Gregorio Martín García: «Por la senda de una vida. Ahondando en mis recuerdos, 3/3»

Pero esta noche la cena sería distinta, se hablaría de otra cosa, mi hermano, ya sentado a la mesa y con su característica prisa por marchar fuera con sus amigos, me dijo: -Y este niño, es que ¿no quiere comer?… acercando mi silla e invitándome a sentarme. -Será, continúo diciendo, que, como hoy ha tomado el Cuerpo de Cristo ya se cree alimentado.

Mi madre comenzaba a servir en cada plato la sopa, el caldo antes anunciado y que de verdad estaba exquisito.

Ya había marchado mi hermano, mi hermana sobre la mesa apoyada su cabeza, dormía, también está cansada de aquel día. Mi padre tomando el último bocado marchó a las cuadras a alimentar al ganado, ellos también cenaban. Mi madre tomándome en su regazo en donde ya no me sentía tan cómodo como antes, por mi tamaño, aunque sí muy protegido; comenzó a hablarme de lo que habíamos celebrado, sobre todo yo, en ese día que terminaba.

Me aconsejaba, sí, a su manera, apenas sabía leer y escribir, su firma, pintada qué no escrita, por no entender las letras que ponía. Pero sí sabía muy bien de enseñanzas de vida, de consejos que perduraran para no ser en la existencia un indeseado de familia y vecinos.

– Guarda en tu corazón las vivencias de hoy y mete en tu mente que toda persona ha de ser recta, justa y coherente para ser merecedor del respeto de la sociedad y de sus gentes. No lo olvides… puso un beso en mi frente y nos invitó a partir a nuestras camas a dormir y descansar de aquellos momentos vividos y que, según consejos de madre, jamás deben ser olvidados.

Sentí a mi padre volver de echar el pienso a los animales y ya en la semi inconsciencia del sueño invadiendo mi ser, creí sentir la característica musiquilla con la que comenzaba el “parte” “. . . Aquí Radio Nacional de España… las noticias”, yo, ¡Ya dormía!

Me sentía más maduro a pesar de mi corta edad. Ello hizo que mis amigos, alguno de ellos monaguillo, y yo, nos uniéramos más, terminé siendo acólito. Al comienzo toda mi prestación y acción eclesial era asistir con el grupo a las actividades de la parroquia.

En no muchos años pasaron por Benalúa, varios sacerdotes: Tras D. José Delgado, con el que hice mi primera comunión. Ignacio Sánchez, D. Bienvenido, D. José Vallecillos, D, Miguel González Álvarez del Manzano, D, Luis Sánchez Ontiveros que fue relevado por D, Francisco Lombardo. (José Muñoz Luzón, Alias “El Mosca” colabora en recordar esta sucesión de párrocos) con los que mantenía una relativa comunicación en mi participación parroquial… pasados unos años con el cura párroco D. Miguel González Álvarez del Manzano, madrileño y de familia conocida en la capital de España, con quien entré de lleno en el grupo de acólitos.

Hube de aprenderme las respuestas en latín de la santa misa, no costaba mucho, porque era una pura rutina para nosotros que de vez en cuando, jugando y corriendo por los distintos habitáculos de la iglesia y casa del cura con la torre incluida, entre misa y rosario, novena u otro cualquier acto, al menor descuido del párroco, nos empinamos la garrafa del vino. Pero no es para tanto, no hemos de escandalizarnos, porque, díganme: ¿Qué monaguillo que se precie de serlo? ¿no se ha metido entre espalda y pecho un buen trago del dulce vino que el cura usaba para consagrarlo? ¡todos!… Entonces dejemos estar a los monaguillos y sigamos con la cotidiana, lenta y tranquila vida de nuestra aldea y villa.

Vivíamos en plena estación primaveral, terminaba el florido mayo y entraba junio del cincuenta y uno (1951).

Los campos habían alterado su aspecto, legumbres y cereales habían cambiado de color, la escena de fincas, habiendo dejado su reciente verdor, no dejaba de ser bella, ahora se presentaban como cosecha madura y pronta a rendir su fruto. El oscuro y tostado color de las habas, avisando que estaban ya para ser arrancadas; las ondulantes y acompasadas olas de cebadas y trigos, como el oro, dorados, ofrecían precioso retrato de espigas granadas, dobladas y vencidas por sus gruesos granos

Comenzaban a verse moteadas fincas de habas y otras legumbres ya agavilladas, esperando su pronta barcina y trilla. El ambiente era de inminente verano, cosechero y pleno de trabajo para los agricultores y peones, mozos y renteros.

