Blas López Ávila: «Simplemente Inma»

“Y al fin, en una época como la nuestra, en pleno
siglo XXI, tiempo en el que todo cuanto no sea
satisfacer los instintos queda relegado a la
impopularidad, no hay sitio para el alma…”

ANTONIO ENRIQUE: El espejo de los vivos

Desde siempre he pensado, siguiendo al viejo maestro don Antonio Machado, que la primavera en sí es un milagro. Y que si los milagros se producen, aunque sea muy de tarde en tarde, sólo es posible que ocurran en esta hermosa estación del año. Y que cuando ocurren, el mundo es más habitable, menos inhóspito, más confortable: se ensancha, el aire putrefacto de la ciénaga se purifica y un delicado perfume de brisa nos acaricia suavemente el rostro. Porque también en esta tórrida primavera el milagro se ha producido, un milagro con nombre de mujer, Inma, y cuyo alcance creo que ha pasado bastante desapercibido, aunque ya sabemos lo poco atractivo que hechos así resultan para eso que llaman la opinión pública.

Poco sé de mi heroína. Una mañana de junio me di de bruces con ella en las páginas de IDEAL y a través de este medio supe que es camarera, tiene treinta y ocho años, es aficionada a la espeleología y al barranquismo, vive con sus dos hijos, de 20 y 14 años respectivamente, y posee una humanidad impropia, pese a su juventud, de tiempos tan deleznables como los que nos han tocado vivir; con una capacidad de empatizar y solidarizarse con los demás fuera de lo común. Salía de su turno de trabajo y se encontró tirado en el suelo, inmóvil, hambriento y sucio al viejo Herbert. Se le heló el corazón y, sobre la marcha, toma una primera decisión: suspender sus vacaciones y buscarle al anciano un hogar digno. Su campaña en Chang.org está siendo todo un éxito. Y ahora, cual don Quijote del siglo XXI, a luchar contra algo mucho peor que los molinos de viento: la tediosa burocracia de este país, que todo lo paraliza y lo engulle cual Leviatán bíblico.

Bien sabemos que el mundo está repleto de contrastes y que mientras tus paisanos celebraban las fiestas del Corpus; que mientras los políticos repartían abrazos y promesas que jamás cumplirán; que mientras miles de conciudadanos iban en busca de playas paradisiacas, que ya no existen sino en los carteles de las agencias de viajes; tú te hacías a la mar, sin brújula y sin timón, en búsqueda de una isla en la que naufragar con el anciano Herbert. Toda una historia de amor y de ética que debería sacudir las conciencias de todos aquellos que subidos a la tribuna de oradores miran a su alrededor –miserable, despóticamente- en busca de pobres, con el aplauso del rebaño y sin saber que los pobres son ellos y que a actitudes como la tuya no tardarán, en un alarde de intelectualidad sin precedentes, de calificar como “buenista”. Sacudir las conciencias de todo ese archipiélago de izquierdas alternativas –y de las otras también- cada día más zotes, adanistas e idiotizadas a las que bien les vendría releer –si es que acaso lo conocen- el discurso que don Indalecio Prieto pronunció en Cuenca en el año 36 con motivo de la festividad de 1º de mayo.

Nunca, afortunadamente, llegarás a ser una “influencer” pero sí una auténtica musa: la musa de un mundo que fue y que día tras día se nos escapa como el agua o como la arena del mar entre las manos. La musa de la ternura y de nuestros mejores sueños, la musa de la esperanza y de la eterna utopía de que un mundo mejor es posible. Mi gratitud, mi admiración y mi respeto siempre irán contigo.

 

 

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