Gregorio Martín García: «Desfilar con cetme y sembrar a voleo, y 2»

La alterada llegada al campamento de Viator, las novatadas del momento, las “gamberradas” de algunos otros, con la instrucción la gimnasia, las marchas, el tiro. Las clases de prácticas las formaciones de asamblea y desfiles, todo ello con la rapidez imprimida por unos jóvenes sargentos que a veces les pesaba demasiado el galón que lucían, sin ejercer don de mando lo que ocasionaba el fastidio del pobre recluta que llegado a aquel mundo donde todo era distinto sin la presencia de los padres ni el apoyo de amigos, en verdad que mal lo pasaban tan desalmados se hallaban que hasta lamentaban haber nacido. Para mi muy duro fue también. Tenía una pequeña ventaja, venia de haber estado en un colegio interno durante seis años en circunstancias semejantes.

 

Todo era pasable todo determinado y así ejecutado. Al final se veía el camino y en cogiéndole; el caminar ahora ya era distinto, lo era a otro ritmo al que nos habían llevado, transformados, ayudados a dejar la dependencia y valerse por sí mismo.

Ello era el objetivo de aquellos mandos vociferantes y antipáticos. Romper individualidades y crear una personalidad colectiva con un fin. Lograr una unión de grupo, un equipo formado por individuos de un fuerte y único espíritu de colaboración intachable de sacrificio y solidaridad, y dispuestos en común a dar lo mejor de sí y pelear por un fin y un mismo ideal. Hacer un soldado. Además, se lograba una definida personalidad que de “aquel que la mili hacía que en un hombre le convertían”. Y sí, había verdad en ello.

Los aburridos tiempos entre faenas que en el cuartel se daban, tediosos momentos cuarteleros, ratos de cantina o tomando el sol en cualquier explanada. Esto hacía que a distintas actividades los soldados se prestaran ya que su juventud no aguantaba aquellos pesados tiempos de inactividad.

Así de mal sembraba el teniente

Había clases de analfabetismo de adultos ya que los había y muchos y en los que tuve la satisfacción de colaborar. Había cursos para sacarse los permisos de conducir y entre ellos había uno que me hubiera gustado hacer: “Tractorista manipulador de maquinaria agrícola y labranza”, yo lo veía interesante no pude hacerlo por estar comprometido con el de la enseñanza.

Soldados en prácticas de guerrilla

Como quiera que me atraía el curso de manipulador de maquinaria agrícola y labranza, los seguía cuando estaban practicando en una gran granja agrícola cerca del Cuartel y propiedad de este.

Observaba como manejaban y conducían la maquinaria agrícola, como trazaban las besanas de ariega con los distintos aperos de tractores y como organizaban y hacían distintas faenas de labranza. Pero también observé y vi con cierta extrañeza las dificultades que siempre tenían para enganchar algún apero a los tractores, vi su torpeza por falta de entrenamiento que en los alumnos era comprensible y lógica, pero no en los profesore. Un teniente y dos brigadas. Así como observaba que el trazado de las faenas agrícolas, arado, asurcar u otra cualquier faena dejaba mucho que desear. No sé si los profesores monitores enseñaban o liaban de tal manera al alumnado que en estado de caos había de estar.

Ahora dos tractores preparaban la tierra para sembrar un buen pedazo de cebada, el Ejercito aún tenía tiro de sangre y semovientes que formaban en la clase de tropa para transporte y tiro de armas y la cebada les venía bien para alimento de todos esos animales.

Una mañana temprano. Vi llegar a la granja un camión con carga de sacos, que enseguida intuí eran de cebada de siembra.

Efectivamente a media mañana y cuando habíamos acabado la gimnasia la instrucción y demás faenas cuarteleras, vi como a los dos tractores se disponían a engancharle sendas sembradoras nuevas a estrenar. Casi toda la mañana ocuparon en ponerlas a punto de trabajo.

En un momento determinado vi lo que iba a ser una anécdota y situación tremendamente cómica.

Los soldados alumnos se hacían un gran corro, serian algo más de treinta, alrededor de uno de los monitores, luego comprobé era el teniente. Éste le acercó a aquel lugar y les decía. Conversación que yo percibía y medianamente bien oía. Les decía el teniente, mientras abría un saco de extraordinaria semilla de cebada. –“Atiendan, esta mañana vamos a aprender, antes de hacerlo con las sembradoras de los tractores, vamos a aprender, como os decía…a sembrar cebada a voleo, que antes de lo moderno hemos de aprender lo antiguo, y no por capricho sino, pensar si estáis con la sembradora del tractor y se avería, pues sin más os pasáis al voleo. Por eso atiendan y vean que es importante.

