Gregorio Martín García: El tesoro perdido de Benalúa de las Villas. Expolio en el Cerro del Cántaro, (2/3)

Le gustaba algunas veces quedarse solo, lo que aprovechaba para salir al campo e intentar coger referencias de lugares en los que él sospechaba que había algo de lo que estaba buscando.
Ha estrechado relaciones con un lugareño. Este paisano es aficionado al detector de metales y algo entiende del tema, aunque carece de dicho aparato por falta de dinero para comprarlo. El madrileño se vuelca con él y mintiéndole se hace acompañar de éste por el pueblo para que sepan de su amistad.

Simula con su detector la búsqueda de monedas u otros metales en el Cerro del Cántaro, primer lugar visitado por ellos y al que han ido a petición del lugareño.

Poco tiempo hacía que habían comenzado, una voz de alarma, contenida, suena: – ¡Aquí, ven aquí! Que hay algo. Efectivamente, el detector ya usado, que manejaba nuestro paisano, regalado cual espontánea dádiva por el de Madrid, acababa de detectar algo importante en la parte de abajo de un gran majano de grandes piedras formado, coronado por dos robustos almendros que a modo de sujeción mantenían las piedras del majano con sus robustos troncos.

Fue tan solo hurgar con los dedos y dos monedas doradas y limpias brillaron con los rayos de sol que sobre ellas se estrelló al ser expuestas en la palma de la mano.

Ambos esperaban mucho de aquella incursión que al Cerro del Cantaron hicieron aquel día.

El madrileño, ampliar conocimientos del secreto del que ya conocía puntos cruciales. Y el otro, hombre de pueblo con intereses personales en la búsqueda de metales sin más pretensiones que pasar distraído los días con aquello que le gustaba.

Los dos pusieron “ojos de plato”, los dos se dieron de bruces y se arrodillaron, escarbando con sus manos y ahondando con sus dedos en el terreno, algunas monedas más salieron revueltas con tierra de la que extraían, pero he aquí que una mano tocó algo más profundo y asiéndole fuertemente lo extrajo con fuerza, pero con cuidado.

Era un pequeño recipiente de barro cocido fabricado, de forma muy rústica y mal acabado, que denotaba haber sido amasado de forma rápida y precipitada para servir de escondite de aquellas monedas que guardaba.

El madriles de seguida comenzó a guardarlas en ambos bolsillos de su chaqueta sin apenas dar tiempo a que su compañero las viera ante la excusa de que ahora es prudente de aquí alejarnos para no ser espiados y allá en Benalúa las veremos despacio.

Convencido y fiado quedó el cateto de nuestro pueblo que no se percataba de que aquel curioso hombre le escondía y tapaba sus verdaderos planes.
Adquirir conocimientos, conocer el terreno, sus accidentes y otros lugares con lo que él y sus ocultos conocimientos organizar y crear un hipotético plano donde poder trabajar en la búsqueda del tesoro oculto de Benalúa de las Villas.

Ese era su plan, eso lo perseguía y para lo que estaba dispuesto a valerse de ayuda interna para conseguirlo.

De camino, con el expolio a que somete todo el territorio del pueblo, encontrara valiosas monedas u otras joyas que, seguro que había y, en cantidad, por toda la zona del Cortijo del Río y especialmente en el Cerro del Cántaro, por todos conocido por sus hallazgos y encuentros de monedas y utensilios de uso doméstico de antaño.

Llegados al pueblo tras batida del Cerro del Cántaro, el madrileño venía contento y lejos de mostrar a su ayudante todo lo rescatado, adujo razones poco convincentes para no mostrarlo, por razones de seguridad y de conocimiento de otros que nunca deberían saber de aquel pequeño pero interesante encuentro de la vasija con monedas bajo el gran majano.

El forastero ya sabía cuántas fueron las encontradas en la soledad del cuarto de baño las contó y vio que había de plata y algunas de oro y que eran de tamaño considerable y en cantidad de treinta y dos, así como objetos varios que con tiempo examinará.

Las guardó concienzudamente en cajas a tal efecto preparadas y nadie más en el pueblo volvería a ver dicho caudal, que sí que era pequeño pero muy evidente e indicativo que en no muy lejano lugar tenía que haber algo mucho más importante.

Sábado de tarde encontraron las monedas, domingo de mañana salieron a pasear por las calles y bares del pueblo, quería disimular, no quería el forastero que se enteraran en el pueblo nadie.

Llegó el domingo de tarde y el de Madrid preparaba su coche para partir… Cuando volvía a Madrid y a la altura del Cerro del Cántaro desde la carretera, se quedó mirando y, recordó cómo fue informado del tesoro de Benalúa.

En la Alsina que llamaban El Rápido, viajaba de Granada a Madrid, hace ya años y, un vecino de asiento que renacía de Benalúa de las Villas, al pasar por Andar y ver sus parajes cercanos a los del Cerro del Cántaro, narró el cuento del tesoro al forastero que le acompañaba, con todo lujo de detalles como si de un cuento se tratara ya que así se lo argumentaba a modo de historieta como por estos lares se contaba.

Pasó una larga semana. Y en el pueblo casi todos sabían que el buscador madrileño y otro del pueblo habían encontrado una importante cantidad de monedas en un punto de la zona del Cortijo de Río.

Granada, marzo de 2024

[Continuará. /…]

 

 

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Gregorio Martín  García

(Benalúa de las Villas, 19/02/1945-

Atarfe, 15/04/2024)

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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