Gregorio Martín García: El tesoro perdido de Benalúa de las Villas. Expolio en el Cerro del Cántaro, (1/3)

Cuenta la historia de un tesoro perdido que se rumorea está enterrado en algún lugar del pueblo. Y aunque como rumor suena, se asegura que, esto no deja de ser algo real y verdadero. Hasta nosotros llega pasado de unos a otros, por secretas rutas generacionales, de tiempos remotos y desde nuestros ancestrales paisanos.

Nunca nadie dudó de ello, siempre se creyó como verdadera y cierta la existencia de un gran tesoro. Así debe de ser por razones con fundamento porque, díganme entonces: ¿Qué hicieron con sus grandes fortunas y deslumbrantes tesoros aquellos que un día hubieron de irse porque les echamos porque reconquistamos lo que antes era nuestro? ¿Dónde dejó el moro todo aquello que no pudo llevar consigo?

Es indudable y así se viene transmitiendo por mensajes dejados por aquellos que huyeron que, sus prendas valiosas aquí tuvieron de dejar a buen recaudo y, ¿Cuál mejor que enterradas en recónditos lugares, o guardados en los más insospechados escondites?

Razón suficiente para que esta fuente mane lo evidente y pensar que en algún lugar debe hallarse lo que no pudieron llevar, amén de esos otros canales apócrifos que refuerzan que en nuestra tierra está preñada de la riqueza de los expulsados.

En las estrechas y zigzagueantes calles empedradas de Benalúa de las Villas, un pequeño pueblo hasta hace muy poco, desconocido, encaramado y abrazado a las laderas del Cerro del Pueblo. Se susurra se rumorea sobre un tesoro escondido y perdido desde tiempos inmemoriales. Desde siempre, desde antaño en el pueblo, por bajines se ha comentado y comenta. Y no solo un tesoro, sino que al haber muchos moros que hubieron de salir corriendo, muchas fortunas, unas grandes y otras pequeñas, guardaron precipitadamente en aquellos extraños y recónditos lugares que les pareció difícil de localizar.

Vasija semiesférica de bronce de Benalúa de las Villas. Imagen incluida en la investigación ‘Dos vasijas de bronce procedentes de Benalúa de las villas (Granada) en el Museo Arqueológico de Granada‘, de Ángela Mendoza Eguaras (pág. 180)

Y así lo cuenta la leyenda, y por fundamentales y lógicas las razones expuestas, esta leyenda debe ser cierta.

Aunque la más conocida es de la época de los árabes: Un enriquecido emir enterró su tesoro. De los más preciados. En algún lugar secreto de esta tierra fértil y montañosa para evitar que su imperio cayera ante las huestes cristianas.

El oscurantismo de la zona hizo que el conocimiento y existencia de este gran caudal en joyas se fuera borrando del común recuerdo y quedara solo en aquellas mentes solitarias de individuos y personajes avaros y agoniosos que vivían de la usura y siempre guardaron en su ser más profundo los pocos secretos conocidos de aquella historia que permanencia enterrada y perdida bajo los pies de los vecinos de aquel pobre y perdido lugar. Por eso se le conocía y conoce como: “El Tesoro oculto de Benalúa de las Villas”.

En las sombras del colectivo humano que forma los que aquí habitan, siempre ocurre que un vago conocimiento persiste de ello y en lo más profundo de su ego todo benaluenses sabe y reconoce que mucho de cierto hay en esto.

En sus conversaciones se muestran recelosos y cuidadosos de no incitar, al hablar, cualquier circunstancia que pudiera elevar el interés del otro. Siempre fue noticia conocida pero muy oculta, solo rumoreada pero nunca a lo público elevada.

Se conocía y casi todos sabían, pero nadie quería que fuera el contrario el que hallara el tesoro de Benalúa.

La historia ha pasado de generación en generación, alimentando la imaginación de los lugareños y atrayendo a aventureros de todas partes lejanas y de cerca.

Esto viene ocurriendo desde hace muchos años, allá por el 1820, en que algunos “buscadores” ya se aventuraron buscando los arcones que guardaban tan preciados caudales.

Siguen las pistas dejadas por el pasado, se enfrentan a una serie de desafíos y peligros. Desde túneles en el Cerro del Cántaro hasta acantilados escarpados del cortijo Marchales, cada paso hacia el tesoro está lleno de emociones y riesgos.

Se generó un movimiento secreto y oculto que se movía cauteloso ante las gentes de Benalúa, la mayoría no reparan en nada ni sospechan tal cosa, pero sí que los hay que se preocupan en gran manera al ver movimientos raros que hablan de aventureros de buscadores que hallan objetos valiosos y extraños en los campos.

Plano incluido en la investigación ‘Dos vasijas de bronce procedentes de Benalúa de las villas (Granada) en el Museo Arqueológico de Granada‘, de Ángela Mendoza Eguaras (pág. 172)

Alguien, acá en nuestros tiempos, visita el pueblo, de forma clandestina y un tanto secreta. Decide embarcarse en una búsqueda épica del tesoro perdido de Benalúa de las Villas.

Viene de fuera y con hábil manera se va introduciendo en los ambientes de los bares donde entabla amenas conversaciones, se hace amigo cercano y sus invitaciones son las primeras. Dice ser de Madrid y que vive un año sabático para dedicarlo a algo que es su pasión y que disfruta mucho practicándolo: buscar monedas y, alguna vez, usar un buen detector con que ayudarse.

A los paisanos, a los que engatusa y embauca con sus enredadas fantasías y conversaciones con las que les distrae y entretiene, ganándose su confianza y amistad con dádivas y amables palabras. Quiere engancharlos con su falsa actitud para que le sirvan de guía en las correrías que le interesan y los sitios oportunos que él ya conoce y que quiere visitar.

Con astucia vigila y se adentra en la sociedad del pueblo. Se deja ver y despacio, poco a poco, va entrando en el tejido social de la villa.

Los ha captado, han entrado en sus redes y nadie sospecha cuál es la realidad que busca ese extraño hombre que un día apareció en el pueblo sin conocerle nadie.

Granada, marzo de 2024

[Continuará]

 

 

 

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Gregorio Martín  García

(Benalúa de las Villas, 19/02/1945-

Atarfe, 15/04/2024)

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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