 

Por las polvorientas veredas corrían laboriosas las hormigas cosechando y guardando en sus despensas. Las chicharras ganduleando y al sol lanzando su constante sonido, que cante quiere ser, pero es más bien ruido, anunciador de estío y calor abrazador. Las bandadas de aves crecidas por los nuevos hijos que, hacía pocos días, habían salido de sus nidos, volaban en caprichosas piruetas, todas a una dibujando en el cielo movimientos de encanto acompañados de trinos y cantos buscando campo de inmejorables granos para saciar su apetito con picoteos certeros, mermando cosecha del pobre labriego.

Los jovenzuelos del pueblo comenzaban a pasear por el río buscando sus frescas riberas y disfrutando de cristalinas y frías aguas a la par que buscaban futuros “chilancos” donde bañarse en el venidero verano y tomar baños de sol y tierra en el revolcadero cercano que cada chilanco tenía, donde el sol y tierra, con el cuerpo desnudo, tomábamos, no sé qué perseguimos con ello, pero emulamos a casi todos los animales no racionales que de dicha costumbre hacen necesidad. Posiblemente dicha acción animal esté grabada en nuestra mente y lo hacíamos de manera intuitiva, cumpliendo con ello costumbres pasadas.

Con la llegada del verano, se acrecentó mi actividad en la iglesia, ya que me desenvolvía como un consumado monaguillo. Éramos un numeroso grupo y de distintas edades.

Tanto los acólitos como casi todos los jóvenes del pueblo, a falta de otro lugar para nuestros juegos y atraídos por la buena disposición del cura D. Miguel González en este aspecto, ya que trabajaba muy bien con la juventud del pueblo. A similar manera, que años después hiciera el sacerdote D. Francisco Lombardo Valverde, que logró en la juventud de Benalúa de las Villas, inculcar principios, responsabilidad y desenvoltura social. Una “Nueva Juventud para unos nuevos tiempos”.

Usábamos como parque, como plaza y como lugar de toda clase de juegos, la casa sacerdotal, el gran patio de la iglesia, que en tiempos pasados fuera el cementerio del pueblo, la torre, y la propia iglesia con su tejados y recovecos.

Palas de ping pong

El párroco viendo lo abandonada y un tanto desorientada que estaba la juventud, se volcó con ella y amén de dar como parque todo el volumen parroquial, incluida iglesia. Un día nos trajo de la ciudad y sin nadie esperar una mesa de ping pong. Se corrió la voz y, sin nadie saber qué era aquello del ping pong, todo el mundo vino a ver a la casa del cura, donde la instaló, la mesa de ping pong.

No cabía un alfiler en la habitación de abajo, a la entrada de la casa parroquial. Allí, el empeñado cura en que aprendiéramos a jugar se puso él el primero a intentarlo, que tampoco sabía, pero si nos advertía de forma continua que cuidáramos de no pisar la pelota cuando al suelo caía… que era casi siempre, porque con aquella gente que intentaba jugar, no había, para la pelota, mejor lugar que el suelo.

Como tanto habíamos sido advertidos, era tocar, la saltarina pelota, el suelo y absolutamente todo el mundo que allí se hallaba, como si a un resorte le dieran, quedaban todos absolutamente quietos e inmovilizados. Estatuas de sal parecíamos… y un joven encargado, entre pies, sillas y mesa, buscaba la pelota hasta dar con ella, entonces todos respiraban tranquilos y comenzaban a moverse y a hablar… porque se me olvidó decir antes, que con la quietud del cuerpo mientras se buscaba la esfera por recomendación del cura, nosotros nada más verla en el suelo, además de quietos quedamos mudos, y ni respirar, hacían algunos.

Recuerdos de mi vida, vivencias acaecidas que siempre recordaré y, con las que ahora vivo. Estoy en mi última etapa de la bella historia narrada, de mi peculiar existencia, no por ser especial sino por ser la mía, a la que sigo aferrándome, buscando lo positivo de esto que fue mi vida.

Granada, enero de 2024

[Final]

 

 

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Gregorio Martín  García

(Benalúa de las Villas, 19/02/1945-

Atarfe, 15/04/2024)

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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