“La falta de compasión acompaña a un proceso de deshumanización que es la muestra más palpable de regresión, de movimiento descivilizatorio. Durante milenios, nuestros antepasados fomentaron el reconocimiento de la humanidad compartida y sacaron de ella normas de comportamiento. Todo el laborioso edificio se desmorona cuando aparecen los procesos de deshumanización” (Biografía de la inhumanidad. Historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad humanas, José Antonio Marina).
I. DE LA RAÍZ Y DEL ORIGEN DE LA BARBARIE
La proliferación, cada vez con más frecuencia, de actos de ignominiosa barbarie, de insolidaridad internacional, y de guerras, matanzas y masacres de incalificable crueldad que siembran de dolor y sufrimiento nuestro atribulado mundo, nos lleva a hilvanar una serie de reflexiones que intentan indagar en sus raíces profundas y buscar las mejores soluciones para evitarlos y, si fuera posible, entenderlos como se necesita entender las causas de una terrible enfermedad para poder curarla.
En los dos últimos decenios se han escrito numerosos ensayos e investigaciones que analizan estos trágicos fenómenos a lo largo de todo el siglo XX y primer tercio del XXI, tratando de indagar en las causas de todo tipo que los han promovido y en las profundas raíces antropológicas, históricas, socioeconómicas e ideológicas que los han hecho lamentablemente posibles. Entre ellos, merecen destacarse especialmente los de Jonathan Glover, Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX (Cátedra, Madrid, 2001), Daniel Jonah Goldhagen, Peor que la Guerra. Genocidio, eliminacionismo y la continua agresión contra la humanidad (Taurus Madrid, 2010) y, el más reciente, de José Antonio Marina, titulado Biografía de la Inhumanidad (Ariel, Barcelona, 2021).
Se trata desgraciadamente de una historia mil veces repetida, en todos los tiempos y lugares, a lo largo de la milenaria experiencia humana. Podríamos elegir decenas y decenas de relatos de crueldad colectiva —ideológico/política o religiosa— de diferente procedencia geográfica e histórico-temporal: desde la Inquisición, el colonialismo genocida europeo o la esclavitud, hasta el Gulag, Auschwitz, Dresde, Hiroshima, la guerra del Vietnam, la mortífera Revolución cultural maoísta o el genocidio camboyano de Polt Pot. Desde las caóticas masacres de My Lai a Srebrenica o Belgrado hasta las de las de Ruanda y las Torres Gemelas, para ejemplificar nuestra reflexión. Basten las señaladas. No olvidemos que el siglo XX ha sido el más sangriento destructivo y mortífero de la historia de la humanidad: a lo largo y ancho del mismo se han producido más de doscientas guerras, incluidos todo tipo de conflictos sangrientos o de grandes atentados terroristas. Como afirmara Eric Hobsbawn, el gran historiador británico experto en el “siglo XX”, una vez constatado el luctuoso y horroroso escrutinio del funesto siglo “desgraciadamente nos hemos acostumbrado a matar” (Sobre la Historia, capítulo 20: “La barbarie: guía del usuario”, Crítica, Barcelona, 2002, pp. 253-265).
Aquí nos interesa, sobre todo, analizar cómo se convierte o transforma un ser humano en víctima para los ojos de otro ser humano, el victimario; cómo se llega, o se puede llegar, a cometer ese tipo de actos cuya inhumanidad, barbarie y crueldad nos repugna, y cuál es el tipo de relación que tiene necesariamente que establecerse entre seres humanos enfrentados en esa situación límite y angustiosa, en la que uno los contendientes asume el rol de verdugo y ejecutor y el otro el de víctima pasiva y absolutamente indefensa. En estos casos, como en otros muchos, para el verdugo el rostro del otro brilla por su ausencia. Esto es, justamente, lo que Emmanuel Lévinas, filósofo judío-lituano-francés (1905-1995) autor de Totalidad e infinito de 1961, (Salamanca, Sígueme, 1985), trata de denunciar, al constituir y resaltar la presencia del rostro del otro en la relación cara a cara como núcleo esencial de toda significación ética. Emmanuel Lévinas es sin ninguna duda uno de los pensadores más comprometidos de nuestra época que vivió la “experiencia” de cinco años dramáticos en el campo de concentración de Stammlager y cuya obra, influida por la tradición cultural hebrea y en diálogo con la filosofía fenomenológica de Husserl y con la de Heidegger, se articula teniendo como telón de fondo el horror del genocidio nazi.
Para Lévinas sólo la solidaridad y la compasión, es decir, la capacidad de compartir el sufrimiento del otro, nos permite o permitiría asumir nuestra responsabilidad “sin escapatoria” frente a su vulnerabilidad radical. Al ser el eje de su pensamiento la alteridad y la conciencia de la trascendencia del otro, no puede entender la solidaridad compasiva como una simple anexión condescendiente del mismo, sino al contrario como una respuesta inaplazable y espontánea al grito del otro, de la víctima, a su vulnerabilidad expresada en la desnudez de su rostro (Emmanuel Lévinas, Totalidad e infinito, Salamanca, Sígueme, 1985. Véase también Gabriel Bello, La construcción ética del otro, Ediciones Nobel, Oviedo 1997, p. 42).
