Gregorio Martín García, con un ejemplar de su libro, y al fondo, su pueblo, Benalúa de las Villas 11/01/2022 FOTO: ANTONIO ARENAS

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios

Portada del libro ‘El amanecer con humo’

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios

Dedicado a:
La bondad y el amor…
La alegría y la vitalidad…
Baluartes de mi existencia

Prólogo De la Fuente ‘El Junco’ al Pilar por Luis Garrido García

‘El amanecer con humo. Benalúa de las Villas, Hijos dulces de Dios’ se sitúa en Benalúa de las villas, tierra de montes y olivos, que en el tiempo narrado también tuvo otras variedades de cultivos, así como ganadería, tierra fascinante en la parte más occidental de Granada, que sirve de marco para este relato sugestivo.

Las escenas y ambientes recreados se enmarcan esencialmente en el devenir de lo más cotidiano de la vida de un pueblo, de sus tierras, sus gentes y sus costumbres, por eso ofrece una panorámica muy exacta de la vida de los pueblos de Granada de no mucho tiempo atrás.

De un tiempo aún próximo, del que alguna parte viví y que este libro me ha hecho recordar y anhelar con gran nostalgia.

Vista de Benalúa de las Villas ::GMG

En este libro se recorre parte del siglo XX y, ahora ya en otro siglo, es un placer hacer un alto en el camino y leer estos variados relatos cortos que, en forma de prosa, escrita con gran maestría y dinamicidad, nos llevan a recordar situaciones, personas y hasta olores que habían quedado olvidados en un rincón de nuestra memoria y, que su autor, nos trae de nuevo.

Su lectura nos hace recordar personas, costumbres, historias, anécdotas, sucesos y situaciones; también nos hace reír, llorar y vivir de nuevo sensaciones que teníamos olvidadas y que nos llegan directamente al corazón.

“El Amanecer Con Humo, Benalúa de las Villas, Hijos dulces de Dios” resume tiempos y situaciones enclavados en un medio rural que permanecen intactos en la memoria de su autor, momentos, imágenes, de la identidad de un pueblo que, su autor, como testigo presencial, los rescata y registra en este libro para que permanezcan en la historia de Benalúa de las Villas. Esta obra es el resultado de la perspectiva y perseverancia de su autor, de horas de trabajo y recuerdos transmitidos al papel. Para algunos de nosotros serán experiencias nuevas pero para otros es una parte de nuestra vida pasada, reflejada de tal forma que vuelves a vivirla en toda su intensidad.

En definitiva este libro supone una admirable reconstrucción de la época en que se sitúa, que cautivará al lector desde el inicio, en un viaje inolvidable. Merece la pena adentrarse en su lectura e indagar en las raíces de Benalúa, dar valor a nuestra cultura aceptando y reconociendo una parte integral y significativa de nosotros mismos.

Mi agradecimiento y reconocimiento a su autor.

Nota del Autor

Estimado lector que dispones entrar en este relato de anécdotas, ocurridas, a lo largo de los tiempos en nuestro amado pueblo Benalúa de las Villas. Quiero comunicarte, ante la inminente lectura que vas a comenzar -además de mi agradecimiento- que, lo aquí tratado y escrito, hecho con el máximo respeto está. Ha sido redactado con un lenguaje sencillo y fluido, cercano y, en algunos casos, coloquial, para su mejor comprensión.

Todo es fiel reflejo de la realidad, con algo de ficción y un tanto de fantasía, para lograr hacerlo más ameno y, al tiempo, evitar hurgar en la vida de los protagonistas.

En casi todas las citas de vecinos y/o amigos que hago en el libro, se hace con el nombre de pila y el alias o mote, ya que éste es el que de verdad nos identifica a muchos de los benaluenses de aquellos tiempos.

He evitado rigurosamente alguno que pudiera ser o parecer ofensivo, y siempre, sea cual fuere el alias/mote, los he nombrado con el máximo de los respetos y con la profunda admiración que siento por mis paisanos.

También consta el mío, Poloriato, al considerarlo necesario para mi mejor identificación y porque me enorgullezco de él. Un saludo y mi reconocimiento para todos mis paisanos

Introducción

Aquella mañana me desperté pronto, como hacía días me ocurría. La persiana del ventanal de mi cuarto, que da directamente a la calle, estaba echada hasta el fondo. Al comenzar a abrirla y quedar sus pequeños respiraderos abiertos, ya noté, por el leve resplandor del comienzo del alba, que el día sería despejado, como el anterior, aunque con neblina, que no era tal, sino contaminación.

Un grisáceo color, algo entoldado, presentaba el cielo. No eran nubes, era como niebla; como polvo en suspensión.

Los jóvenes estudiantes, con sus mochilas y carpetas de mano, subían en grupo, casi llenando la acera, hacia el Campus Universitario de la Cartuja. El tráfico se intensificaba por momentos, se acercaban las horas de los primeros turnos de trabajo en los distintos puestos, a donde aquellos coches llevaban a sus ocupantes.

La calle era un bullicio, dada la hora temprana; los que caminaban por la acera, conversaban, aunque el ruido de la circulación les ganaba en decibelios.

Me estiré, bostecé en un último intento por terminar de despabilar. Enseguida, se me despertó el deseo de mi primer café. Aquella mañana, sentía algo distinto, una idea me rondaba los últimos días. Tiempo hacía que esta idea ocupaba mi cabeza e invadía el pensamiento, dejando en mí un estado agridulce, que me contrariaba.

Me dispuse a dar mi paseo matutino que tanto me ayuda a afrontar el nuevo día que amanece, mientras planificaba el proyecto que en mente tenía.

