PEDRO GONZÁLEZ DE MENDOZA, el gran Cardenal, era hijo del Marqués de Santillana y padre de Rodrigo de Mendoza, el noble que levantó el castillo de La Calahorra. Dicho cardenal, en sus tiempos de obispo, tuvo relación amorosa con una dama portuguesa, Mencía de Lemos, de la cual nacieron dos hijos, Rodrigo y Diego, a quienes la reina Isabel llamaba “los más bellos pecados del cardenal”.

El Gran Cardenal Mendoza, conocido también como “el tercer rey de España”, fue un personaje clave en la última etapa de la Guerra de Granada, participando activamente en la misma y quien, en el Día de la Toma, plantó la cruz en la Torre de la Vela. Aristócrata hacendado, clérigo y militar, ayudó económicamente a Castilla en las campañas militares, siendo favorecido con el Señorío del Zenete y los ocho pueblos de la comarca. Después, el Cardenal Mendoza lo cedió a su hijo Rodrigo.
RODRIGO DÍAZ DE VIVAR Y DE MENDOZA, primer marqués del Zenete. Muy querido en la corte, se convirtió más adelante en personaje molesto para los reyes. Humanista, ilustrado, cortesano, belicoso, tacaño, generoso, déspota, mujeriego… según cómo, cuándo, dónde y con quién, su personalidad fluctuó entre el señor feudal y un príncipe renacentista. Destacó por su valentía en el campo de batalla, especialmente en la “de las huertas”, cuando la conquista de Baza, lo que le otorgó gran prestigio en la corte.
El historiador Fernández de Oviedo lo describió: “De más extremada ventaja a todos otros mancebos de su prosapia. A vueltas de todo era temido por travieso y mal sesado”.

Al ser un personaje conflictivo recibió tanto afecto y admiración como temor y rechazo. Se enemistó con el rey Fernando y con su primo el Gran Tendilla. Amante del nuevo arte italiano hizo construir en La Calahorra un castillo (1509-1512), cuya peculiaridad radica en reunir en el mismo edificio la última fortaleza medieval y el primer palacio renacentista de España, sirviendo sus pétreos muros de cofre para guardar la joya del patio.
En la construcción del castillo siguió los cánones del Renacimiento cuyos palacios conoció durante su estancia en Italia. Para ello trajo hasta La Calahorra a Michele Carlone uno de los arquitectos más afamados del momento. El diseño del castillo marca con precisión las estancias palaciegas de las militares, separadas por la leyenda: “Usque intrare, licet”, (“Hasta aquí es lícito entrar”).
El núcleo central del monumento es su bellísimo patio, la monumental escalera que enlaza las dos plantas y los salones adosados en las galerías, con profusión de adornos netamente renacentistas.
Casó dos veces, la primera con Leonor de la Cerda, sobrina del rey Fernando, recibiendo como regalo de bodas, la conversión del Señorío del Zenete en Marquesado; su segunda esposa, María de Fonseca, con quien tuvo tres hijas: Mencía, Catalina y María.
MARÍA DE FONSECA. Era una niña cuando casó con don Rodrigo, que le duplicaba con creces la edad, pero ella,” no volvió a levantar los ojos para mirar a otro hombre tras conocer al marqués del Zenete”, según una crónica antigua. Fue un matrimonio muy complicado pues el padre de María se opuso tajantemente a dicha boda llegando a encerrar a su hija y maltratarla físicamente, además de desheredarla. Una historia de amor más cercana a la literatura romántica del siglo XIX que al relato histórico. Rodrigo de Mendoza y María de Fonseca no vivieron en el castillo de La Calahorra más de ocho años pues en 1520 ya residen en Valencia donde ambos murieron y están enterrados en la iglesia de santo Domingo del convento de los dominicos.

MENCÍA DE MENDOZA Y FONSECA. La segunda marquesa del Zenete fue una mujer que deslumbró a sus contemporáneos. Culta, humanista, coleccionista de arte y mecenas de artistas siguió la doctrina de su preceptor, Luis Vives y de Erasmo de Roterdan. Su compromiso erasmista no le produjo problemas debido al apellido Mendoza, por entonces intocable en España.
Agraciada y generosa era considerada la mujer más rica de Castilla. Casó dos veces con maridos exageradamente mayores que ella. Su primer matrimonio, con Enrique de Nassau, la llevó a los Países Bajos; en segundas nupcias matrimonió con el duque de Calabria, virrey de Valencia.

Viuda por segunda vez, muy joven enfermó de obesidad mórbida que deformó su cuerpo y la sumió en una profunda depresión. Falleció en Valencia a los cuarenta y cinco años donde está enterrada junto a sus padres. Al morir sin descendencia, títulos y bienes pasaron a su hermana pequeña María, casada con el duque del Infantado, por lo que el castillo de La Calahorra se sumó a la extensa nómina de la Casa del Infantado.
Afortunadamente y, tras siglos de silencio y abandono, el castillo ha pasado a ser patrimonio del pueblo, cuyo devenir estará condicionado por las imprescindibles mejoras y cuidados que, con urgencia, el monumento requiere.
La grata circunstancia del cambio de titularidad debe repercutir positivamente en el desarrollo de una comarca hoy por hoy necesitada de atención, tanto por la iniciativa privada como por las instituciones públicas.
[NOTA: Este artículo de Juan José Gallego Tribaldos se ha publicado en la edición impresa de IDEAL correspondiente al jueves, 2 de octubre de 2025, pág. 22]






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