La escena cambió en segundos… gritos y mas gritos del accidentado, corridas y nervios de los restantes y un gañán que araba en finca cercana, levantando las manos de las manceras y sujetando la yunta, quedó observando la escena, comprendiendo enseguida que algo había pasado a los niños que desde hacía rato veía como peligrosamente sobre el montón de piedras y arriba del quejido permanecían montados.
Se acercó corriendo y llegado a la altura de los críos, los cuales permanecían aún bloqueados, socorrió al herido que de su pierna derecha salía sangre de una herida en la pantorrilla. Enseguida comprobó que la cosa no era grave pero pudo haberlo sido porque había caído desde una cierta altura, ya que la albarrada de piedra era grande y alta.
Hasta el lugar se acercó algún labrador más que en los alrededores había. Con el agua de su garrafa de campo lavaron la herida y fuertemente ataron un pañuelo de bolsillo en la misma. Tras estar todos algo tranquilizados y ayudando al herido, comenzamos el regreso, esta vez hacia el Puente de Tablas para evitar el vadeo del río.
Uno de mis amigos recordó que con las prisas habíamos olvidado la bolsa de algallaras que ya eran bastantes. Volvió a por ellas, mientras avanzábamos hacia el pueblo por la ribera derecha del río en sentido ascendente hacia la carretera de las minas, a pasar el puente, y en nuestra mente una idea fija: ¡La bronca que esperábamos!
Próximos al puente de tablas, ya se vio al otro lado del río, bajando por la carretera de las minas a la altura de la vega de los Isidros dos o tres mujeres que gritando avanzaban. La espesura de la vegetación de ribera del río y sus frondosos chopos nos impiden comprobar de quienes se trataba, pero nosotros ya temblábamos. Eran las madres de dos “recolectores de bolas”, que llegadas a nosotros se lanzaron con sus gritos cual sirenas de ambulancias a mirar y remirar a sus pupilos. Les cogían de la cabeza, escarbaban su cabello, le rodeaban bruscamente y buscaban por todo su cuerpo, las heridas que se figuraban enormes y graves.
Alguna de ellas a la par que con ansia le miraba, le azotaba, ya en el trasero, ya en su cabeza, amén de dar algún beso al maltratado chiquillo que seguro que de seguir en sus manos parecería venir de una guerra y, no de buscar algallaras en una tarde aventurera.
Al tropel del ulular de las sirenas de las madres irritadas y nerviosas, se unieron curiosos y curiosas, pareciendo nuestro regreso que, venidos de las américas de las recientes guerras de Cuba volvíamos derrotados, maltrechos y rendidos.
Dos de nosotros ya habían experimentado “la vuelta a casa”. Quedamos tres por experimentarla. Yo, al llegar a mi casa no me atrevía a entrar, lo hice despacio, inspeccionando y oteando el terreno. Lo más duro, levantar la cortina de la puerta y mirar hacia dentro… temblaba… la cortina ya levantada y… ¡no ocurría nada! me extrañé y avancé por el pasillo hacia la cocina donde mi madre faenaba… que raro… no me decía nada. ¿Quizá no lo sabría?… de reojo y con disimulo me miró y muy tranquila, dirigiéndose a mí sentenció: “Esta semana castigado a no salir a jugar por la tarde”… Entra al cuarto y te cambias.
Extrañado quedé. Supe después que ella, toda preocupada al llegarle la noticia, se alteró enormemente pero al saber que yo no era “herido de guerra”, se tranquilizó, relajó y adoptó su postura, que pasó de los nervios a la calma a la moderación con algo de flema. Me sentí a gusto y descargado de aquella incertidumbre que me atenazaba.
Toda la tarde permanecí callado y transcurrió algo preocupado hasta la llegada de mi padre. ¡Mi madre no le dijo nada…!
Ante esta infantil aventura, examino los tiempos, las diferencias culturales, el estatus social y, me digo:
-¿Dejaría ahora un chaval su consola, su móvil, su ordenador y emprendería con sus amigos dicha aventura? seguro que ¡No!.
