En un mezquino instituto de un lugar de Andalucía, de cuyo nombre no quiero acordarme todavía, aconteció el sucedido que este ciego os comunica.
Era el instituto un centro de enseñanza distinguida donde iban a desasnarse, con cartera o con mochila, muchos jóvenes, cargados de ilusiones infinitas.
Los honrados profesores, aupados en las tarimas, enseñaban sus materias pertrechados de la tiza.
Alguna vez, un alumno -¡adolescencia bendita!- por lo osado de sus años travesuras cometía: poner mote al profesor, sacar una chuletilla, llegar tarde a alguna clase, o compartir, a escondidas, en el patio del recreo un cigarrillo entre risas; pintar quizá en la pizarra un corazón con la tiza, o arrojar a un compañero diminutas pelotillas usando por cerbatana un boli bic sin la mina.
Por lo común, nada serio: todo chiquilladas nimias. Si alguno se desmandaba siempre se le reprendía: mandaba el Jefe de Estudios a su padre una misiva y los alumnos temblaban sólo ante tal perspectiva, pues a menudo los padres, con rigidez excesiva, se sacaban la correa con que se ciñen la tripa, y… ¡ya imaginan ustedes por qué el chico los temía!
Pero ya hace mucho tiempo que estas cosas sucedían, y en el negocio docente cada curso es una vida.
***
Pasemos, pues, al presente de esta narración verídica.
En el citado instituto, cuyo nombre se me olvida, murieron los viejos planes: ya la LOGSE se impartía. Estaban llenas de moho, arrumbadas, las tarimas.
Sólo algunos reaccionarios usaban pizarra y tiza. La silla del profesor, cátedra clásica y digna, era una cosa de «skay», que, al sentarse alguien encima, en la espalda y la culera dejaba marcas gorrinas.
En las aulas y pasillos la cochambre predomina y en muchas clases se advierte rancio olor de sobaquina.
Pero en esta época nueva más diferencias había. Imperaban los currículos, la enseñanza comprensiva (cosa tan incomprensible, que hasta su nombre es mentira).
Ahora llamaban «sociales» a la historia y geografía. «Ciencias experimentales» eran la física y química. Se usaban raros palabros de psicopedagogía. Al tradicional dibujo «plástica» le denominan. Al suspenso le llamaban «evaluación negativa»
La sapiencia iba en descenso e iba en alza la estulticia. Eran muchas más de tres las antiguas tres marías. Andaban los profesores con pinta triste y mohína.
Clase, clase, daban poca pero sí que se reunían: equipo técnico, claustro, preevaluación, tutoría, reunión de departamento, reunión de la directiva, reunión de tutor y padres, reuniones sindicalistas, comisión de convivencia («convivencia» es disciplina, y no es amancebamiento, por si es que no lo sabían), consejo escolar, cursillos (la nueva tortura china), coordinación con maestros, evaluaciones, visitas, en resumen, muchas tardes tediosas, plúmbeas, perdidas…
El entusiasmo docente sólo era una batallita que los más viejos contaban para suscitar la envidia: -Enseñábamos latín. -A veces hasta aprendían. -Muchos chicos redactaban sin faltas de ortografía. -Se quedaban en silencio en clase de geografía. -Les explicaba ecuaciones mientras todos atendían. -Algunos se interesaban por la física y la química. -Les dabas a leer un libro e incluso hasta lo entendían. -Nunca comían en clase bollicaos ni palomitas. -Acabábamos los viernes sin neurosis depresiva. -No abundaban por las aulas las grescas y griterías. -Llamábamos tonto al tonto y no, como ahora se estila, «alumno con diferente dinámica intelectiva». -El gamberro era gamberro, y no «alumno que origina conductas antisociales por carencias afectivas». -El vago siempre era vago, no «alumno al que no motiva un modelo de enseñanza rutinaria y memorística».
Y con estos comentarios hechos en horas perdidas de los «segmentos de ocio» iba pasando la vida.
Pasaban tristes las horas, pasaban lentos los días, poco a poco las semanas, ingratas, se sucedían. Y un trimestre se acababa cuando otro nuevo venía. Sólo esperaban, humildes, su nómina reducida -porque no hay oro que pague un mes de esta vida indigna-: ¡El sueldo y las vacaciones, las únicas perspectivas! Los puentes eran un bálsamo, los lunes, pena y fatiga. *** Un lunes, uno de tantos, que al domingo sucedía, ocurrió la historia cierta que este ciego hoy os recita. Un profesor, de los jóvenes, entraba en clase ese día.
Era después del recreo y en hora de tutoría. Andando por el pasillo los empujones esquiva y a codazos se abre paso por la chusma matutina.
Cuando entra por fin en clase, reina allí la algarabía. Así su tercero de ESO por norma le recibía: arreciaban los aullidos, las voces descomedidas, empellones y carreras por el aula, entre las sillas.
-¡Callaros! ¡Estaros quietos!- Inútilmente decía. -¡Por favor! ¿Queréis sentaros?- Abatido, repetía.
Como quien escucha el viento, como quien siente la brisa, como quien oye que llueve sobre la verde campiña, de tal manera era el caso que los alumnos le hacían.
-¡Estamos en clase!- Exclama. -¡Me voy a enfadar!- Se indigna. -¡A vuestros sitios!- Lo intenta. -¡Silencio!- Se desgañita. Va subiendo, incontenible, en su espíritu la ira. Allí nadie calla, nadie le hace caso: ni lo miran.
Desesperado, sujeta por el brazo a una que brinca y la apremia: -Estate quieta, que tenemos tutoría. -A mí no me toques, tío- Le responde la chiquilla. -Te voy a poner un parte para que te echen tres días- Intenta así, amenazando, mantener su gallardía.
-¡Vete a tomar por el culo!- Contesta la «señorita», mientras se zafa, invitándole a practicar sodomía. El profesor reflexiona: «¿Quiere quizás esta chica, de verdad, que desarrolle una mejor vida íntima? ¿Me plantea una experiencia erótica alternativa? ¿Será deleitable el uso de esta práctica lasciva? ¿A qué mórbidos placeres posteriores me convida?» Tales cosas un instante por su cerebro transitan.
Está aturdido. Enrojece. Todo en la clase son risas. A la moza sus compinches aclaman y glorifican: -¡Vaya corte le has pegado! -¡Te lo has hecho de película! -¡Qué cara se le ha quedado! -¡Lo has dejado seco, tía! -No te enfades, que era broma- Le dice por fin la niña.
Y dirigiéndose al corro, del cual es la cabecilla, ordena con gran aplomo y aire de perdonavidas: -Venga, colegas, sentaros: ¡que empiece la tutoría! (Dedicado a todos los ciegos que no han querido ver y que poco a poco van recobrando la vista.)
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