Gregorio Martín García: «Un cactus prendido»

Al tirar de la pesada cancela de hierro para cerrarla, detrás de sí, ésta emite un seco y áspero chirrido, consecuencia del oxidado hierro de sus viejas bisagras… Al tiempo que advertía, a su amiga, que le precedía.

-Espera Mari Ángeles… para… ¿Qué es eso…? Espera… prendido llevas algo. Dijo, Feliciana.

-¿Dónde?, preguntó, Mari Ángeles, algo sorprendida.

-En tu vestido… aquí, por detrás… a ver…yo te lo quito.

-No deja, yo lo haré. No sea que se desgarre el vestido…

Dio a su falda un semi giro sobre su cintura, para intentar alcanzar lo prendido en ella y que su amiga le advertía.

-Pero… ¡si no puede ser!. Exclamó sorprendida al verlo… pero si acabo de dejarlo en el lugar donde lo cogí, por considerar acto no muy ético… pensó para sí, un tanto aturdida.

Tomó aquella pequeña bolita de cactus, con sumo cuidado ya que se encontraba muy adherida a su vestimenta, además de que no quería estropearla ni ser presa de sus agudas espinas.

Cactus de la narración en su estado actual, a 31 de octubre de 2021

Era una insignificante planta de cactus, no más grande que una canica. La puso sobre la palma de su mano derecha y pensativa la observó… y vio que era la misma y, comprobó que las gotitas de cal blanca que pintaban su diminuto volumen esférico, salteado de fuertes espinas para su tamaño, eran iguales, consecuencia del reciente blanqueo de la tapia existente junto al lugar donde se hallaba plantada.

Se la cambió de mano e hizo ademán de introducirla en el coqueto bolsillo que, a modo de adorno, tenía su vestido y volviendo sobre sus pasos inicio el descenso del tranco de la puerta del sobrecogedor y santo lugar de donde salían. No llegó a traspasarla, se paró. Había tomado una resolución, se llevaría el cactus que, por segunda vez intentó devolver a su lugar, y pensaría después que haría.

Ahora estaba un tanto afectada, algo pensativa por aquel prendimiento en su vestido y por la forma y manera que aquella bola de púas escogió irse con ella.

Era hora temprana, el cielo despejado anunciaba buen día, pero noviembre en aquel pueblo serrano y andaluz, de Los Montes Orientales de Granada, era de frío en rostro en pleno agosto, pero en noviembre se metía en los huesos.

Agarradas del brazo, como es costumbre en el pueblo. Ya que así pasean las señoras en Benalúa de las Villas, nuestro pueblo y villa; emprendieron el camino de vuelta a sus casas.

Panorámica de Benalúa de las Villas

La calle se hallaba solitaria, el viento norte pegaba algo y la sensación de frío era más baja que la marcada por el termómetro. Y todo ello a pesar de que el sol ya bañaba toda la parte sur/suroeste del pueblo. Que la norte/sureste, aún se hallaba en sombras.

De ahí que, casi siempre, en el pueblo se dijo, que la parte desde la Iglesia al Pilar es más madrugadora y levantan antes sus gentes que, la que va, desde la Iglesia hasta la Era Alta.

A pesar del frío, ambas, lo aguantan bien en su caminar. El cactus, en el bolsillo del vestido, había sido revisado y hurgado en varias ocasiones en previsión de su cuidado. Al doblar algo la calle dando vista al Pilar, aligeraron el paso, el vientecillo les daba más de cara, aunque en la espalda ya notaban, levemente, los rayos del sol. Era agradable y sentaba bien. Delante se proyectaban sus alargadas sombras.

En la esquina de la casa de Los Ramírez y después de saludar a una vecina que ya barría y baldeaba su puerta, hicieron un alto, y antes de despedirse, charlaron un rato, quedando para la próxima mañana en salir, como de costumbre, a andar, lo que hacían casi a diario cambiando de itinerario, para hacer más ameno su caminar.

Mari Angeles, nada más cerrar tras de sí, la puerta de su casa, con cuidado, cogió la bolita de cactus, buscó un tiesto y, como ya había decidido, plantó aquella diminuta planta, sobre la que, en verdad, tenía no mucha esperanza por su pequeñez.

Allí, quedó plantada en aquella vasija de lata ya que tiesto de maceta no tenía libre… no dejaba de pensar, ¿Cómo era que, aquella planta vino a su casa de Benalúa?, en donde pasaba una de sus temporadas, venida de Barcelona, donde vivía.

Olvidó por unos momentos aquello que le había ocupado todo el día, cenó y vio televisión un rato y se retiró a su cuarto. Tenía sueño y se sentía algo cansada.

Tras acomodarse en su mullida y confortable cama y cuando sus labios musitaron aquella oración de todas las noches, se inclinó hacia la mesita y tomó su libro de cabecera para leer un rato. Colocado sobre su pecho y en ademán de abrirlo quedó… volvió a su mente el “dichoso” cactus, rememoró y rebobinó lo ocurrido.

