Un país largamente esperado pero que a pesar de los proyectos no acababa de cristalizar pero, al final, todo llega y nos parece un sueño.
Las primeras imágenes que llegaron a mis retinas fueron durante las narraciones de la entonces denominada Historia Sagrada y que nos iba siendo desgranada con pasión por nuestro maestro y que tanto significó para seguir el camino de la vida. Tuve varios en esa temprana edad, por no decir que cada curso tocaba uno nuevo y te daba todas las materias, sin problemas. Personajes enciclopédicos como Don Juan, o sea uno de los tres tocayos de la entonces EGB: fue único, irrepetible y eso que tuve más de un centenar de profesionales de la enseñanza a lo largo de mi dilatada vida como discente pero, él, fue simplemente único en el grupo escolar de entonces que levantaron en el Callejón, apenas a dos minutos de la puerta de mi casa.
Los críos, en aquellas escuelas que el régimen construyó al lado de casa -para mi serían las terceras, primero en La Joya, luego en el Paseo de los Mártires y finalmente en el Conde de Tendillas- fueron realmente provechosas: aún siguen en pie contra viento y marea. La década de los sesenta casi la pasé en ese grupo y, a veces, haciendo alguna que otra escapada a nuestro río que, hasta poco antes de emprender nuestro exilio económico o funcionarial, corría salvaje y libre. Era el Marchán de nuestra infancia y al que ya acudíamos en el mes de marzo a zambullirnos… ¡Qué fría estaba el agua! Allí nos estrenábamos, entonces el patio no estaba vallado, el olivar y el barranco eran nuestro peculiar y familiar patio de juegos.

En ese ambiente el día de la Historia Sagrada, personalmente, era una de esas jornadas en que nunca me aburrían -en realidad eso era algo desconocido para la chiquillería de la época, siempre en danza, siempre en movimiento- y me quedaba con los ojos abiertos como platos, escudriñadores ante aquellos relatos que, a veces se complementaban en el Cinema Pérez, especialmente con la llegada de la Semana Santa y el correspondiente ciclo de cine religioso.
Y en ese contexto llegó la narración del Arca de Noé y el resultado del Diluvio Universal que lo dejó varado en el mítico Monte Ararat [actualmente territorio turco] que entonces estaba en los límites de la histórica Gran Armenia, una de las naciones más antiguas que aún perviven. Con aquél relato, si lo prefieren fantaseado, las criaturas que hoy peinamos canas y estamos en el tramo final del camino, quedábamos atrapadas en un mundo donde la imaginación nos aparcaba en una nube y soñábamos con imposibles; al margen de cuestionarnos algunos hechos que, matemáticamente, eran imposibles.
Entonces llegaban las preguntas, la impertinencias, unas eran contestadas sobre la marcha y, las más comprometidas eran hábilmente «sobrevoladas» pero el Arca de Noé, Ararat y Armenia quedaron bien anclados en nuestro cerebro entonces prácticamente vacío.

El sueño de viajar por esos territorios bíblicos, por esas antiquísimas y cristianas tierras en esa parte de Asia -la UE en su afán expansionista no dejará de incluir a Armenia y Georgia como parte geográfica de Europa-, nunca desapareció, quedó aletargado, estaba esperando la oportunidad que se agrandó tras los primeros viajes al Este de la Tierra y que nos fueron abriendo unos mundos realmente ignotos y desconocidos que nos atrapaban cada vez más, no sólo eran los paisajes, también sus gentes, sus monumentos y su historia. El acumulado cultural de esas tierras es tan grande que uno se cuestiona realmente la milonga de la civilizada Europa que languidece, alienada, ante el imparable vaivén de la historia y los acontecimientos.

El sueño de la niñez esperó seis década en la mochila de los deseos, pero esa larga espera realmente mereció la pena: un país extraordinario que te sorprende nada más llegar: el alfabeto se me antoja uno de esos retos que ya no son fáciles de acometer. El caos de su tráfico rodado y la agilidad de los peatones para sortear las calles y los desbocados vehículos nos hace ver que la reglamentada y rutinaria vida en el mundo que denominamos civilizado no es tampoco lo mejor.

Gastronómicamente fue una delicia, seguramente la culpa la tenía el guía local y una serie de coincidencias cuando charlábamos en privado, eso creó una atmósfera que hacía disfrutar más cada momento cuando entablábamos las charlas sobre la realidad y el pasado… Quizá el hecho de haber coincidido en el tiempo en Hospitalet de Llobregat -él de escultor para la Sagrada Familia y yo como docente en aquellas dos últimas décadas del siglo- nos hizo partícipes de momentos realmente maravillosos y evocadores que iremos desgranado en esta nueva serie que esperamos atrape a los que hasta ahora nos han aguantado. ¡Va por ustedes!
