Para la Pedagogía Andariega, afanada como está en la búsqueda de recursos didácticos que cumplan la función de mediadores entre la realidad y los intereses de los muchachos, entendemos que los museos, y particularmente los de ciencias, resultan especialmente idóneos. Es aquí donde lo inesperado, lo asombroso y experimentable adquiere su punto álgido. “Gabinetes de curiosidades” o “Cuartos de las maravillas” llamaban en el siglo XVII a los lugares donde se exhibían los descubrimientos de la época.
Hasta hace poco se decía que los adolescentes sólo encontraban una cosa más aburrida que ir a un museo: ir a la escuela. Hoy, sin embargo, “ir de museos” supone una de las mayores alegrías que puede darse entre escolares, tanto por el hecho de salir fuera, como por lo que les espera dentro.
Según la definición del Consejo Internacional de Museos de la UNESCO (1984), el museo es una institución al servicio de la sociedad, abierta al público y que realiza investigaciones sobre los testimonios materiales de la humanidad y de su medio ambiente, adquiridos, conservados, comunicados y expuestos para fines de estudio, educación y disfrute. Claro que no todos los museos son iguales pues ni tratan los mismos asuntos, ni disponen de los mismos fondos, ni cumplen los mismos objetivos y, sobre todo, algunos apenas cuentan con medios para resultar didácticos y atractivos. Sin embargo, un trasfondo les une: el orgullo de conservar, el deseo de mostrar y las ganas de ser reconocidos como útiles para el devenir de la sociedad.
Con todo, hay un tipo de museos anodinos al que se recurre cada vez más y que conllevan “la ventaja” de no tener que salir fuera de las aulas: son esos que, bajo el marchamo de Recursos TIC pretenden “replicar los procesos de una investigación científica real: observar, comparar, registrar, establecer hipótesis y conclusiones”. Recursos que, en las edades más bajas, yo clasifico como auténticas “chuches del saber”: atractivas, que entretienen, elaboradas con ingredientes sofisticados…, pero que, al final, en vez de saciar con buenos ingredientes el hambre de saber, lo perjudican y engañan.
Está claro que el interés por las cosas surge en el seno familiar y social: si en mi casa y en mi barrio el fútbol es el centro de atención social yo coleccionaré cromos de futbolistas y si a mi padre le gustan los coches o es cazador, yo coleccionaré figuritas de vehículos o de animales en miniatura.
Los museos de proximidad, a diferencia de los Grandes Complejos, los Zoológicos o los Parques temáticos ofrecen una inusitada ventaja: están al alcance de la mano, son gratuitos, conocemos a sus conservadores y lo mejor de todo: son depositarios del saber de la comunidad científica cercana.
Justo hace unos días, espoleado por el interés que tenía en saber de su oferta didáctica, visité el Museo de Ciencias del Instituto decano de Granada, el “Padre Suárez”. Y lo hice de la mano de una persona exquisita, su responsable Emilio Padilla.
El Museo se vertebra en torno a exposiciones que muestran colecciones de las Cátedras de Historia Natural, Agricultura, Física y Química, Geografía, Matemáticas, entre otras disciplinas. Una gran sala, dedicada al profesor Martínez Aguirre, alberga colecciones de aparatos e instrumentos interesantísimos. En otra sala me llamaron especialmente la atención los modelos anatómicos del Dr. Auzoux que, elaborados artesanalmente, constituyeron en su día un preciosísimo material de aprendizaje.
Se trata de un museo de los que dicen de Segunda Generación, es decir, de los que cuentan con un fondo histórico expuesto en vitrinas, pero al que se intenta dar una utilidad didáctica. Se facilitan visitas guiadas de escolares y público en general, se llevan a cabo talleres monográficos, se colabora con investigadores y animan al alumnado a participar en certámenes y proyectos…, además de las tareas propias que conlleva toda conservación: mejora de las exposiciones, recuperación y restauración de elementos y el propio mantenimiento de las colecciones.
Gestionar un museo de estas características sin ser catalogado como tal, es decir, sin percibir ningún aporte económico fuera de los que, con mucho aprieto, destina el propio Centro, viene a resultar tarea más propia de románticos voluntariosos que de un recurso de primer orden que hay que mimar ya que atesoran material de un altísimo valor documental y científico.
Resulta paradójico y relevante, el poco interés que muestran las autoridades y la sociedad que les aúpa en conceder a esta pedagogía museística el valor y el mérito que tiene. Se puede argüir que para eso ya está el Parque de las Ciencias, precisamente con sede también en Granada. Un Parque, éste, que de forma meritoria reúne todas las rúbricas de calidad exigidas por un Museo de tercera generación y donde se interaccionan ciencia, tecnología, sociedad y el medio ambiente a partir de situaciones que preocupan actualmente. Lo que no se dice es que este tipo de instalaciones mastodónticas y globalizadoras están lejos de ofrecer la necesaria cercanía que precisa una Educación sosegada y al alcance de la mano. Una Educación espontánea (durante el tiempo que permanecí allí parejas de alumnos venían por gusto y durante el recreo a interesarse por piezas determinadas) que esté al servicio de las necesidades específicas tanto de niños y jóvenes como de profesores.
La Pedagogía Andariega, ya lo anunciábamos, tiene como misión favorecer el conocimiento, poniendo en contacto a niños, muchachos y profesores con talleres artesanales, industrias, comercios y organizaciones sociales de la comunidad que habitan. Es precisamente en este tipo de museos donde encontramos el complemento científico perfecto que aquellos, atareados en la producción, no saben o no pueden aportar.
Si pretendemos una educación motivadora, que participe de la vida económica y cultural del entorno en el que circunscribe, está claro que necesitamos de recursos como éste. Si queremos que los alumnos palpen, midan, experimenten poniendo en ello los cinco sentidos, estos lugares debieran tener la posibilidad de ofertar espacios, fondos y materiales suficientes para resultar didácticos y atractivos.
Mantener a los alumnos encerrados en sus aulas, ya delante de un libro, de un profesor o de un ordenador atiborrado de tutoriales digitales no supone construir ciencia y, aún menos, colaborar en tomar conciencia de la realidad y sus necesidades. Necesitamos por lo tanto un conocimiento vivencial. Ese que se basa en la manipulación y la experimentación. El que, en las edades tempranas de que hablamos, propicia la intervención, la creatividad y el espíritu de mejora. Y para todo ello instalaciones y ofertas como la que nos hace este Museo del “Padre Suárez”, nos resultan absolutamente imprescindibles. ¡Una ayuda, por favor!
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
artífice e impulsor
de la Pedagogía Andariega