Trajo de su memoria todo lo en ella almacenado aquel día, que como casi todas las mañanas a primera hora, hacían un sendero distinto, por los alrededores del pueblo, todos muy conocidos por ambas y muy recordados por Mari Ángeles. Lo pasaban bien, charlaban, y hacían mover sus piernas, volviendo como nuevas. “Dicho” que le gustaba decir a Feliciana: “ Vengo cada día de la caminata, nueva”. Repetía con frecuencia.

Aquella mañana, lo habían hecho por el carril de Calderero, sin rumbo fijo, al llegar a la puerta del Camposanto, se pararon y por la reja de la verja vieron la gran cantidad de flores que sobre las sepulturas había, ya mustias, algunos floreros trepados por intespectiva ráfaga de aire que a su vez había desprendido una hermosa corona de la cruz del panteón donde había sido colocada días antes, en fiesta de Todos los Santos y día de los Difuntos.

Feliciana apoyada a la verja de entrada, ésta, inesperadamente, se desplazó y comprobó que estaba abierta… ¡Claro!, dijo: ¿Quién va a robar en un cementerio? Miró a Mari Ángeles y ambas, a la vez, se invitaron a entrar con similar gesto de sus cabezas.

Habían entrado decididas, pero un poquito de recelo les invadió, enseguida se detuvieron a leer lápidas, recordar los allí yacentes, hablar de sus vidas de la fechas de su muerte, a la par que, por instinto, llegaron a poner más de un florero de pie y arreglar sus flores.

Ambas comentaron la belleza de algunas tumbas,… lo que el cementerio había cambiado en pocos años…¡es noviembre de 2016!, dijo una de ellas, hace menos de treinta años todas las sepulturas eran de tierra y con una cruz de madera, hoy, son todo tumbas, panteones y nichos de mármol y buenas.

-¡Menos ésta!, exclamó Mari Ángeles, que se había adelantado. -A ver, a ver ¿quién es?. Un suspiro entrecortado salió de su pecho. -¡Pobrecita! que joven murió. Era mi amiga.

Estaban ante una tumba de granito rústico, sin brillo pulido ni otro cualquier trabajo de marmolista que hubiese intentado romper el equilibrio natural de aquella gruesa losa de piedra bruta que con un gran monolito, también de roca granito/rústica, ocupa su cabecera, en la base del mismo unas grandes letras rezan: SAXUM . En latín viene a significar: ROCA, piedra principal, piedra base, piedra angular y necesaria de toda obra, aventura o empeño humano en conseguir lo imposible.

Sobre la gran losa en letras profundamente grabadas, además de un nombre y las fechas *29-09-1949 +12-10-2000. un epitafio dice: “ ESPOSA IDEAL, MADRE PERFECTA”. Tras el monolito del que pende una cruz de bronce, un palmo de tierra, para que siempre en su lugar haya una planta viva, en este caso y por imposición climatológica, una serie de cactus con vida vegetal, emulan la de la yacente.

Sepultura rustica

Mari Ángeles, con un compungido sentimiento, con la allí de cuerpo presente, su antigua amiga; comenzó a hablar, no era oración lo que decía, era una pura y llana conversación lo que emprendió con su amiga.

En un momento de emoción contenida cogió y arrancó una diminuta planta del cactus, lo arropó con ambas manos mientras entristecida se alejaba del lugar donde quedaba aquel ser querido. Meditado fue el camino hacia la puerta de salida, ya no leyó más lápidas, porque ahora, su mente está ocupada.

Se detuvo, y mirando fijamente la planta que le acompañaba y que rascaba su mano, sin pensar, volvió y pidiendo emotivo perdón, depositó, con cariño aquel trozo de vida vegetal, que había sustraído, en el lugar que antes ocupara para que siguiera su misión de emular vida pasada.

Y salió. Ahora más apresurada.

Cuando el dintel de la puerta traspasaba, su amiga Feliciana cogiéndole del hombro, le advirtió: -¡Traes un cactus enganchado, y bien prendido, a tu falda!

Han pasado seis años. Y, en este en que vivimos, (a.2021) de triste y pandémico recuerdo, me llegó este fidedigno y verdadero relato, de un cactus. Que yo, les narro.

Esa planta ha crecido y, desde tierras de Barcelona, emuló la vida de aquella a la que antaño acompañaba y para la que desarrolló su vida vegetal.

Será traída por quien la cogió. Y ya crecida, termina de cumplir su misión.

Volverá al panteón, de donde fue extraída.

 

Gregorio Martín García

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Comentarios

3 respuestas a «Gregorio Martín García: «Un cactus prendido»»

  1. Una anécdota muy bonita. Me ha encantado!

    1. Gregorio Martín García, Inspector jubilado de Policía Local de Granada

      No es una anécdota exactamente, La narración es real y ocurrió, como se narra y por personajes reales de Benalúa de las Villas.
      Bien es cierto que para conseguir un escrito, algo agradable de leer, se adorna sintácticamente y se «juega» con sus oraciones gramaticales.

  2. María Llanos Martín

    Preciosa anécdota verdadera y entrañable…. Aconsejo su lectura porque vale mucho la pena

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