La compasión (cum passio, “sentir con”) es, entonces, la capacidad del ser humano de escapar a su narcisismo para acoger el sufrimiento del otro. La relación de extranjería —de extrañamiento respecto del otro— vendría a ser, precisamente, el paradigma de esa significación. Refiriéndose al otro, escribe el pensador judío: “Su epifanía misma consiste en solicitarnos por su miseria en el rostro del extranjero, la viuda y el huérfano”. Lo que, según E. Lévinas, genera la violencia contra las víctimas de cualquier género —ya sean herejes o judíos, burgueses o proletarios, creyentes o infieles, disidentes, homosexuales, refugiados, desahuciados económicos, deficientes psíquicos o físicos, enfermos mentales, pobres, mujeres, niños, ancianos etc.— es nuestro rechazo de su diferencia, es la falta de respeto al otro en cuanto otro, la ausencia de piedad o de compasión, la carencia de empatía o de solidaridad por los demás seres humanos.
Es de destacar en este aspecto, sobre todo, cómo resalta en el pensamiento de E. Lévinas su filiación hebrea. Efectivamente la antropología y la ética hebreas han enfatizado sobre todo la importancia de la compasión y de la misericordia con el desvalido. Incluso su noción de justicia —cuyos términos claves son tzedakà (sentencia dada por un juez, ley, derecho) y mishpat (rectitud)— no es una justicia de igualdad, sino que comporta, una predisposición a favor de las viudas, los huérfanos, los extranjeros, es decir, de los pobres y desvalidos, e implica una inequívoca generosidad y compasión por los oprimidos. La Biblia les da la razón cuando dice: ‘Dios tiene entrañas de misericordia’. Si tenemos en cuenta que rahamin (entrañas) es el plural de rahem (vientre materno, matriz, como en castellano: “hijo de mis entrañas”), la expresión bíblica podría traducirse: ‘Dios tiene una matriz compasiva’, lo que presta a Dios una esencia más femenina que varonil (José Antonio Marina y María de la Válgoma, La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política, Anagrama, Barcelona, 2000, p. cit.., p. 42).
No muy distintas de éstas reflexiones levinasianas son las consideraciones a las que, desde otros presupuestos doctrinales, llegaba la gran filósofa estadounidense Martha Nussbaum, al reflexionar sobre la necesidad de la piedad y de la compasión como antídotos de la barbarie y al inquirir asimismo acerca de las razones posibilitadoras de semejantes ejemplos de sádica crueldad. Su atenta lectura nos dará la clave, o una de las claves, para intentar profundizar en las causas profundas que están en la raíz de tan inhumanos comportamientos. En el texto en cuestión se nos apercibe con estas lúcidas reflexiones:
“El odio y la opresión colectiva a menudo nacen de la incapacidad para individualizar. El racismo, el sexismo y muchas otras formas de prejuicio pernicioso se basan con frecuencia en la atribución de características negativas a todo un grupo. A veces, como en el caso de la descripción nazi de los judíos, (…) se llega al extremo de presentar al grupo como totalmente subhumano, como alimañas, insectos, incluso “parásitos”, una actitud que no puede sobrevivir al conocimiento individual de uno o varios miembros de ese grupo” (Martha Nussbaum, Justicia Poética. La imaginación literaria y la vida pública, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997, pp. 130-136).
Valga, pues, sólo este texto para servir de base y referencia a nuestra meditación. Según Martha Nussbaum, únicamente la imaginación compasiva promueve hábitos mentales que conducen al desmantelamiento de los estereotipos en que habitualmente se basa el odio colectivo: lo que nos acerca al individuo, lo que lo hace sujeto de empatía y compasión es su individualización empática. El estereotipo eclipsa la identidad personal. La empatía resalta lo que de humanidad común existe en los otros: ver en ellos seres individuales con quienes se comparte una humanidad común que nos interpela y favorece nuestra solidaridad con ellos. En efecto, sólo el sentimiento compasión y empatía, sólo la piedad y la fraternidad solidarias pueden destruir ese estereotipo distanciador y abstracto haciendo emerger la cualidad humana de la víctima, su individualidad personal: “Hay un momento memorable en la película La lista de Schindler”, recuerda la pensadora estadounidense, “en el que el comandante del campo de concentración alemán sostiene la barbilla de su criada judía mientras ella lo mira aterrada y semidesnuda, y pregunta, desgarrado entre el dogma y el deseo: ¿Es ésta la cara de una rata?” (Continuará)
(NOTA: Esta reflexión se publicó, con mayor brevedad, en el libro colectivo En unos pocos corazones fraternos (Antología Solidaria), Entorno gráfico ediciones, Granada, 2017).
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Catedrático de Filosofía