Esto del trabajo desde casa tiene la consecuencia de romper con los horarios laborales rígidos, así como, incluso, con las vacaciones habituales, porque ¿quién se opone a una reunión de trabajo en sus días de descanso si es telemática y puede “asistir” en bañador?
Pero más llamativo fue lo que me sucedió hace unas noches en Calahonda. Estábamos mi mujer y yo tomando unas cervezas con unos buenos amigos que veranean en esta playa desde hace años. Cansados ya del chiringuito en el que llevábamos dos consumisiones, optamos por dar un pequeño paseo viendo el mar y buscar luego otro lugar para una tercera copa. Tuvimos suerte y, pese a la hora avanzada, encontramos una terraza con mesas libres y distanciadas en una de las nuevas plazas de este pueblo costero. Antes de sentarnos buscamos un camarero que nos lo autorizara y dimos inmediatamente con una que, tras su mascarilla, lo primero que dijo fue: “Hola profe”. Mi reacción fue pensar que se refería a mi amigo (y colega), porque jamás he tenido vínculos con Calahonda, más allá de ocasionales chapuzones en sus azules y limpísimas aguas. Pero estaba equivocado. El saludo se dirigía a mí, como comprobé en cuanto su autora bajó levemente la mascarilla para que pudiera identificarla.
Tras la sorpresa inicial y hechos los saludos habituales en estos casos, nos sentamos, pedimos y mi cabeza empezó a darle vueltas al tema porque, como hacía tantos meses que no la veía, ni recordaba cómo se llamaba ni, menos aún, si su nota conmigo había sido buena o mala, cuestión esta muy importante en una situación como la que iniciábamos. Para cuando llegó con las bebidas había logrado acordarme de su nombre, Paula, pero nada más. Envalentonado por mi logro y esperanzado por su amable recibimiento, le pregunté por la segunda cuestión y la respuesta fue preocupante: mi asignatura la tenía suspensa debido únicamente al primer trimestre. Aunque su diatriba, muy espontánea, se dirigió contra otra materia tampoco aprobada, cuya evaluación veía mucho más injusta, a mí el primer sorbo de mi tinto de verano me pareció algo amargo; además, la conversación con mis amigos, que se centró en lo sucedido, perdió alegría.
De repente, y como mi cabeza estaba solo en lo que estaba, empecé a sentirme extrañado por la nota de Paula; y cuanto más lo pensaba más me sorprendía, hasta que llegué a tener casi la certeza de que su puntuación final había sido un 5, es decir, un aprobado. Por eso, en un momento en que la vi cerca, volví a llamarla y le pregunté claramente si estaba segura de esa mala calificación que decía. Aquí la pillé, porque enseguida me reconoció que las notas, enviadas por Séneca, no había llegado a verlas, pero que ella había intuido que Historia permanecía suspensa por los pobres resultados de la primera evaluación, que no había conseguido recuperar pese a todos sus esfuerzos. Mi siguiente sorbo al tinto de verano lo encontré más dulce: ya no me quedaba duda alguna de que mi alumna estaba aprobada gracias a todo su trabajo durante el segundo trimestre y el tercero, el del confinamiento. Por eso mismo le dije que me pusiera un correo al día siguiente y le contestaría confirmando la excelente noticia.
Y aquí es donde intervino sagazmente mi amigo: sacando del bolsillo su móvil, mucho mejor que el mío, me propuso que entrara en Séneca con mi clave y comprobara allí mismo la calificación. ¿Para qué esperar? me dijo. El caso es que, efectivamente, lo hice y con el fin del tinto de verano, que ahora me supo a gloria, accedí al acta donde se veía con perfecta claridad, entre las notas de Paula, un 5 en mi asignatura. Lástima que ya no quisiéramos otra copa, porque a todos, empezando por ella, se nos relajó el semblante y nos volvió la alegría. Serían las 12 de la noche del último sábado de julio cuando una alumna de un instituto granadino, en la terraza de un bar de Calahonda, “aprobó” la Historia.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)