Toda investigación histórica requiere disponer de adecuadas fuentes documentales –así como de un análisis posterior serio y riguroso de sus datos–. Un proceso que, en buena medida, puede llegar a ser la mejor manera de mirar el pasado, de entender el presente e incluso de poder atisbar con algo más de seguridad el futuro.
Así, hace unos años, cuando iniciaba las investigaciones sobre mi localidad natal y buscaba cuantas referencias bibliográficas pudiesen existir, ya tuve presente un hecho que recordaba de mi infancia. Se trataba de unos investigadores holandeses que residieron en Cogollos durante un tiempo y con quienes alguna vez me encontré por sus calles. Una de esas escenas la recuerdo perfectamente. Esa tarde, la llegada de unos jóvenes altos y de pelo largo, detuvo nuestros improvisados juegos de finales del verano. Se detuvieron a conversar con las mujeres del barrio (Las Cruces) que, en las calles sin apenas tráfico y con el firme aún de tierra, se ayudaban en el asado de los pimientos, que garantizaría su conservación para uso gastronómico durante el resto del año. Allí permanecieron durante un breve rato, hablando, tomando notas y sacando alguna que otra fotografía. Finalmente se marcharon en grupo, tal y como habían venido.

Muchas veces me pregunté qué sería de aquella investigación y si sus resultados se enviarían alguna vez al Ayuntamiento. Nadie supo darme respuesta alguna. Sólo hallé indicios parciales y ciertas huellas difíciles de seguir. Supe que sus autores pertenecieron a la Universidad de Leiden (Países Bajos) e imaginaba que debió tratarse de algún estudio antropológico relacionado con el sempiterno subdesarrollo de la España de la época, principalmente en la sufrida y olvidada Andalucía. Por ello, solicité información a distintas instancias nacionales e internacionales. Sin embargo, todos los intentos y esfuerzos resultaron infructuosos.
Cuando ya daba por perdida toda posibilidad de conocer el citado estudio, hace unos meses recibí una noticia que lo cambió todo. Desde Bogotá (Colombia), el lugar en el que viene residiendo –y gracias a la intermediación de Mariano Peralta Molero– uno de aquellos estudiantes, Jaime Remmerswaal, me hacía saber el regreso, al pueblo que los acogió algo más de medio siglo antes, de uno de sus compañeros. La alegría fue inmensa. No podía dejar escapar la oportunidad y, por fin, a finales del mes de noviembre del año pasado, pude conocer a Ruud Lambregts. Venía acompañado de su mujer (Marianne) y, además de disfrutar de su compañía y compartir su añorado reencuentro, me hicieron entrega del informe final que se elaboró, y que yo tanto había estado buscado. Se titula: Cogollos de Guadix. Un pueblo en la Comarca de la Hoya de Guadix. Resultados de una investigación socio-económica efectuada durante las prácticas de campo en España en el año 1972.
Un elocuente título al, que tal vez, sólo tendría que alegar algo respecto al impreciso emplazamiento del municipio en la hoya de Guadix. Además, muy amablemente, me facilitaron un magnífico conjunto fotográfico que les había proporcionado su también amigo Erik Klijzing.Todo un importantísimo referente documental y todo un inestimable testimonio colectivo que pude disfrutar apasionadamente ese mismo día. Y, por añadidura, todo un compromiso y una responsabilidad que, con su entrega, asumí con ellos: dar a conocer entre quienes puedan estar interesados tan importante legado. Es decir, ayudar a difundir esa visión limpia, complaciente y rigurosa que ellos recopilaron entonces y que hoy puede posibilitar un mejor conocimiento de nuestro pasado.

Los otros dos protagonistas del estudio fueron: Ronald Lucardie y Hans Poleij. Del primero de ellos mis interlocutores no supieron dar información precisa y del segundo de ellos, tristemente me hicieron saber que al parecer ya habría fallecido. Decir, también, que todo el equipo de estudiantes-investigadores tendrá en común su dedicación laboral futura al mundo de la Cooperación Internacional para el Desarrollo, vinculado a los diferentes gobiernos holandeses, y que sus peripecias vitales transcurrirán por diferentes países africanos y latinoamericanos principalmente. El coordinador del programa fue el longevo prestigioso catedrático (ya emérito) de Historia de América Latina de dicha Universidad, el doctor Raymond Buve (1933) y la redacción final recopilatoria correrá a cargo del profesor J.J.M. Heijmerink, del Instituto de Antropología Cultural y Sociología de la citada Universidad de Leiden.
En este punto aclararé también que Cogollos no fue el único municipio seleccionado para recepcionar estudiantes extranjeros por la delegación granadina del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA) y, según me explicaron, también participaron otros pueblos de la comarca, entre ellos: Dólar, Purullena, Alquife, Gor y Benalúa. Cada uno según una temática específica, como podría ser la artesanía, la minería, la industria o la concentración parcelaria; en el caso reciente de Dólar y Cogollos. No hace falta apuntar que, en igual sentido, también desconozco el recorrido y resultado final que tendrían los mismos. Seguramente, en el convenio establecido entre ambas instituciones de algún modo se establecería la entrega de algún tipo de resumen a la administración española. ¿Qué fue de ellos? De momento nada sabemos.

En nuestro caso, a mediados de aquel caluroso mes de junio de 1972, los cinco estudiantes serán acogidos por tres familias cogolleras, con las que convivirán durante dos meses exactos. Sus anfitriones serán: Antonio de Mené, que acogió a dos, en el Perchel; Daniel Molero Carreño, con otros dos, en la Carrera, y Fermín el Capón, en la calle ahora denominada Olga Manzano, que acogerá al quinto de ellos.
Desde ese momento iniciarán un laborioso trabajo de investigación participativa que a la postre se traducirá en una radiografía certera, objetiva y completa del lugar de acogida. Aunque puede que, por objetar alguna pega, con muy poca o nula incidencia posterior en el devenir de Cogollos, en modo alguno achacable a nuestros protagonistas. En resumen, todo un túnel del tiempo que hoy se nos abre y que nos brinda la posibilidad de rememorar cómo era el pueblo que las generaciones más jóvenes nunca conocieron, pero que sí fue el único que vivieron y sintieron nuestros padres y/o nuestros abuelos.
Tal como podremos ver más adelante, en esos años finales del tardofranquismo predominaba: un déficit alarmante de infraestructuras, una economía agrícola que, con excepción de la cebada, el trigo y la remolacha, se destinaba al autoconsumo, la emigración temporal al extranjero era una constante y la principal fuente de ingresos la constituían las remesas que llegaban desde tierras suizas.
No cabe duda de que supondrá una experiencia inolvidable para sus protagonistas, que les marcará para siempre y que, desde entonces, llevarán con orgullo por medio mundo. Además, felizmente ahora, este estudio puede convertirse en un recurso útil para conocer y comprender la evolución de nuestra comunidad en este más de medio siglo transcurrido.
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