Llegó tarde, en el alojamiento todos dormían. El posadero le rogó silencio. Le indicó el pesebre para su burra Jacinta y después le buscó un lugar en la anchura, especie de patio de servicios de la entrada de la posada, donde ya dormían. No quiso habitación con cama, los tiempos no estaban para esas “florituras”.
Comenzó, despacio, con todo sosiego y respeto a los que a muy pocos metros dormían…o roncaban, a desenvolver el bulto de considerable tamaño, pensado y calculado para su burra Jacinta. Que, transportaba, liado con exquisita maña, con un telón de recia tela envuelto. Deshizo nudos, lio la cuerda y destapó el fardo.
Una serie de cachivaches extraños quedan a la vista: Un madero circular en forma de tronco cónico con pequeños agujeros alrededor. Con una asta de madera atado a este. También, una serie de bolsas de trapo con algo dentro, todas muy limpias y bien atadas con un hilo. Cada una, de un color distinto para identificarlas. Una losa de mármol de algo más de medio metro cuadrado. Un gran clavo. Por el uso, muy brillante y de medidas considerables, casi un metro de largo y algo grueso, unos botellines que parecía contener brebajes y liado muy cuidadosamente con varias capas de trapos, un aparato redondo, con varios mandos o palancas y en el centro una hilera en curva de lentes. Junto a esta una especie de trípode telescópico que se retraía y se embutía en sí mismo, quedando mucho más pequeño y manejable.
Todo colocado junto a la pared y cerca de la cabecera de la improvisada cama que había hecho con el aparejo de su asna y el fardo de su género. Se disponía a acostarse, pero antes fue a echarle un pienso a Jacinta. Le dio una palmada en su lomo, salió de la cuadra y se fue a descansar.
Antes de llegar a su camastro un durmiente, de los varios presentes, le pidió fuego para el cigarro que mantenía en su mano. Le dio las buenas noches, le ofreció fuego para su cigarro y aunque notó que éste quería conversación, él cansado, se despidió y ya junto a su cama, tras quitarse las alpargatas que calzaba, se acostó. Le pareció muy duro el suelo y notó bultos salientes que le molestaban, enseguida se dio cuenta que el suelo estaba empedrado por gruesas piedras.
Tratando de recolocarse y debido al cansancio del camino, se quedó dormido profundamente.
A pesar de haberse dormido tarde, el murmullo de algunos que se levantaban le despertaron, era aún muy de noche, quiso consultar su reloj de bolsillo, pero la oscuridad se lo impidió…, se dijo entonces: -Esperaré un rato y seguro, pronto oiré las campanadas del reloj de la iglesia o del ayuntamiento.
Un tiempo estuvo esperando a que las campanadas le dijeran que hora era, tiempo perdido, se volvió a dormir sin saberla. Es que en aquel pueblecito de los Montes Orientales de Granada no había reloj, ni en la iglesia ni en el ayuntamiento.
Se levantó muy temprano, la puerta de la posada ya estaba abierta, unos recién llegados que viajaban a un pueblo de Jaén, trajinaban con sus bestias tratando de desengancharlas de su carro que iba todo cargado y cubierto con un gran toldo. Nuestro hombre se asomó al quicio de la gran puerta y miró el cielo tratando de adivinar el tiempo que haría.
Llamó al posadero para pedir le sirvieran el desayuno, al tiempo que se presentó al mismo. -Me llamo Angry, señor posadero llevo muchos años en España. Se lo sirvieron y fue el momento en que este buen hombre trató con el posadero de lo que debería pagar por su pensión cada día.
No le pareció mal lo que le cobran en la posada. Fue por ello por lo que continuó solicitando al del mesón, otro favor: -Le ruego señor posadero me indique un lugar en la pared para fijar un clavo con gancho que me es necesario para mi trabajo, el gancho de estirar o satinar, -le llamamos en el argot-. -Donde menos interfiera el movimiento de los señores clientes. Le respondió su interlocutor. -Le diré que me dedico a hacer golosinas y caramelos, de los de verdad, de buen azúcar y miel y otros elementos. Los fabrico yo, cada día, y salgo a la calle por las tardes a venderlos. Son caramelos artesanos y todo trabajado a mano. Es una faena muy dura, pero para mí satisfactoria.
Al dueño de la posada le caía bien Angry, el de los caramelos. Es por eso por lo que le ayudó y facilitó lo que pedía y en poco más de una hora “La factoría de caramelos” estaba montada: Una mesa de cocina con su losa de mármol, colocada no muy lejos de la pared y junto al clavo de estirar. En unas estanterías cercanas, colocó todas las bolsas que condimentos y jarabes traían para fabricar los caramelos, junto a las estanterías un hornillo pequeño, ya viejo y, de carbón para calentar los jarabes y masa de los caramelos.
