Sé que queda muy bien redactar un artículo sobre cómo afrontar una Navidad responsable, en el que se refleje un consumo responsable, un espíritu Navideño que se expanda a todo los días del año, una actitud generosa que no se ciña a estas fechas solamente. Como digo, sería por ende un acto responsable, pero quiero ir más allá, con este artículo pretendo que todos/as, padres, madres, profesorado, tomemos conciencia de la relativa importancia que tienen estas fechas, quiero reflejar que no podemos aprovechar estos días para inculcar unos valores efímeros que se esfuman el seis de enero y después “a otra cosa mariposa”.
Salimos a las calles, las luces que visten la ciudad nos indica que algo ha cambiado en el panorama urbano, de repente, desde el día uno de diciembre, la ciudad se torna en una luminiscente y parpadeante marea, como señas indicativas urgentes a seguir, que parecen nos gritan, junto al océano de gente corriendo de tienda en tienda, de centro comercial a centro comercial, que aflojemos el bolsillos, que compremos, gastemos, que nos emborrachemos y que obligatoriamente seamos más felices que nunca.
Ahora, la familia tiene que ser el centro de nuestras vidas, quizá llevamos todo el año sin saber de ésta, ni siquiera nos preocupa si están vivos o muertos nuestros parientes, pero ahora nos afanamos en llamarlos, en congregarnos, en celebrar comidas excesivas, y sonrisas artificiales. Nos reunimos con nuestros compañeros de trabajo, la mayor parte del año los hemos criticado, los hemos señalado como casi proscritos, pero estos días, con el ardor etílico compartido, los abrazamos, casi en lloros y celebramos un cariño inexistente. Nuestro jefe es el mejor estos días, y aún más si nos regala un jamón, una sonrisa, una botella de anís del “Mono”, y sobre todo la paga extra, ¡oh, qué benévolo es nuestro jefe/a”.
Imagino que un niño/a de tres años, igual que un extraterrestre que aterrizara en la tierra, no sabría qué decir, se quedaría estupefacto, pensado que el planeta está loco de remate. Un caos humano, unas prisas desmesuradas, caras que nunca ha visto en su corta vida le besan como si fuera su hijo. Sus padres llenan la nevera como nunca antes la vieron, pasan de casa en casa, también disfrazadas de adornos y lucecitas, y ven adultos que hablan muy alto y que ríen sin motivo aparente.
Imagino ese niño/a, ya caldo de cultivo, empapándose bien de todo, preparando sus antenas para aprender vicariamente, ajeno en ese estadio evolutivo, extraño, a todo lo que pasa a su alrededor. Me lo imagino con esos ojos tan grandes, con una estupefacción casi alienígena, asombrado de lo que recibe ahora; regalos, sonrisas, benevolencia, más arrumacos de los que está acostumbrado. Disfrazado de pastorcillo/a, cantando villancicos con sus profesores, a los que nunca antes los escuchó cantar ni por asomo. Le estamos vendiendo una farsa que años más tarde reproducirá a la perfección, le estamos diciendo que celebre obligatoriamente la felicidad, en Navidad, “sólo en estos días nene, que no podemos ser todo el año tan güenos”.
“Os deseo una Feliz Bondad, deseándoos que no compréis más de lo necesario, que no comáis más de lo que puede asimilar nuestros estómagos, ni bebáis hasta arrepentiros. Os deseo que realmente pensemos en nuestros hijos y familiares, amigos, vecinos y en todo aquel que forme parte de nuestra vida, y que los amemos con voluntad de amarlos, todos y cada uno de los días que estemos vivos” |
Cuando hablo de Navidad responsable, estoy hablando de una vida responsable, de unos valores y civismo que tienen que ser nuestra responsabilidad, así como si estuviéramos celebremos el santo de nuestra suegra. He hablado mucho de cómo la bondad es la única “medicina” que puede curarnos, la única que nos asegura un estado mental sano: sentir un deseo sincero de ayudar a los demás, sentir su sufrimiento e intentar paliarlo, mostrar agradecimiento, una generosa sonrisa. Nada de lo que hay fuera nos puede hacer sentir plenos. Todo aquello que buscamos en el deseo material de tener más y más, sólo nos produce más infelicidad, ¡y es que se necesita tan poco para sentirse lleno! Y dirán ustedes, “esta es otra que odia la Navidad, un espécimen antinavideño en potencia”, realmente no me etiqueto así.
Después de haber perseguido también las señas de los parpadeantes señuelos, después de hacer sido una más en la marea humana que compraba todo lo que estaba a mi alcance, después de haberme sentido un poco más buena en Navidad y haber celebrado más reuniones navideñas que en cien años de vida. Después de vivir todo eso, aprendí algo muy valioso, algo que me hace cada día querer ser más útil a los demás, más comprensiva, más generosa, algo que me hace sentir libre de lo que impone la sociedad de consumo.
Aprendí que nada me llenaba, aprendí que cuanto más tenía más quería, aprendí, después de mucha reflexión, meditación, silencio y soledad, que todo se hallaba en mí misma; cuanto más me esforzaba en querer a los demás, a no enjuiciar las conductas de otros/as, más me quería a mí misma.
Es curioso, Jesucristo dijo “ama a los demás como a ti mismo”, amar a los demás está en primer lugar: amando aprendemos a amarnos, dando aprendemos a recibir, comprendiendo a los demás, empezamos a comprendernos a nosotros mismos.
Me he dedicado concienzudamente a buscar en los Libros Sagrados, antes de escribir este artículo, la fecha exacta en la que debemos ser mejores personas y no he encontrado un indicativo temporal que nos diga exactamente cuándo serlo; me he quedado atónita. Mis sospechas han sido confirmadas: siempre, todos los días, “debemos esforzarnos en ser mejores personas para nosotros mismos y para los demás”. Esta frase debería estar todos los días del año alumbrando nuestra ciudad, pero no, no lo está.
Si no lo hacemos por nosotros, hagámoslo por nuestros hijos/as, construyamos personas sanas, serenas, felices que otorguen un verdadero sentido a nuestro mundo, un sentido humano.
Entre tanto os deseo una Feliz Bondad, deseándoos que no compréis más de lo necesario, que no comáis más de lo que puede asimilar nuestros estómagos, ni bebáis hasta arrepentiros. Os deseo que realmente pensemos en nuestros hijos y familiares, amigos, vecinos y en todo aquel que forme parte de nuestra vida, y que los amemos con voluntad de amarlos, todos y cada uno de los días que estemos vivos.
Buscar el amor empieza por uno mismo, con la intención de hacerlo siempre. En el amor se reduce todo, todo adquiere sentido.
“Ama y haz lo que quieras” San Agustín. (Como veis no pone fecha exacta de aplicación)
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Comentarios
Una respuesta a «Virtudes Montoro: «Navidad responsable»»
Impresionante. Qué forma de diseccionar un acontecimiento temporal que por desgracia hemos llenado de tópicos y hemos olvidado la esencia de lo que celebramos, (suponiendo que comer, beber, atiborrarse a dulces sin mesura sea una celebración y no una especie de tortura). Muchas gracias por recordarnos que si tenemos algo que celebrar en estas fechas es que hace unos dos mil años nació un niño Dios en la tierra y que la mejor forma de rendir homenaje y celebrar tamaño acontecimiento es precisamente seguir la principal de sus enseñanzas: Que nos amemos con sinceridad. Feliz Bondad