Para hablar de escuela inclusiva, primero hay que soñarla

De ahí que sea necesario hablar de una escuela sin exclusiones, donde todas las personas se eduquen y no unas pocas, formando el resto una clase inferior. La escuela sin exclusiones no tiene que ver sólo con la Didáctica y lo didáctico, ni con la investigación e innovación educativa, sino con el mundo de los valores. Es necesario construir un mundo mejor. Desde mi punto de vista es una necesidad humana. Y si es una necesidad humana, hay que hacerlo y no podemos seguir ‘suavizando’  ni un minuto más la situación de segregación en las escuelas. Lamentablemente la nueva ley de educación del ministro Wert no entiende de esto y, lo que es peor, ni lo pretende. Lo que busca es una contrarreforma ideológica en toda regla: hay que eliminar todo lo heredado.

La escuela pública está viviendo un momento muy significativo en relación con la educación inclusiva. En los últimos años al arco iris humano que a diario se forma en nuestras escuelas es aún más hermoso que el arco iris celeste. Las aulas de cualquier colegio son un mosaico de culturas. Esto, más que un problema, Sr ministro, es una ocasión única, -y un reto también-, para lograr una educación en valores donde el respeto, la participación y la convivencia han de ser los nuevos pilares para el aprendizaje. Nada de esto lo entiende el gobierno de Rajoy y de un plumazo elimina ‘la educación para todos y para todas’.

Según la UNESCO (1990) la cosa está muy clara: todas las niñas y niños, y toda la junventud del mundo, tienen derecho a la educación. Pero no a una educación cualquiera, sino a una educación de calidad. Y ésta sólo se logra cuando se educan juntos. No que nuestro sistema educativo tenga derecho a acoger a un cierto tipo de alumnado y a rechazar a otro. Es el sistema educativo el que debe cambiar para contemplar la diversidad en nuestras aulas y no al revés. En esto consiste, sencillamente, la educación inclusiva, lo demás es despotismo ilustrado. Sin embargo, desde el pensamiento teórico y legislativo hasta las prácticas educativas inclusivas hay una gran distancia.

A pesar de estar tan claro cuando hablamos de educación inclusiva no podemos evitar que se produzca una doble representación mental, una orientada a los sujetos de aprendizaje -principalmente las personas discapacitadas- y otra a los sistemas educativos. El elegir una u otra determina si hablamos de integración o inclusión. Hablar de educación inclusiva es hablar de las barreras que impiden que haya niños o niñas que no aprenden en sus aulas. Sin embargo, si se habla de niños y niñas que no pueden aprender se está en el discurso de la integración. Si no rompemos esta doble mirada difícilmente estaremos realizando prácticas inclusivas. ¡Dejemos de hablar de niños o niñas discapacitados y hablemos de barreras que encontramos en los procesos de enseñanza y aprendizaje! Lo que tratamos de decirles es que no liguemos las dificultades de aprendizaje a las personas sino al currículum. Esto no debe interpretarse como que no ha de educarse teniendo en cuenta las peculiaridades de cada persona, ¡por supuesto que sí!,  sino buscando metodologías que nos permitan dar respuesta a esas peculiaridades. En este sentido el socio-constructivismo ofrece muchas posibilidades. En la teoría sociocultural la unidad básica de análisis es el contexto y no el individuo.

Probablemente todas y todos coincidamos en que, efectivamente, debemos cambiar los sistemas ¿quién va a atreverse a decir lo contrario? Pero, mientras se siga hablando de educación especial, de aulas de apoyo, de compensatoria, de adaptaciones curriculares, de niños y niñas con necesidades educativas especiales, la segregación seguirá siendo una práctica aceptada en nuestras escuelas, muy lejos de lo que debe ser la educación inclusiva. Si no se cambia el lenguaje, el pensamiento seguirá siendo el mismo. No se trata de cambiar las personas, sino de cambiar los sistemas. Es un cambio cultural lo que buscamos. Hay muchos profesionales todavía que conciben la educación inclusiva como la educación especial de la post-modernidad y consideran, por el mero hecho de la presencia de un niño o niña con alguna excepcionalidad en las aulas, que están haciendo prácticas inclusivas. Pero eso no es así. Con planteamientos clásicos de la tradicional educación especial es imposible conseguir prácticas inclusivas. La educación inclusiva no tiene nada que ver con la educación especial sino con la educación general. Es un proceso de humanización y, por tanto, supone respeto, participación y convivencia. Por eso hablar de educación inclusiva, desde la cultura escolar, requiere estar dispuestos a cambiar nuestras prácticas pedagógicas para que cada vez sean prácticas menos segregadoras y más humanizantes.

Cambiar las prácticas pedagógicas significa romper con las barreras que están impidiendo que un centro sea inclusivo. En fin los sueños son proyectos por los que se lucha y por los que se sufre, porque los sueños tienen sus contrasueños. Pero muy a pesar de estos contrasueños, de lo único que estoy seguro es, de que no es posible pensar en transformar algo sin un sueño, sin una utopía, sin una ilusión. ¿Cómo romper con las barreras que impiden que un centro sea inclusivo? Las veremos en el siguiente artículo.

Prof. Miguel López Melero
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar.
Universidad de Málaga.
Email: melero@uma.es y miguel.lopez.melero@proyectoro,a.es
Telf.; 952 131096

(*) Este artículo se publicó en el número 3.956 del periódico ESCUELA, correspondiente al 4 de octubre de 2012

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