo y el subsiguiente deterioro”— que expresa un concepto o idea que celebra el gusto por lo incompleto y mudable de las cosas modestas y humildes y que remite a una visión estética de la imperfección como belleza fugaz, pasajera e impermanente y a un modo de entender positivamente lo defectuoso o inacabado. Concepto, en fin, que consagrará toda una forma o manera de ver el mundo, característica de la cultura japonesa.

El significado de wabi sabi

Visión peculiar del mundo ésta, que comporta una aceptación relajada de lo transitorio fundada en la convicción serena y resignada de que todo cuanto existe y acontece está sometido al cambio y al deterioro natural por el paso del tiempo como “el esparcimiento desordenado de las hojas y pétales del jardín en otoño”, “el musgo que crece irregular en la pared del patio” o “la curvatura del árbol, debida a las acometidas del viento”. En consecuencia, nada de ello debe ser percibido como error, devastación o desarmonía, sino como simple efecto de la naturaleza. Recordemos cómo en la ontología taoísta la perfección se considera equivalente a lo acabado, concluso, terminado, pues es un estado —“perfectus”, participio perfecto de perficio-ere: hecho, completado o fenecido— en el que ya no puede producirse ningún crecimiento o desarrollo adicional. Además, mientras nos “esforzamos” por crear cosas “perfectas”, y tratamos de “preservarlas”, negamos su propósito y nos privamos de la “alegría” que viene con el cambio y el crecimiento sin pausa, señales indisociables de la vida (7).

En su novela Fractura Andrés Neuman (8), con fascinante narrativa, nos sorprendía hace apenas dos años, utilizando este mismo leitmotiv japonés de la “belleza que surge de las cosas rotas” como hilo conductor de las fragmentarias, por rotas, historias amorosas del enigmático señor Watanabe, su protagonista. Y también el inolvidable escritor y economista José Luis Sampedro, en su discurso de ingreso en la RAE (2 de junio de 1991), aludía a esta concepción estética y ontológica, evocando la historia de un monje de un monasterio japonés que dedicó toda su vida  a perfeccionar minuciosamente el pequeño microcosmos de su jardín. Al final logró la perfección anhelada del mismo. La víspera de la anunciada visita de su abad, notando que algo le faltaba al jardín de sus desvelos, tuvo una inspiración: se acercó a uno de sus cerezos, lo sacudió con cuidado y logró desprender de  una rama la primera hoja. Cayó despacio. Se convirtió en una mancha amarillenta sobre el impoluto verdor del césped. El apólogo termina así: “El jardín perfecto quedaba completado con la imperfección. Ahora sí representaba el cosmos».

Andrés Neuman y Álvaro Salvador (dcha.), en el Ateneo de Granada en marzo de 2019. PEPE MARÍN

El tema de la imperfección no se agota con estas alusiones poéticas, heurísticas, antropológico-culturales y estético-literarias hasta ahora aludidas. En el ámbito epistemológico la pretensión de alcanzar la verdad absoluta, perfecta, la hybris de lograr el conocimiento indiscutible, aboca también normalmente al más estrepitoso de los fracasos. La confusión de lenguas babélica es uno de sus referentes bíblicos más célebres al respecto. Fue, en este sentido, el ilustrado alemán Gotthold Ephraim Lessing, en Natán el sabio, quien con más lucidez supo disipar o desbaratar esa prometéica o fáustica aspiración humana a la posesión de la perfección cuando nos propuso este dilema y su inteligente resolución:

—Si Dios presentara en su mano derecha todas las verdades, y en su izquierda no más que el impulso continuamente avivado hacia la verdad, aún con la condición de que iba a equivocarme siempre y eternamente, y si me dijera: ¡Escoge!, yo me echaría humildemente hacia su izquierda y le diría: Dámela, Padre: la verdad pura es solamente para Ti (9).

