Leandro García Casanova: «En recuerdo de José María Martínez Ramón»

Había finalizado la misa y se ve que los monaguillos habían roto unas velas, de manera que la bronca que les estaba echando en la sacristía era chica. Las voces del párroco resonaban por toda la iglesia y, yo, que me vi solo en aquellas circunstancias, estaba medio asustado. “Lo saludo o lo dejo para otro día”, debí de pensar, pero las palabras de mi madre, que también se las gastaba, más que una orden eran un mandamiento: “Cuando os lleven a Jérez, te pasas y saludas al tío José María y le das recuerdos de Adoración”. Ella solía llamarlo así, pues eran primos segundos.

 Cuando pasó la escandalera y el cura salió de la sacristía, no sé cómo tuve valor para saludarlo ni recuerdo lo que le dije, pero seguro que debí de tartamudear. Sí recuerdo que en los siguientes días comí varias veces en su casa, donde vivía con su hermana Consuelo y una sobrina. Cuando estábamos comiendo la primera vez, José María me dijo, “¡niño, tírate eso!”. Pero yo no lo entendí y le contesté, “que tire el qué”. Entonces, ‘Lelo’ intervino y lo tradujo: “Lo que dice tu tío es que te comas eso”. Después de comer, él se echaba la siesta y yo me quedaba en su biblioteca, una habitación no muy grande, y allí disfruté como nunca, pues tenía toda clase de libros, de objetos y cosas raras, colocados en las estanterías y en las paredes, de manera que nunca he visto un cuarto tan mágico como aquel. Tenía una colección de bastones, según los días del año, varias tiras de alambre, llenas de monedas de cincuenta céntimos (los antiguos dos reales, con su agujero en el centro), colgando del techo, una caja donde guardaba pelos de un familiar, hojas de olivo, del ‘Huerto de los olivos’, de Jerusalén. Hacía poco que había venido de allí y contaba que se echó a llorar, cuando entró en la iglesia de la Natividad de Belén, dónde nació Jesucristo, porque “lo hacía todo el mundo”. También tenía una calavera en su mesa de escritorio y toda clase de extraños cachivaches que se puedan imaginar.

José María aparece aquí con su sombrero de teja.
José María aparece aquí con su sombrero de teja.

Del cura José María se podrán decir muchas cosas, pero era un hombre generoso y abierto como pocos. Un día oí que le decía a un jerezano, que se encontró por la calle, “vamos a pegarnos un fogonazo” (en el bar). Era su forma espontánea y alegre de ir por la vida. Me regaló varios libros que conservo, entre ellos uno del beato Juan de Ávila, que leí con avidez aquellas tardes de verano. También me regaló un libro pequeño que él escribió, ‘Jérez del Marquesado y su Patrona’, que lleva una dedicatoria especial: “A mi buena madre, doña Rosa Ramón que le debo mi gran devoción a la Virgen, sin otra ilusión que el bien para todos”. En el prólogo del libro, el notario Ángel Casas escribió este párrafo: “Una corona con el escudo único de nuestra heráldica: ‘Soy vuestra Patrona y os salvaré’. Y nos salvará a todos, con nuestro párroco en cabeza. Porque él siente a la Patrona como nosotros; y él se siente jerezano por adhesión. Y por eso pasará a la Historia, como el párroco de la coronación y de la propagación del culto de nuestra Patrona en la ciudad de Barcelona”.

En el libro, el cura hace un repaso de la historia del pueblo, del masivo recibimiento que Jérez hizo a la bula del Papa Pablo VI, que autorizaba la coronación canónica de ‘La Tizná’, y la devoción que le profesan los jerezanos. Incluye varios himnos y poesías de vecinos, dedicados a la Virgen y, finalmente, le dedica más de veinte páginas a las direcciones de los vecinos, por orden alfabético –que él fue recopilando–, residentes en la provincia de Barcelona, así como en otras provincias de España y en el extranjero. Entresaco algunas frases del libro:

