Como decíamos en la primera entrega, Antonio Machado vivió la época de entre siglos, presidida por el movimiento modernista y hasta, prácticamente los treinta años, vivió la bohemia más desordenada. El mismo nos dirá en unas notas autobiográficas «Papeles de Son Armadans: «he hecho vida desordenada en mi juventud y he sido algo bebedor, sin llegar al alcoholismo. Hace cuatro años que rompí con todo vicio». Debemos recordar que los escritores modernistas manifiestan su repulsa a la sociedad con actitudes inconformistas que iban desde conductas de aislamiento aristocrático y de refinamiento estético, hasta comportamientos asociales, amorales y dandystas, acompañadas de un orgulloso e insolente erotismo.
En Romance de Lobos de Valle-Inclán uno de los personajes dirá: «la afición a las mujeres, y al vino, y al juego eso nace con el hombre». Si los modernistas no tuvieron problemas morales, D. Antonio si hace una valoración de esta época suya con cierto grado de remordimiento y en su poema «Retrato», compuesto en 1908 nos dirá:
Mi juventud veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Y aunque no puede hablarse de un Machado joven, encerrado en casa y sin diversiones, la verdad es que lleva a sus poemas de madurez la lamentación de una juventud triste, «no vivida». En su discurso, nunca pronunciado, de Ingreso a la Academia, volvería a insistir sobre el tema: «El hombre que en plena juventud no logre inquietar demasiado al corazón femenino y ya en su madurez vio claro que los caminos de D. Juan no eran los suyos, se siente algo desconcertado y perplejo, si alguna bella dama le brinda sus favores». Nuestro autor ligaba el donjuanismo con una cierta elegancia en el vestir, y era consciente de que él carecía de ese aspecto donjuanesco. De hecho en el mismo poema al que nos referíamos antes -Retrato- nos dirá: ya conocéis mi torpe aliño indumentario; y con posterioridad, en una carta dirigida a su amor otoñal, Guiomar, recogida por Concha Espina, le dirá: «De mi indumentaria cuidaré también; aunque requiere algunos días. Soy apático para ocuparme de esas cosas y, además, me gasto en libros lo que otros emplean en indumentos, pero de ningún modo consentiré desagradar a mi diosa. En la descripción que de él hace González Ruano nos dirá: Antonio, D. Antonio con el sombrero cazurro, muy echado sobre los ojos, siempre entornados, hablaba poco y se reía de las cosas de Manolo con una risa que parecía una tos».
Si Antonio Machado era un hombre huraño y ausente, poco comunicativo, desaliñado dejado, tímido, triste y su imagen física poco halagadora; su hermano Manuel era vivaz, comunicativo, con un cuidado exquisito en el vestir, y en las formas. Por esto, Antonio era considerado, por los escritores de la época, en las tertulias en segundo lugar, como el hermano de Manuel; y aunque Antonio fue hombre poco hábil para la vida práctica, fue muy profundo en su soledad reflexiva. Más aún, frente al aristocratismo de Manuel, para quien «no se gana, se hereda elegancia y blasón», Antonio cree que cada uno ha de ganarse, por personal esfuerzo, hasta la tierra que pisa, porque «se hace camino al andar».
Pasado el verano de 1908, el poeta, triste y solitario, regresa a Soria para proseguir sus tareas docentes, descubre a una niña que está con su madre, una niña menuda, de alta frente y ojos oscuros, tiene catorce años, se llama Leonor Izquierdo Cuevas y es hija de los regentes de la pensión en la que se hospedaba nuestro autor (Hoy convertido en un lujoso hotel de cinco estrellas muy recomendable). La presencia de Leonor cambia por completo la vida de Machado. El poeta descubre el amor, una nueva dimensión de la vida y Soria adquiere para él nuevos matices y riquezas insospechadas, ya son más dulces los álamos y D. Antonio, sumamente absorto, la mira mientras juega. Es consciente de la diferencia de edad, él tienen treinta y tres años y teme perderla. Así lo expone en el poema «El tren»
Y la niña que yo quiero,
¡ay! preferirá casarse
con un mocito barbero (…)
Sin embargo la confianza entre el poeta y Leonor va en aumento y, tras varios meses de noviazgo, se casan en la iglesia de Santa María la Mayor, concretamente el 30 de julio de 1909, una vez cumplidos los quince años, requisito de la época para contraer enlace. Por supuesto, la ceremonia no estuvo exenta de excesiva mofa por parte de los asistentes a la boda. Soria una ciudad fría, de color ceniciento, de pelados montes, sin rasgos dominantes, si no es la torre renacentista del antiguo Gobierno Civil, situada entre dos cerros por donde corre el Duero, ahora será vista con ojos diferentes por el poeta, así como todo el paisaje castellano.
Como decíamos en la entrega anterior, en enero de 1911 el poeta obtiene una beca para ampliar estudios de filología y viaja con su mujer a París, colmándose así el sueño de su vida; además asiste a las clases de Bergson filósofo intuicionista, cuyas meditaciones sobre el ser, la temporalidad y la poesía afectaron tan profundamente al sevillano. Sin embargo, al poco tiempo, Leonor enferma de tuberculosis, vomita sangre, es ingresada todo el verano en una clínica de París y en septiembre regresan a España urgentemente, los médicos le aconsejan que el clima húmedo de París no es lo más aconsejable para permanecer en esa ciudad, por lo que vuelven a Soria. La vida de nuestro autor se paraliza, alquila una casa, por primera vez con todas las comodidades, junto a la ermita de Nuestra Señora del Mirón, su actividad era pasear en un carrito a su mujer y estar a su cuidado la mayor parte del tiempo. Espera un milagro de la naturaleza que queda reflejado en el poema «A un olmo seco», un olmo próximo a su casa y en el que mira a la primavera como una resurrección de su amada Leonor:
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido
(———)
Olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera.
Pero el milagro no se produce y en agosto de 1912 muere Leonor, la reacción del poeta es desgarradora y exaltada. Es tal su grado de excitación que en una carta a Juan Ramón Jiménez le dice: «cuando murió mi mujer, pensé en pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó y no por vanidad (…..)» El éxito al que se refiere el poeta es la publicación de «Campos de Castilla» en 1912 , y de este periodo son los únicos poemas en que se ve desbordado su pudor. Nuestro autor no era dado a expresar en su obra poética las vivencias amorosa personalísimas (como ocurría con los modernistas) y ahora sobrevive la poesía elegiaca en un tono difícilmente igualado por nadie.
OTROS ARTÍCULOS DE PEDRO LÓPEZ ÁVILA
|
|