Antonio Luis García Ruiz: «La educación, el contexto ambiental y el acoso escolar»

La educación, y más concretamente el sistema educativo de cada país, refleja o debe reflejar, los pensamientos, las creencias, las necesidades, los deseos y las esperanzas del mismo. Los valores recogidos en el currículum de cada etapa, son los que la sociedad reconoce como suyos y los desea seguir manteniendo. Su importancia, por tanto, es transcendental, pues de ello depende no sólo el futuro de los estudiantes, sino también del resto de la ciudadanía. De esta manera, la educación se convierte en el mejor y mayor recurso que puede garantizar la continuidad, la convivencia, la cultura, el progreso y la paz de un país determinado. 

Conscientes de ello, las sociedades avanzadas y democráticas actuales, como es el caso de España, se han dotado de un espacio “muy especial”, un espacio intencionadamente privilegiado, un espacio de amistad, de alegría, de juego, de aprendizaje, de convivencia, de libertad, etc. Un espacio muy simbólico, llamado escuela, instituto o centro educativo. En todos ellos, se produce una reunión, un “ayuntamiento” -como diría Alfonso X El Sabio- un encuentro permanente entre alumnos y maestros o profesores, para tratar de formarse a través de las ciencias y de las artes, de la vida y de la sociedad. Un proceso de enseñanza/aprendizaje apoyado en la explicación, el estudio, el esfuerzo, la indagación y en la realización de muy diversas tareas, que tiene como meta el desarrollo completo del alumno y su integración plena y profesional en la sociedad.

Aceptando todo lo dicho, también deberíamos comprender la dificultad de la labor docente, así como la gran consideración que hemos de otorgar a maestros y profesores, pues de ellos depende fundamentalmente el éxito o el fracaso de esta sublime tarea. Para eso, lo primero que hay que considerar, es el material tan delicado con el que trabajamos; estamos hablando de personas, que en Educación Infantil y Educación Primaria son niños y niñas cargados de espontaneidad e inocencia. Pero además, la educación y el aprendizaje no dependen sólo del docente, sino también y sobre todo del discente, del alumno, sin cuya colaboración no es posible avanzar en nada. En la actualidad y con bastante frecuencia, nos encontramos con el agravante de que muchos alumnos, sobre todo de Educación Secundaria, no quieren aprender o no presta la atención suficiente, porque no encuentra motivación en ello.

Consentir a niños o adolescentes, mimarlos en exceso, como está ocurriendo hoy, es avocarlos al fracaso, a un futuro personal incierto.

En esta situación, la tarea del maestro o profesor se complica y se duplica, al tener que ejercer otra misión imprescindible y anterior a la enseñanza de determinados contenidos: la de crear un ambiente adecuado y motivacional para poder empezar a estudiar los programas. Para ello, el contexto del centro y, sobre todo, el ambiente del aula es fundamental; es en ella donde se aprende y se educa, donde brotan los conocimientos, las relaciones, las emociones, los sentimientos, los valores, etc. Si tenemos en cuenta la existencia de veinte o veinticinco alumnos por aula, hemos de pensar en veinte o veinticinco mundos, circunstancias, intereses, visiones y motivaciones. Combinar este pequeño ecosistema para que funcione como tal, es como dirigir una orquesta con músicos que ni saben, ni quieren tocar.

Existen, sin embargo, unos requisitos fundamentales e imprescindibles, aceptados por los teóricos de la educación, sin los cuales no es posible implementar el aprendizaje, la creatividad, el razonamiento, la memoria, las habilidades, las actitudes o la imaginación; sobre todo, en las etapas de Educación Primaria y Secundaria. Dichos requisitos inexcusables son: libertad, seguridad,  ayuda, autoestima, confianza, afecto, compañerismo, integración, etc. Allí, donde estas condiciones no se dan, es donde puede aparecer cualquiera de los acosos, conflictos y tensiones, que hacen sufrir a las chicas o chicos, mucho  más de lo que nosotros podemos imaginar.
Pero, todo ello debe ir acompañado de la disciplina, la norma, el orden, el método, la planificación y el seguimiento, que todo trabajo bien hecho requiere. Para Kant, la educación comprendía la disciplina y la instrucción. Consentir a niños o adolescentes, mimarlos en exceso, como está ocurriendo hoy, es avocarlos al fracaso, a un futuro personal incierto. La disciplina debe aplicarse en todo momento y desde la infancia; eso sí, adecuada al nivel o edad de los niños y a las circunstancias concretas de cada caso. Por el contrario la falta de respeto, la amenaza, la broma insolente, el acoso escolar y no digamos la violencia, son acciones completamente incompatibles con la educación, la antítesis de todo lo expuesto, por lo que deben quedar erradicadas y completamente desterradas de los centros educativos.

En las circunstancias actuales, por encima de los servilismos políticos, de los intereses económicos, de los recursos, de los medios técnicos e incluso de los propios programas escolares, la administración educativa y la dirección de los centros, han de cuidar y velar escrupulosamente por la concordia escolar, por la convivencia y el buen ambiente de alumnos, padres y profesores, porque ahí puede estar el secreto del aprendizaje significativo, de la calidad educativa y del éxito escolar.

(*) Este artículo de Antonio Luis García Ruiz, catedrático de EU de la Universidad de Granada, se publicó en la edición impresa de IDEAL correspondiente al miércoles, 8 de febrero de 2017.

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