13. El pastor
Don Vicente Espinel trae a colación en este capítulo una leyenda que nos es muy familiar aquí, en la Serranía de Ronda: la del Nacimiento de Agua y el pastor. Se trata de un cuento que tiene visos de ser verdad y que sucedió en algún lugar entre los desaparecidos pueblos de Chúcar y Balástar, cercanos a Faraján. Diego Vázquez Otero lo recoge y adorna en su libro “Leyendas malagueñas”. Nosotros lo traemos aquí con la finalidad de difundir entre niños, jóvenes y mayores nuestro rico pasado. Es una de las finalidades que persigue la Pedagogía Andariega. Una Pedagogía que con tanto fundamento y afán tratamos de llevar a Escuelas e Institutos de nuestra Comarca.
Andar por los caminos siempre trae consigo algún género de soledad, por eso los arrieros tienen por costumbre ocupar su tiempo en porfiar con los compañeros o, si van solos, en cantar, a su aire, romances viejos. Nosotros, como caminantes, andábamos entretenidos con lo que la vista nos ofrecía. Y así, en una ocasión nos topamos con un pastor que haciendo la trashumancia, iban, él y sus perros, muertos de sed. En Sierra Morena, allá por mayo y aún más durante todo el verano, aunque refresca por la noche, de día se encienden los árboles del calor que hace.
Y era tan ignorante el hombre que, aún con sed, llevaba los perros atados para que no se le perdiesen. Nos preguntó si conocíamos algún lugar donde hubiese agua. Yo le respondí:
-¿Pues llevando perros preguntáis eso? Desatadlos, y veréis qué pronto encuentran agua.
-¿Eso es así? –preguntó un mercader.
-Es cosa sabida y comprobada –dije yo, y volví a decir al pastor:
-Desatad los perros, o al menos uno de ellos, y ponedle una cuerda larga con la que lo podáis seguir. Veréis qué pronto halla él una fuente, un arroyo o, acaso, una laguna.
Y así lo hizo él, de suerte que dándole largas se fue derecho hacia una espesura que había al pie de una peña, donde halló agua con que se refrescó él, los perros y el propio ganado.
Y les conté a mis acompañantes lo que a mí me contara en Ronda un caballero de nombre Juan de Luzón, hombre muy experto en letras humanas y divinas. Y es que hay, entre otros muchos, dos pueblecillos en la Serranía de Ronda, llamados uno, Balástar, y el otro –si no recuerdo mal- Chúcar. Estando un cabrero musulmán apacentando su ganado, le apretó la sed, y no hallando agua, ni señal donde pudiese haberla, se le desapareció un perro, viniendo al cabo de un rato completamente empapado, coleando y haciendo fiestas de puro contento.
Admirado de aquello, el cabrero le dio de comer muy bien y lo ató, aguardando a que le volviese a aquejar la sed. Le ató un cordelillo largo y lo dejó ir. Siguiéndolo fue el amo saltando matas y peñas, rasgándose las manos y el rostro hasta que entre unas grandes espesuras, se coló el perro por la boca de una cueva. En medio de ella, y gracias a la luz que entraba por algunos resquicios de la misma, descubrió el nacimiento de un clarísimo arroyo que, a poca distancia se dividía en dos. Bebió el moro y llenó su zaque, feliz por el hallazgo (hallazgo que después le vendría a costar la vida). Y fue que, cortó el curso natural del agua con unas piedras, echando toda ella por una parte para así comprobar dónde aquella iba a parar.
Se fue con su ganado y, efectivamente, al día siguiente pudo averiguar que el poblado de Chúcar se había quedado sin agua, mientras que el de Balástar, tenía el doble. El moro, que sabía el secreto, no se pudo callar y fue al pueblo diciendo, que si se lo pagaban bien les devolvería su agua, y otro tanto más. Tanta necesidad tenían aquellos vecinos del agua que, sin regatearle, le entregaron doscientos ducados. En cuanto recibió su dinero fue el cabrero a la cueva y condujo toda el agua hacia aquella parte. Viéndose con su agua tan aumentada, y conociendo la codicia e inconstancia del cabrero, antes que los de Balástar, el otro pueblo, le sobornasen con más dinero que los que ellos le habían entregado, acordaron matarle, quedándose así con toda el agua.
-¡Extraño instinto éste del aliento –exclamó asombrado otro de los mercaderes- que, siendo el agua un elemento sin olor, la venga a descubrir un perro con sólo alzar el rostro al aire, principal embajador del olfato! Los perros tienen tantas cualidades que hay cosas en ellas dignas de admiración: ¡su fidelidad!, ¡su amor!, ¡su conocimiento!
-Eso –intervine yo-, sin hablar de esas otras dos virtudes que, más quisieran los hombres que tener impresas en sus almas, como son la humildad y el agradecimiento. Y como viene al caso, a propósito del agradecimiento, quiero referirle a vuesa señoría, en tanto llegamos a Adamuz, un caso digno de saberse.
-¡Cuente usted, señor estudiante! –me dijo él.
(Continuará)
[LA PEDAGOGÍA ANDARIEGA que lleva a cabo ISIDRO G. CIGÜENZA se fundamenta en la necesidad de CAMINAR. Caminar físicamente en busca de un aprendizaje sensorial en el que participan talleres, fábricas, paisajes e instituciones. Porque es en la calle, en contacto con EL VECINDARIO y los recursos didácticos que este nos ofrece, donde sus enseñanzas cobran sentido, son eficaces y permanecen. Para Isidro la educación es un oficio artesanal que requiere experiencia y compromiso. Con respecto al Sistema Educativo trabaja para sustituir la estatalización en vigor, en favor de un imprescindible protagonismo de la Sociedad. 45 años ejerciendo ininterrumpidamente su profesión en el mismo lugar (Serranía de Ronda) y con la misma metodología, avalan su testimonio.]