  “Del 25 al 30 de octubre celebra su tradicional feria de ganados, acudiendo de los pueblos limítrofes de Albuñán, Cogollos, Lanteira, Alquife, La Calahorra, Güéjar Sierra y Alcudia de Guadix gran cantidad de ganado vacuno, cabrío y lanar que es acaparado por marchantes venidos de Levante, llevándose las ricas castañas para la noche de los Santos. Durante estos no faltan distracciones y baratijas: cine, tómbolas, sombrillas de bisutería, columpios, barquillas, casetas de tiro, conciertos de música y puestos de churros, alegría de chicos y grandes. Feriantes y ganaderos encuentran facilidades en sus instalaciones, establos y abrevaderos, así como hospitalidad y buen trato en alojamiento”. A continuación, prosigue describiendo la feria: “… ganaderos, pastores y marchantes acuden para hacer transacciones. Cada uno busca lo que le conviene: unos, cerdos engordados; otros, ovejas y cabras para el sacrificio, aquí mulos para el transporte, allí vacas de cría y de leche, y todos, compradores, vendedores y mediadores, una vez verificada la operación… el consabido ‘paseíllo’ al ventorro improvisado en el que no falta la fresca y reciente frita carne de cerdo, sangre con cebolla, asadura picante…”

  En el libro abundan las fotos de paisajes y vecinos, de las calles y casas, con sus balcones de palo, fotos de procesiones, fiestas y corridas de toros, y el Picón, vestido de blanco. “El párroco (que esto escribe) que sigue de cerca a todos los jerezanos ausentes, ideó hace tiempo la reproducción de ‘la Tizná’ y trasladarla a Barcelona, para allí en la iglesia basílica más céntrica de la capital catalana, Santa María del Pino, reciba culto por la colonia jerezana y fieles en general”. Y finaliza (sic): “Así es mi pueblo… y esta es su Patrona que va a ser coronada canónicamente… Con el Niño-Dios en la mano… sobre un trono con escolta de ángeles… sin plata, sin diamantes… pues se adorna solo con los piropos que se inventan sus hijos. ¡Buena Señora, cuanto somos está a tus pies!… Recibe nuestro amor de hijos”.

  A primeros de marzo de 2010, hablo con su hermano Jesús (no sé si vivirá, pues he perdido su teléfono). Tiene 84 años y me cuenta que en 1929 José María ingresó en el seminario de la Cartuja, de Granada, porque se empeñaron su padre y su hermano José María. Allí estudió latín y griego, pero no le gustaba aquello y se salió. Durante la guerra, los rojos lo detuvieron en Orce junto con el cura Eduardo Martínez Liria. Los obligaron a hacer el Vía Crucis por las calles de Orce y luego los encerraron en la iglesia, convertida en calabozo por el Comité Revolucionario. José María tuvo la suerte de que había hecho la mili con el guardián. “Yo no puedo hacer nada por ti”, le dijo excusándose, pero José María le respondió: “Sólo tienes que abrir la puerta, para que me escape”. Jesús me lo contó así: “Llegó a mi casa y recuerdo que mi madre le fue quitando los trozos de la camisa que tenía pegados en las heridas. El otro cura murió en el calabozo, ‘reventao’ de los palos que le dieron. Se hizo maestro de adultos para que aprendieran a leer los periódicos y más tarde llegó a capitán con las Brigadas Internacionales. (…). Fue llamado a filas por el ejército republicano, del que llegó a ser comandante del Estado Mayor, en Valencia. Pero, cuando finalizó la guerra, se refugió en Francia”.

Después de la guerra, José María regresó a España y celebró su primera misa en la iglesia parroquial de Orce, en abril de 1941. A la ceremonia asistieron el arzobispo de Granada, el vicario de Guadix y la marquesa doña Elisa Osborne, entre otras personalidades. Después, lo enviaron de padre preceptor al Puerto de Santa María, con la familia de los Osborne. Más tarde fue destinado de párroco a Castril, aquí, su hermana María conoció a Luis Muñoz y se casaron. Yo conocí a María en 2004 y, poco antes de que cayera enferma, logré sacar copias de dos fotos que tenía de su hermano. Me contó que a su padre le decían ‘el carretero’, “porque todos los carros de Orce y de Huéscar, los hacía mi padre”. Por eso, José María heredó el apodo del ‘cura de los Carreteros’. María y Luis fallecieron hará unos seis años.

