El duro día a día de la jornada del mulero /Erik Klijzing

Jesús Fernández Osorio: «Hasta donde la memoria alcanza: Cogollos de Guadix (1972-2025) (III)»

En esta ocasión abordaremos el capítulo dedicado a la agricultura y la posible comercialización de su producción. La situación agraria de Cogollos era, obviamente, un tema fundamental. Se hicieron cargo de su estudio dos jóvenes estudiantes: Erik Klijzing y Jaime Remmerswaal. Su resultado se convertirá en un serio intento por conocer y desentrañar el viejo régimen de tenencia de la tierra y la regulación del agua para su riego que, según reconocerá el propio profesor redactor de la síntesis, el Drs. J.J.M. Heijmerink, supondrá “una tarea ardua para estudiantes extranjeros”.

Comenzarán delimitando el total de la superficie municipal, que redondearán en unas 3.000 hectáreas (realmente son 3.026 has, es decir, 30,26 km²), e igualmente diferenciarán dentro de ellas sus características físico-geográficas. La primera zona del territorio estará constituida por la zona afectada por la “concentración parcelaria”, con 865 has; que hacía sólo unos años había pasado de unas 2.035 parcelas a sólo 560. En la misma se incluían la parte más valiosa, la “vega” (por su posibilidad de riego permanente), los “campos” (que se pueden regar pero sólo en determinadas temporadas del año) y la llamada “masa común”, que era una superficie de reserva que se utilizó en el proceso de concentración para hacer posible las pequeñas correcciones y, principalmente, para el trazado de los nuevos caminos. El emplazamiento del consultorio médico o el que fuera Hogar del Pensionista tienen una íntima relación con este último apartado. Las siguientes zonas que delimitan el territorio son: los “secanos”, con 401 has; los “montes”, con 848 has, (recién repoblados de pinos) y las “viñas”, 785 has, que, pese a su nombre, estaba poblada de olivos en la mayor parte.

Balsa de riego y vega de Cogollos/Erik Klijzing

Seguidamente, nuestros investigadores centrarán su estudio en la zona de concentración parcelaríaal completo, a la que añadirán también las tierras de secano (que eran propiedad del Patrimonio Forestal del Estado) y que suponían un total de 1.266 has. Después pasarán a estudiar sus datos y la correlación con el número de poseedores (un total de 328 agricultores). Entre sus conclusiones podemos ver que: a pesar del reciente proceso “el 76% de los agricultores puede considerarse minifundista puesto que tienen explotaciones con superficies inferiores a las 5 has”. Es decir, únicamente había cinco agricultores con 15 has o más. Y, entre los que menos tierra poseían también podíamos encontrar las tierras menos fértiles y más lejanas.

Los productos principales que se cultivaban eran la cebada, el trigo, la remolacha y las patatas. De los cuales sólo los tres primeros podían ser considerados cultivos comerciales, ya que el último estaba destinado casi exclusivamente al consumo familiar. Respecto a la comercialización de la producción, por ser pequeños productores, se realizaba a través de “intermediarios forasteros” que compraban y vendían independientemente o por encargo de terceros, reservándose siempre un importante margen de beneficio. Además, la producción de cereales se hallaba sujeta a la regulación de precios del Servicio Nacional de Cereales (SNC), que en esos instantes estaba llevando una política “de frenar la producción de cereales que son cultivados en exceso”. Y, en relación a la remolacha la única posibilidad de venta venía establecida por la fábrica de azúcar de Benalúa de Guadix que, por ello, “puede fijar el precio a su gusto”. Como curiosidad indicaremos que el trigo oscilaba su precio entre las 4,4 y las 6 pesetas; la cebada entre 4,1 y 4,9 pesetas y la remolacha a 1,9 pesetas, según los datos del año 1971.

El regador, José Izquierdo, Billotilla, regulando el caudal de agua de la balsa/Erik Klijzing

A continuación se adentrarán en el complejo proceso de la regulación del uso del agua. No sin antes advertir la histórica y obligada situación de reparto del agua de Jérez del Marquesado (del barranco del Alhorí), que tomaba el agua de sol a sol y Cogollos “desde la puesta a la salida”. Una situación que propiciaba “una gran carencia de agua durante el verano (cortos periodos de riego) y la sobra de agua durante el invierno; cuando las noches son largas y la demanda del agua insignificante”. Esta disparidad estacional de agua la solucionaron vinculando las franjas de terreno de vega y campos; permitiendo el uso invernal sobrante sobre estos últimos, “sin desperdiciarla”.

Respecto al derecho en el reparto del agua embalsada, nuestros visitantes especificarán que se realiza según la formula de 1 blanca por 1 fanega de tierra. (sabiendo que una fanega corresponde a 1/4 de hectárea, es decir, unos 2.347 m²). Así, fielmente recogerán que, como se tiene establecido de modo tradicional, el derecho a riego corresponde a un total de 960 blancas que, “para obtener un método de trabajo más eficiente se han distribuido en un ciclo de 10 tandas, en el cual a cada blanca le llega su turno, es decir, de una irrigación de 96 blancas al día. Lógicamente, el diferente caudal de cada época del año determinará los minutos que les irá correspondiendo. Y, para ello, al regador le corresponderá la vigilancia “con el reloj en la mano” de la ejecución correcta del antiquísimo sistema de reparto del agua. Un sistema, que como bien saben todos, se sigue manteniendo en idénticos términos a los ya expuestos por ellos. Con la salvedad de que la balsa de origen inmemorial ahora puede recibir el aporte necesario que se habrá ido acumulando en la pantaneta situada a las faldas del cerro de la Virgen de la Cabeza, que en aquellos años constituía todo un auténtico revulsivo.

El pilar de la plaza del Ayuntamiento/Erik Klijzing

Erik y Jaime también estudiarán los diferentes tipos de tenencias de la tierra que se podían dar en Cogollos: arrendamiento o propiedad. La tenencia en propiedad en la zona de concentración parcelaria era de unas 497 has, (el 60%) y en calidad de arrendamiento se localizaban otras 330 has (el 40%), en las que se observaba la presencia de cinco grandes propietarios, “que no vivían en el pueblo y que el contacto que mantenían con sus arrendatarios se restringía al cobro anual del arriendo en efectivo o en especie”. Igualmente dejarán constancia de que “el arrendamiento de tierras entre familiares es un fenómeno frecuente”. Por su parte, las tierras de secano se mantenían dadas en arrendamientos anuales. En esos momentos, a un total de 170 agricultores locales. Lo administraba el Ayuntamiento, que recibía un total de 80.000 pesetas y “la mayor parte de esta cantidad se entrega al Estado, el resto se destina a la caja municipal”.

Un vecino, Paco el Callao, en su regreso al pueblo después de la dura jornada del labrador/Erik Klijzing

Finalmente y para concluir, se atreverán a apuntar entre sus conclusiones, además de la manifiesta desigualdad en la posesión de la tierra, las grandes dificultades que encontraba el cooperativismo (después de una experiencia negativa que se había vivido recientemente en el pueblo) y, más importante, la imposibilidad general de las familias campesinas (que en aquellos momentos se situaban en un promedio de los padres y 3 ó 4 hijos y “eventualmente otro miembro de la familia que convive con ellos”) para subsistir y que, por tanto, debían recurrir a otras fuentes de ingresos, entre ellas la emigración, que abordaremos la semana que viene en el último de nuestros artículos dedicados a esta verdadera joya de trabajo colectivo para cualquier investigador.

Jesús Fernández Osorio

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