Ante mi absoluta perplejidad vi como el monitor cogía con la mano izquierda y en suspensión un saco con unos dos o tres kilos de cebada introducía su derecha en el saco y sacando ésta con un puñado de grano…lo comenzó a esparcir por la tierra como si azucarando natillas estuviera, como si a un grupo de gallinas les estuviera echando la comida. Yo no sabía si reír y lo hice a mandíbula abierta, cosa que extrañó a dos soldados más que había cerca de mí. Su extrañeza era debida a que ellos no sabían que se estaba “guisando” en el gran corro de alumnos que tras el lentísimo caminar de teniente este iba echando cebada a la tierra como si de una tarta se tratara. El puñado de cebada que sacaba lo dejaba caer en tierra con las yemas de sus dedos esparciéndola con el único y leve moviente que con su mano hacia…pitas pitas, solo le faltaba hacer. ¿Dónde aprendería este teniente? Como el cetme maneje igual pobres soldados que se hallen a su par. No sé cómo, pero en mi perplejidad iba avanzando hacia el grupo de “agricultores” que en corro permanecían

Tractor en faenas de siembra

alrededor de su profesor, por un claro del corro me acerqué y dirigiéndome al teniente, no sin cierto reparo por no saber cómo procedería, le dije: – ¿Mi teniente quiere dejarme un poco a mí que pruebe? Sin volver siquiera a ver quién así le había hablado contesto enfadado: -Tú atiende, aprende y ahora después sembraras…- Mi teniente. Insistí: – Déjeme que pruebe yo ya le he visto y creo que sé. En medio del campo melillense, haciendo frontera con Marruecos estábamos junto a “tierra de nadie” y me dije: Como tenga que correr del teniente voy a tener que invadir Marruecos. –“¡Hombre! Pero si es el granaino. Pues toma siembra, si ya sabes, que yo ya me he cansado…pero ¡bueno!

¿Tú que haces aquí si no eres de este curso? Pensé. -Ahora sí, ya me la he ganado. Pero no, estaba simpático el hombre y no era mala persona. – Toma, toma, no dices que sabes pues a sembrar se ha dicho. Comprobando que peligro no había de arresto o similar. Me crecí, con un pedazo de cuerda formé el saco en sembradera lo llené de cebada…no se oía un alma, todos en silencio me observaban y el teniente que se dio cuenta por donde iban los tiros su cara y gestos, hacia mí, eran inenarrables. Que de vez en vez lo miraba a ver cómo iba.

Colgué mi sembradera al hombro izquierdo introduje mi mano derecha que llené de aquella estupenda semilla y comenzando a caminar ligero y con firmes pasos al echar la izquierda lanzaba con mi mano derecha la cebada que en perfecta palmera barría y se extendía por toda mi parte delantera y homogéneamente caía en tierra y ya presta a ser enterrada para su germinación.

Todos caminaban detrás de mí, el teniente delante de ellos pisándome mis talones y un tanto semi enfadado, pero no decía nada.

Paré. Bajé el saco de mi hombro lo puse en tierra y miré hacia atrás. Solo se oyó al teniente: – “Tú esto lo has hecho más ¿Verdad? …” -Sí, mi teniente mi padre y mi hermano me lo enseñaron. Puso su mano sobre mi hombro, era buena persona, y me dijo: -Gracias “granaino” yo nunca lo había visto y en el libro del curso que yo he dado viene un sembrador que hace mas o menos como yo lo hice. Por eso y hasta que sembremos todo este llano de tierra tú vas a venir a sembrar para evitar que nazca desigual, desperdiciar la cebada y de camino enseñas a todos estos.

No solo enseñé a sembrar a voleo, les ayudé a enganchar los aperos a hacer amelgas para la siembra y ayudarse de éstas, así como otras cosas que de mi padre y hermano aprendí o vi.

Yo me sentí orgulloso y me alegré enormemente. Porque más que ellos, aprendí y descubrí que siempre bueno fue saber de cosas, fueren las que fueren, porque ello no ocupa lugar y puede resultar que el más simple conocimiento en un momento sea causa y motivo de un gran logro personal y vital.

Aquel teniente fue mi amigo. Yo seguí asistiendo unos días al curso. Sembramos la cebada, la vi nacer y crecer, buena cebada fue y rindió. Símbolo de mi amistad con aquel grupo que quería saber y aprender.

Recluta que lees esto y la Mili no has hecho. Yo, ya hace años licenciado ¡Desfilé con cetme y sembré a voleo!

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Desfilar con cetme y sembrar a voleo, y 2»»

  1. Francisco Avila

    La mili segun creencias donde sé hacían hombres de provecho también habían reclutas que a su corta edad estaban capacitados para implantar sus conocimientos a los demás soldados buena visión de tú paso por tus años de joven

    1. Gregorio Martín García

      Buenas noches Paco. Y quien no tiene anécdotas para hablar de su mili, hay para escribir un libro y, mira Paco me lo voy a pensar. Nunca debieron quitar la Mili, si decían que allí nos hacían hombres y algo de verdad hay en ello, al menos nos enseñaban a resolver solos los pequeños `problemas que ya se nos podían presentar. Con lógicos cambios la debieran implantar. Un saludo paco.

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