Lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad.
Juan Gelman
Era una fecha especialmente señalada en el calendario. Un día veraniego de clara trascendencia festiva. Una jornada en la que, junto al 25 de julio –el conocido “Santiago y cierra España”–, se imponía el preceptivo descanso de las tareas agrícolas e ir de “merienda” con amigos o familia a la fuente de las Viñas, a la Corriente o, incluso, si se disponía de algún medio de transporte, al Posterillo de Jérez del Marquesado. A cualquier lugar que pudiese disponer de un refrescante caudal de agua, por pequeño que fuese. Un día que, según se decía –y, por si fuera poco–, se cobraba la paga extra de verano (a quien la tuviese). Era el 18 de julio. Tendrían que pasar muchos años hasta que descubriera que ese momento de holganza no conmemoraba realmente el “estallido” de ningún Movimiento, sino el de un golpe militar; un día de viejas proclamas de guerra frente a un Gobierno salido de las urnas.
No fue, por supuesto, un golpe de Estado más. Fue una agresión sin precedentes contra nuestra incipiente democracia republicana, que desembocará en una Guerra Civil y en una larguísima dictadura que le sucederá. Así, en este 85º aniversario del inicio de conflicto bélico –y a más de cuarenta y cinco años de la muerte del dictador–, se sigue comprobando que nuestro pasado más traumático no deja de ejercer su pesada influencia; y, sigue dando motivos para constituir nuestra penúltima trinchera ideológica. Todo ello porque, a pesar del tiempo transcurrido, sigue prevaleciendo su desconocimiento y la desinformación o, aún peor, la versión manipuladora y maniquea difundida hasta la saciedad durante las casi cuatro décadas de franquismo.
Sin ir más lejos, nos referiremos a las recientes afirmaciones del líder y presidente del PP, Pablo Casado, de que la Guerra Civil fue “el enfrentamiento entre quienes querían democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia”. Un juego de palabras un tanto resultón que a todo demócrata debiera causar pudor, al menos por dos motivos: por su ignorancia y por su inconsciencia. Por su ignorancia, porque sigue empeñado en atribuir a la II República el ser la causante de la guerra, cuando la tozuda realidad indica más bien todo lo contrario, que fue su víctima. De su falta de consciencia da fe que el “sesudo circunloquio” lo ha leído en el Congreso de los Diputados, en la sede de la soberanía nacional; unas palabras, se supone que calibradas y pensadas –pues las traía escritas–, en las que sigue equiparando, sin inmutarse siquiera, la dictadura de Franco con el antecedente democrático más inmediato de nuestro actual sistema de gobierno. De ahí a la consideración de la insurrección militar del 18 de julio de 1936 como Alzamiento Nacional solo hay un paso.
Más cerca por su proximidad, aunque más tardías en el tiempo, el historiador y político accitano –hasta hace bien poco alto cargo del PP granadino–, Santiago Pérez López, se cuestionaba en las páginas de la prensa escrita provincial que ¿cómo fue posible que el ejército de la República perdiera la guerra? Allí mismo, y sin más dilación, se atrevía a dar una respuesta: “porque había caído en manos de comisarios políticos cuyo fin no era salvar la República sino imponer una dictadura comunista”. Una atrevida ocurrencia y una falta de rigor histórico que, junto a otras aseveraciones más en las que vendría a negar el genocidio de la Desbandá de Málaga, fueron rechazadas, de modo unánime, por todas las asociaciones memorialistas granadinas en estas mismas páginas de IDEAL EN CLASE.
Curiosamente, esa misma pregunta me ha traído a la memoria la versión que hace años se daba de la contienda en los libros de texto. Allí, de modo hegemónico –si es que se llegaba al tema– y con profusión de mapas divisionarios de los frentes –generalmente en dos colores: rojo y azul–, se analizaban bien poco las causas y sus consecuencias. Y, sí, la planimetría inicial de las operaciones militares mostraba un territorio amplio bajo dominio republicano, en el que quedaban la mayor parte de la España industrial y las ciudades más pobladas e importantes. Por su parte, tal como se encargaban de recalcar los manuales, los sublevados –llamados, por supuesto “nacionales”– ocupaban las regiones menos industrializadas o primordialmente agrícolas. ¿Cómo podía ser, por tanto, que la segunda lograse finalmente derrotar a la primera?
Por supuesto que no se hablaba o se soslayaban otros muchos aspectos: que había sido un golpe de Estado gestado tras una ardua y bien financiada conspiración, que desde el primer momento se contaba con el apoyo de las principales potencias fascistas de Italia y Alemania, con la bendición de la Iglesia católica, con el beneplácito de los poderes económicos… Así, realmente, esa España partida en dos más bien podría reducirse a unas dispersas e irregulares milicias populares frente a un ejército profesional curtido en las sanguinarias batallas del Rif. Es decir, dos supuestos “bandos” o contendientes no tan equilibrados como cabría suponer y todo ello sin tener en cuenta la táctica cobarde de «no intervención» tomada por las democracias europeas.
Un estudio del periodo bélico en el que, junto al persistente intento de negar la legalidad republicana y el alzamiento en armas “salvapatrias” para frenar una ensoñada revolución comunista, habría que detenerse en las secuelas de la represión de retaguardia. Una represión en la que, como se sabe, los sublevados –siguiendo las directrices preestablecidas– aplicaron una violencia sin límites. La que se produjo en el lado gubernamental, que también la hubo, fruto del desconcierto inicial, pero sin ser dirigida y menos aún alentada por las autoridades.
Unas secuelas y unos acontecimientos de dolor en la retaguardia republicana que focalizándolos exclusivamente, como hacen algunos autores, nos puede hacer perder el objetivo de la imparcialidad y, con ello, seguir difundiendo medias verdades (o completas mentiras) entre las generaciones presentes y venideras. Una ocultación que sigue siendo, en general, ignorada y, por qué no decirlo, bastante tendenciosa. Recordemos como ejemplo que, precisamente, se acusará y condenará del delito de rebelión (en sus distintos grados) precisamente a quienes permanecieron fieles a la legalidad; los acusaban y condenaban de modo «sumarísimo» quienes fueron los auténticos rebeldes. Sin mencionar la indiferencia y el abandono infinito de las víctimas… Con razón se dice que “la barbarie no necesita razones, solo excusas”.
Para concluir y siendo consciente de que este es solo un artículo de opinión más, –conformado, eso sí, a base de lecturas diversas, de escucha de opiniones plurales y de contraste de informaciones e investigaciones–, no estaría de más, si de verdad nos interesa conocer la verdad histórica, que todos nos atreviésemos a emprender una reflexión generalizada y profunda sobre lo que realmente pasó, con sus múltiples aristas y divergencias. Y, sobre todo, siguiendo al Premio Nobel portugués, José Saramago, cuando afirmaba que: “he aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”. Alguna vez debería ser esto posible en nuestro país. Solo falta generosidad y altura de miras.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