El artilugio que él llamaba “porta caramelos”. El trozo de madera redondo y en forma de tronco piramidal. Sobre una base con un agujero lo hincó. Todo pintado de atractivos colores para llamar la atención y con una especie de avioneta en su parte alta, cuya hélice daba vueltas constantes con el viento. Dos pequeñas banderas junto a la avioneta colocadas en forma de aspa, una la de España y la otra, la de La Legión Española, del regimiento donde él prestó su servicio militar en Melilla. Unas letras entrecruzadas, en medio de la bandera, eran inelegibles por sus muchos años.
Antes de prender el hornillo ni de comenzar la faena, fue a dar una vuelta a Jacinta, su burra. Le echo un buen pienso con bastante cebada.
En la puerta de la posada, antes de entrar al patio o corrala, que es ese ensanche con que contaban todas las posadas y que se usaba como patio de operaciones o trabajos de carga y descarga de paquetería. Se acumularon varios chavales que no dejaban, sin parpadear, de mirar al caramelero. Entrando a la izquierda había un grueso muro que servía de sustento a un arco de medio punto que conectaba con el techo. Fue ese muro el lugar escogido por el trabajador de las chucherías entre los varios que le mostró el posadero. Sabía qué lugar escoger y fue el más cercano a la puerta para hacerse ver cuando estuviera trabajando, sabía que lo suyo era algo interesante y curioso y tendría espectadores que servirían para hacerle propaganda una vez se fueran a pasear por la calle. Y así fue. No llevaría más de una hora trabajando. Ahora preparaba sobre el mármol una masa, compuesta de azúcar, miel y harina y otros muchos condimentos y jarabes que solo él sabía. Ya tenía espectadores. Ocho o diez chavales y algún mayor, viendo como trabajaba el dulcero.
Era curioso ver con que desparpajo lo hacía y que filigranas se le ocurrían con la masa aún algo caliente sobre el mármol de la mesa. Cada vez se volvía más cristalina, se convertía en una especie de madeja de miles de hilos que se volvían a perder con los siguientes movimientos.
En un determinado momento abrazó la masa de caramelo, que ya presentaba una muy dulce apariencia y se la pegó al mandil abrazada con sus dos manos, se acercó a la pared y la tiró sobre el “clavo de estirar”. Comenzó a trabajar. cogiéndola con ambas manos tiraba fuerte hacia si, estiraba y alargaba y repetía, hasta que parecía iba a romper.
Se volvió y parecía como goma y cada vez más cristalizada se iba cambiando y adoptando distinto color y textura. Así, sin parar trabajaba muy seguido, aunque ahora más despacio que cuando comenzó. No acababa, aquello nunca estaría terminado. En un instante, igual que la colgó en el clavo fue retirada y, la lanzó otra vez, a la mesa del mármol.
Con espátulas y raederas, la compacta y esta se vuelve porosa una y otra vez, la estiraba y ligaba, poniendo una capa sobre la anterior, colocándolas y dándoles a todo un distinto color. Estaba logrando un caramelo de múltiples colores que nos dijo y comprobamos sabía y olía a hierba buena. Los adornos en color que había conseguido eran rayas alistadas que sobre el caramelo giraban viendo como quedaban en espiral como adorno propio y muy visto en caramelos.
Cuando a este punto de su trabajo llegó, era evidente, estaba rendido, en verdad que se le debe denominar “artesano del caramelo”. Cansado estaba y también contento, más de veinte personas le habían estado viendo cómo elaboraba sus caramelos. Hasta se atrevió a darles algún consejo e informe al respecto. Y también dio a probar su producto a todos los presentes, los cuales elogiaron lo bueno y rico que estaba.
Un breve descanso y enseguida tomó una silla, delante de la mesa del mármol, se sentó y con un rulo en sus manos y su habilidad, comenzó a hacer placas y estas en tiras de unos tres centímetros que a la vez las cortaba en trozos iguales y, antes de que enfriaran las introducía en moldes, con lo que conseguía variedad de figuras de todos los colores, muy atractivas y de sabor exquisitas: Hora sacaba gallos, que los pinchaba en un palito mondadientes, hora sacaba peces, ositos, picantes de pimientos, pájaros de mil formas y todos los pinchaba con un palito y en cuanto enfriaban los hincaba y colocaba artísticamente en su madero con asta en forma de cuerpo piramidal… -su expositor o porta caramelos- ¡Que bárbaro! con su experiencia lograba una verdadera obra de arte, atractiva, divertida que, se metía por los ojos sus alegres coloridos de buen caramelo artesano que elaboraba aquel hombre que fabricaba caramelos.
Granada, noviembre de 2023
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