Esta temática nos remite, finalmente, a otra dimensión más profunda aún de la naturaleza humana, esta vez de carácter ontológico y ético-existencial. La gran científica italiana neurofisióloga (Nobel de Medicina de 1986) Rita Levi-Montalcini tiene una obra, Elogio de la imperfección, en donde incide precisamente en esa noción y no para lamentarse de ella sino para ensalzarla como rasgo identitario de la «condición humana» (10). En su Epílogo (dedicado a Primo Levi) se pregunta si “es justificable urdir, desde una meditación sobre la aberrante conducta del homo sapiens-sapiens, un elogio de la imperfección”, una vez constatada la inalterable disonancia inscrita en las entrañas mismas de la naturaleza humana —siempre oscilando entre el tormento y el éxtasis, el horror y la gloria– como puso de manifiesto la trágica experiencia de Auschwitz, vivida y narrada por Primo Levi en “Si esto es un hombre”. Su respuesta, aun reconociendo la imperfecta urdimbre con la que estamos “fabricados” todos los seres humanos, está sin ninguna duda preñada de esperanza:

Al lado de los millones de individuos que llevan el estigma de esa disonancia […] y que por cobardía se prestaron a colaborar con sus propios verdugos, hubo y hay a través de los siglos millares de otros que no se rindieron ni ante la tortura ni ante la muerte, y que mantuvieron viva la llama de la esperanza […]. Tú fuiste uno de ellos, Primo. Tú que explicaste a Jean, tu joven compañero, que no entendía el italiano y que había sido arrojado como tú al infierno de Auschwitz, el significado de la advertencia de Ulises, que a vuestros oídos sonaba como la voz del propio Dios: “Considerate la vostra semenza: / Fatti non foste a viver come bruti… (11).

Portada de Elogio de la imperfección,  de Rita Levi-Montalcini

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Sylvia Plath, The Munich Mannequins, Ariel, Londres, Faber and Faber, 1965, p. 74. Hay traducción en castellano, Ariel, Madrid, Hiperión, 2ª ed., 1989.

2) Wislawa Szymborska, Antología poética, traducción de Elzbieta Borrtklewicz, Colección Visor de Poesía, 2015.

3) Antonio Muñoz Molina, La invención y el azar, Editorial Alhulia, Mirto Academia, nº 100, 2020, p. 114.

4) Stephen Jay Gould, El pulgar del Panda, Planeta, Barcelona, 2012.

5) Al abandonar su alimentación carnívora originaria, para sustituirla por otra herbívora sobrevenida.

6) Clyde Kluckhohn, Antropología, Breviarios FCE, México-Buenos Aires, 1949, p. 48.

7) Dicho punto de vista está frecuentemente presente en la arquitectura y en la estética japonesas. La estética Wabi-sabi, influenciada por el Taoismo chino, por el budismo-zen y por la filosofía Mahayana, enfatizará la aceptación y contemplación de la imperfección: el fluir constante de todo lo natural y la impermanencia de todas las cosas. La música tradicional de los monjes zen para shakuhachi (Honkyoku), los arreglos florales (Ikebana), los jardines zen y bonsáis, la poesía japonesa (haikus), la ceremonia del té y la cerámica y alfarería japonesas (Hagi ware), reflejarán en gran medida esa estética minimalista y cálida.

8) Andrés Neuman, Fractura, Alfaguara, Barcelona, 2018.

9) G. E. Lessing, Natán el sabio, Espasa Calpe, Madrid, 1985. La traducción del pequeño fragmento es nuestra. Vid. también Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Acantilado Bolsillo, Barcelona, 2013, p. 133,

10) Rita Levi-Montalcini, Elogio de la imperfección, Ediciones B, Barcelona, 1989.

11) “Considerad la simiente de que nacisteis: no fuisteis hechos para vivir como las bestias” (Dante, Infierno, Canto XXVI, vv. 118-119).

TOMÁS MORENO FERNÁNDEZ

(*) Este ensayo se publicó en el Boletín de la Academia de Buenas Letras de Granada, Nº 16, Enero-Junio, 2021, pp. 153-156.)

 

 

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