Gregorio Martín García: «… ¡¡¡ Eeel lañaoooor!!! , 2/2»

El sol ya había recorrido parte de su camino diario en el firmamento azul oscuro de aquella mañana. La mitad de ella ya había pasado y el hambre le picaba, por eso a otra clienta que solicitó sus servicios para el arreglo de varios cántaros y un gran lebrillo, cuando ya se encontraba nuestro hombre allá por los “confines del pueblo” en la “Casa la Punta” la que terminaba el pueblo y que después fue acompañada por la construcción del cine.
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“Contra presto” su trabajo y le ofreció a la señora que le hiciera el pago en especie. La paisana no sabía que era eso de “en especie”, le fue aclarado y aceptó. Pensó que así era mejor negocio para ella.

Le gustó a la “ajuma” la propuesta y en este caso, fue espléndida: Le preparó media hogaza de a kilo de pan casero y muy bueno, de la cooperativa del Ventorro. Lo rellenó con dos trozos de chorizo con “buqué matancero” de Benalúa de las Villas, muy nuestro y, acompañado de bastante pringue de orza. La señora presumía de buena matanza.


Le arrimó al emparedado de chorizo otro trozo de pan con un pedazo cuadrado de tocino gordo de hoja de marrano ibérico, de los de verdad. Exquisito, del que se monta en el pan pisado con el dedo y ayudado de una faca se va troceando… tocino pan, tocino pan… Al tiempo que se deglute y riega con un buen tinto en bota.

No quiso dejar al pobre técnico, en manejo de piconesas, (taladro de trabajo de los lañadores) sin postre y, le añadió un buen puñado de higos secos de su cosecha de higueras de las Cabañuelas y un par de naranjillas de Almería dulces que, el día antes había comprado en el camión que las vendía en la Puerta de la Posada y que fueron pregonadas por la “Culica” (Adelaida. Pregonera, avisadora, vocera de bandos y partera del pueblo).

Nuestra paisana, se portó. Y bien.

No solo le pagó en especie, sino que le donó parte de nuestro pueblo parte de nuestra esencia y le hizo partícipe de nuestra cultura culinaria. Al preparar aquella rica merienda con pitanzas y productos nuestros.

El hambriento artesano le hacía otro trabajo a la vecina de enfrente, una cazuela árabe, de mucho porte y arte se había cascado y el profesional y responsable lañador le hizo un meritorio trabajo a la joya de cazuela que había arreglado.

Cuando hubo tomado de aquella anterior clienta el paquete de comida que le había preparado, quedó alucinado, sobre todo al abrir goloso el medio pan del emparedado y vio el chorizo…exclamó de alegría y agradecimiento…

-Pero señora, ¿El chorizo es de verdad?

-Y de mi matanza. Contestó ella orgullosamente satisfecha.

Un gran árbol que había junto al caz, de frondosa sombra y suelo de hierba que, parecía muy acogedor, le serviría de comedor y quizá de dormitorio de larga siesta.

-Pero antes, hagámoslo bien y organicemos este banquete que voy a comer…primero, llenaré mi botella de agua de aquella fuente.

Que era La del Junco. Sacó su bota de su hatillo y viéndola seca recapacitó…

-Yo he pasado un bar cerca de aquí… sí, es un poco atrás.

Volvió sobre sus pasos y, efectivamente, en la Placetilla encontró una vieja taberna o algo así, donde vendían vino y aguardientes a granel y si la mente, por los años, y el recuerdo muy vago que, de ello tengo, no me engañan, dicho tenderete de alcohol era de un tal “Frasco, sito en la Placetilla en el mismo lugar que después ha ocupado una carnicería.

Tomó asiento sobre la fresca y nueva hierba, bajo aquel árbol. Se descubrió de gorra, quitó zapatos y calcetines y en dando a la correa de su cinto dos o más puntos por comodidad, se dispuso a desliar aquella hermosura de comida de la mejor matanza que yo haya comedido, se dijo para sí…y añadió:

-Debo guardar un poco de esto para mi mujer y mi niño.

Quiso comenzar, dando un gran trago de vino con la bota muy alta y dejarlo se estrellara contra sus dientes y lengua, regándolo todo de sabor intenso.

Recordó que su auto y herramientas de trabajo se habían quedado a un lado, sin colocar, mientras se tomaba el trago de vino, limpió sus herramientas y las dispuso en la forma de transporte que tenía para ellas sobre sus hombros. A la Picasa o taladro de lañador le prestó más atención y le sometió a una profunda limpieza, dejando el hato preparado para una vez comido aquello que le esperaba, poner rumbo a su pueblo ubicado cerca de Granada.

Comió Tan a gusto, y quedó tan satisfecho que la siesta se prolongó en exceso. Despertó y de un salto se puso de pie, es tarde para llegar a tiempo. Rápido se puso en marcha de regreso, con bastantes kilómetros recorridos y por correr cargado con sus útiles su máquina de trabajo y otras cosas que escondía en un zurrón.

En un descanso contó sus ganancias, había ganado diecinueve pesetas y cuatro gordas. No estaba mal, buen día de trabajo hoy.

Se acercaba, ya veía su casa, sus pasos se aceleraron. Su mujer y su hijo parecía haberlo olido.

Los dos en la puerta esperaban.

Un cariñoso beso en los labios a su bonita esposa y un gran abrazo a su hijo. Y pensó en ese instante: Gracias, muchas gracias a quien me da el trabajo. y muchas más que hace posible volver a casa y en un beso y un abrazo depositar lo más bello de que se pueda gozar.

Felicidad, amor y su trabajo era el tesoro de este hombre que con su hijo y esposa sale cada día a esos mundos de Dios para que con su sudor regar aquel fértil edén donde se sentía feliz.

Troceó parte de la matanza que guardó y ofreció a su mujer e hijo que, junto con su hato, la Picasa y su trabajo, era todo lo que tenía. “El lañaooor…

Vamos niñas, ha llegado el lañaooor . Se lañaan y componen toda clase de utensilios de barro o arcilla…que como nuevos quedan. Vamos niñas…

¡¡El lañaor!!…

(*) LAÑADOR: Palabra que evoca tiempos pasados e infantiles. Tiene musicalidad especial. En la Zarzuela “Doña Francisquita”, aparece el pregonero, pregonando su oficio. Preciosa y maravillosa escena con la dulce voz del lañador y el eco de su cantar. Llenan el alma y satura el espíritu.

Granada, enero de 2023

[Final]

 

 

 

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Gregorio Martín  García

(Benalúa de las Villas, 19/02/1945-

Atarfe, 15/04/2024)

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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