Y dígame… -¿Qué momento de las dos preferiría ahora? ¿Dos horas en tu cuarto aporreando con sus frágiles dedos los botones de tu consola, mandando guasap a tus contactos, viendo en la pantalla de tu ordenador “chorradas”? o ¿Viviendo una bonita salida al campo con tus amigos a plena libertad, observando naturaleza limpia y no neblinas pantallas de cristal? Seguro que no viviría la aventura. Seguro quedaría en su cuarto jugando con esos muñecos de luz que corren por pantallas y no enseñan nada. La excursión conlleva infinitamente más enseñanzas que el aburrido tiempo semi perdido entre pantallas.
La aventura nos adiestra, despierta nuestra curiosidad, nos ejercita en adaptación al medio y nos prepara para en nuestra vida afrontar decisiones inesperadas que se nos puedan presentar y que por sí solos hayamos de solucionar. “Cateto”. Sí, así se le llamaba entonces a cualquier hombre, persona o chaval de pueblo.
Quién era y quién es más “cateto”? ¿el nacido y vivido en pueblo o el nacido y vivido en ciudad? El de pueblo se desenvuelve con agilidad personal en cualquiera de los dos escenarios. El nacido en la gran ciudad es torpe, mal adaptado y poco entendido en el medio, de ello resulta un personaje divertido moviéndose en el ambiente rural y de pueblo.
Es más inepto, el de ciudad en pueblo, que el de pueblo en ambos lugares. Y todo se le ha dado, lo ha recibido de sus vivencias de sus aventuras, que aun siendo muy pequeñas educan el medio y hacen personalidad.
He aquí el dilema: ¿Cambiaria algallaras, “bolas, canicas vegetales” por consola, ordenador y móvil? ¡Yo, no!.
Las sementeras, de trigos y cebadas, habas y demás siembras, con sus marcadas hileras ya verdegueaban. Al igual que las vastas “hojas” de trigales verdes de la cercana Mancilla formaban un tablero conjunto con pequeñas fincas cercanas, cual complicado puzles. Las pequeñas plantas rompían con fuerza la corteza de la tierra que a su vez les empujaba hacia el espacio limpio en busca de luz desparramando mil olores en las mañanas frescas.
El conjunto del agro era un cuadro de renovados matices venido del marrón tierra al verde de esperanzadas cosechas, con mil reflejos, al mirar de lejos a contra luz del sol, cuando este invadiendo los campos sobre la escarcha de sus hierbas sus rayos estrellaba.
Vive en en paz. En pueblo o en ciudad, pero nunca dejes de vivir con la naturaleza, de disfrutarla y con ella formar la necesidad vital de gozar de plena libertad.
Ver más artículos de
Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Una pequeña aventura trascendente, y 2»»
Gregorio ni en verano y con 40 grados dejas de impresionarnos con tus relatos para describir vivencias de nuestro querido pueblo, pero qué sé puede trasportar a cualquier pueblo de la andalucia rural estraordinario escrito.
Paco, ¿Tú has buscado agallas? -pero las nombraremos como nosotros siempre, la hemos llamado: «Algallaras», queda mas real.
Te preguntaba si tú las has usado para tus juegos de niño y ¿Me arriesgaria si digo que si?…pues si, yo y seguro que tú, hemos jugado a las canicas-bolas en nuestro pueblo- mas de una vez. «Y dejabamos nuestras tabletas y demás juegos de internet guardados en sus cajas» jajaja.
Ni podiamos imaginar tales maquinas. ¿Como iba yo a pensar en una consola cuando tenia en la mano un carricoche hecho por mí con una zuela de alpargata vieja y de cajon de carga de un camioncito una lata de atún y, de ruedas les colocabamos carretes de hilo gastados por nuestras mamás? Imposible pensar en eso, pero Paco, casi hemos de dar gracias al Todopoderoso que nos ha permitido jugar como todos los niños deben hacerlo, en la calle con sus amigos y totalmentre al natural.
Un saludo Paco. Gracias `por tú opunión