En Granada paseando se maduran ideas y su relajante belleza hace que estas terminen en mucho, positivo y bueno.

Es ciudad que, maravillosamente por ella caminando, adormece el ser, enerva el alma y parece hacer entrar en trance nuestra mente. El recóndito trazado de sus calles invita a la meditación y ¿qué mejor escenario para madurar aquello que me ocupa?… viviendo la paz que invade todo.

Cada día, cada mañana, antes que el sol levante sus rayos sobre la línea del horizonte, ya mis pies avanzan despacio por las calles de Granada, hacia esos rincones de belleza embrujada que con repetida asiduidad me gusta visitar, acompañado por el vientecillo mañanero que, filtrado en las alturas de la sierra, a la ciudad baja y cortésmente todas las mañanas nos refresca, prestando su agradable brisa. Un ruidoso auto que pasa, rompe mi ensimismamiento.

La larga calle que queda ante mí, la cubren mis pasos y busco asiento en aquel banco de ese jardín; de fuentes y plantas y los madrugadores pájaros que buscan comida, me regalan sus trinos. ¡El trino de los pájaros se ha difuminado!, ¡el silencio del amplio espacio que me rodea está desapareciendo! Y como si los encantos de la noche lo hubieran orquestado, ahora las calles se llenan de gente presurosa que, meditabundos unos y muy de prisa otros, casi corriendo, se dirigen a distintos destinos, apresurados. Los rayos de sol ya invaden los jardines y estampan su luz en las gotas de rocío que humedecen las plantas y, cual perlas adornan el césped, refrescando más su verdura; pintándose de intenso color.

Un indigente aun duerme bajo sus harapos, intentando resguardar su maltrecho cuerpo por aquel grueso árbol.

Un coche policial, lanzando destellos azules precede y escolta con estruendo de sirenas y aullidos sonoros a una veloz ambulancia; una vida depende de sus precipitadas carreras. Allá, el policía que presta su servicio cerca del cruce, paraliza el ya intenso tráfico y colabora, al posible milagro de salvar una vida.

A pesar de todo el ruido, se oye el tañido de unas campanas, llamando a su Sede. Allá, al fondo en la lejanía, arriba clavado, inamovible, majestuoso, arcaico y orgulloso de ser único, sobre la blanca Sierra saliendo; es el Veleta, de bella estampa conocida por vecinos y foráneos y que como todos, su Granada admira.

De vuelta a casa, mi regreso es distraído por el ajetreo de las gentes y el sonar de algunas persianas. Ya abre el comercio y llama mi atención, ese escaparate que muestra sabrosas frutas de nuestras huertas y de la fértil vega granaína.

Me detengo y contemplo aquel escaparate que arte en sus formas derrama, pareciendo bodegón por artista recreado y pintado.

Llegado a mi casa, mi hogar; descanso lo andado y, en mi viejo sillón, devano y ordeno ideas, sueño vivencias y descubro que todo es espléndido, que todo en mi vida y lo que al alcance tengo… es sumamente agradable.

Un sopor me invade, pesan mis ojos, se cierran mis párpados. Entro en un estado precursor de bonitos sueños. El despertar fue tan plácido y sosegado como la casi hora que estuve dormido y en la que, parece, estuve reunido con mi ego, intentando llegar a un consenso, llegar a un acuerdo para darle solución a lo que tenía pensado: Mis recuerdos escribir. Mis vivencias aquí plasmar.

Que no mis memorias.

Mientras éstas residen en la cabeza, aquellas nacen en el corazón.

Lo que haré con sencillez casi simple, ya que lo único que pretendo es pasar al papel, cosas mías pasadas y vividas con amigos de niñez.

Estos razonamientos me acompañaban cuando desperté de mi adelantada siesta; revisados, estos conceptos, fueron los que me indujeron a contar mis cosas. Lo que haré con sencillez casi simple, ya que lo único que pretendo es pasar al papel, cosas mías pasadas y vividas con amigos de niñez; narradas de forma llana, aunque soy consciente de que algo barroco soy para escribir y me gusta jugar con sustantivos y adjetivos, verbos y predicados y abusar de hipérbaton.

Centrado en la preocupación por el paso del tiempo; me gusta así hacerlo y así disfrutar a la vez que narrar y quizá, ese sea el principal fundamento de éste, mi escrito sobre acciones y anécdotas que cuento; todo ello de mi querida Benalúa de las Villas.

Todo ello vivido y protagonizado por mis estimables amigos y paisanos, “Los Ajumaos”.

Lugar y sitio donde vine a la vida, hice mi niñez e hice amigos, con los que forjé mi biografía, comencé mi Historia que ahora plasmo, en humilde papel, que lo único que persigue es gustar y contentar al que lo escribe, que es, como siempre, para quien lo escribo. ¿Habrá mejor público y más agradecido que tu propio Yo? Por eso, a mí, me gusta ¡ya!; eso me ha comunicado mi ego, y yo satisfecho de ello me siento.

Y en verdad que haciéndolo y plasmándolo en el blanco papel quedo satisfecho. Lo hice con cariño, con comprensión y respeto debido, a aquel que en su vida nunca soñó que yo hoy aquí de él escribiera.

¡Mi libro! Tu libro, que entre tus manos ahora sustentas, con posible intención de leer. Es un “relato de relatos”, un seguimiento de hechos ocurridos; padecidos o disfrutados por las gentes de mi pueblo, por mis paisanos y amigos. A los que estimo y admiro. Y es por ello que lo narré.

En éste, nuestro libro.

Gregorio Martín García

Índice del libro:

Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VIII De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

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