En otra ocasión, Jesús me contó esta anécdota de su hermano: “Estábamos paseando por la plaza de Castril y se le acerca una mujer diciéndole: ‘¡Ay, señor cura, hay una mujer que se le ha aparecido el demonio!’. Mi hermano fue a por agua bendita, pero nos daba miedo entrar en la casa, que estaba por debajo de la plaza. La mujer estaba tendida en un catre y, encima del dormitorio, había un agujero que era donde tenían la paja. Y la mujer decía: ‘Échele usted agua bendita, que está el demonio alrededor’”. Jesús quería mucho a José María y no para de contarme historias: “Cuando estaba de cura en Castril, fue una representación de aquí a hablar con el obispo de Guadix, pero medio pueblo de Jérez estaba en la calle dando voces, porque tenían un cura viejo y querían llevarse a mi hermano. El obispo le preguntó a José María: ‘¿Qué hacemos?’. Y él le respondió: ‘Lo que su eminencia diga’. El caso es que se lo llevaron a hombros. ‘¡Qué vergüenza!, contaba mi hermano, me llevaron como si fuera un torero’. Hizo mucho por Jérez (…). El murió con la sotana puesta. Yo me hice cargo de algunas de sus cosas: el cáliz, la Biblia, la sotana… Todo lo demás, se lo llevó la Curia. Cuando legalizaron el Partido Comunista, en 1977, mi hermano iba vestido de cura en Guadix y unos gamberros empezaron a reírse de él. El caso es que se tiró para uno de ellos y lo cogió por el pescuezo”.

El párroco José María, con su sobrino. (Castril, 1956)
El párroco José María, con su sobrino. (Castril, 1956)
Algo parecido me contó otro sacerdote: José María iba a llevar la extremaunción a un enfermo y un labriego empezó a insultarle, diciéndole, “¡cuervo, cuervo!”. Pero, cuando regresaba a la iglesia, el cura se fue para el labriego y lo zarandeó. Una jerezana también me dijo que a su padre lo colocó en la mina. El maestro jerezano, Antonio Vallecillos, que siente una gran admiración por el antiguo párroco pues lo conoció bastante, me contó que «José María iba andando un día por la carretera de Jérez, cuando pasó el coche del obispo de Guadix, pero este no se dignó a saludarlo”. En Guadix sufrió mucho por la incomprensión y el olvido del pueblo de Jérez. Los últimos años, José María los pasó en la parroquia de San Isidro, de Guadix. Y cuando falleció su hermana Lelo, él tenía una habitación en el asilo de las monjas, que hay subiendo para la iglesia de Santiago. Luis Muñoz recordaba así los últimos días de José María: “Vino de un viaje de Lourdes con los enfermos y, por poco se muere en el camino. Fue al Hospital Clínico, de Granada, a que lo operaran del estómago. Lo abrieron, vieron que tenía los intestinos podridos y lo volvieron a coser. Y al poco se  murió”

Hará unos tres años estuve en Jérez, pues me trae muchos recuerdos, y visité la casa donde vivió. El dueño, al que le estoy agradecido, me enseñó las habitaciones: “En este cuarto tenía la biblioteca, este otro era el comedor…”. Por unos momentos reviví aquellas felices tardes de mi infancia, con el tío José María, como lo llamaba mi madre. Fue el párroco de Orce y de Castril, de Jérez y de Guadix, y de ninguna parte. Tan incomprendido por los suyos, como lo fue –y sigue siéndolo– el viajero de Pedro Antonio de Alarcón. Estos días he ido al cementerio de San José, de Granada, a hacerle una visita a mis padres y al cura, y he salido impresionado: “José María Martínez Ramón, sacerdote, 1-8-1985”. Allí reposa, en un olvidado y humilde nicho, junto a su hermana Carmen. Yo tenía una deuda pendiente con él y he querido rescatarlo del olvido. Hace unos años me enteré que, la calavera que tenía en su mesa de escritorio, era de su madre, doña Rosa. Falleció en 1931, cuando José María contaba 19 años.

Era un hombre muy culto, esta poesía se la dedicó al callejón del Jardín, de Orce:

Allí todos los recreos
acudíamos presurosos
para fumar a escondidas
o descansar sudorosos,
no faltando las peleas,
disputas o desafíos,
muy corrientes en tos los pueblos
mismo en mayores que en niños.

Y esta otra, a sus calles:

Las calles cambian de nombres
por imperio de los tiempos,
la memoria de sus nombres
no se la llevan los vientos.
Piedra de Ánimas, Mimbrera,
Nadaor y Poco Trigo,
El reloj con Arco de Baza
apoyan cuanto digo.

 

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