Pues parece que se está expandiendo a velocidad vertiginosa, sin que, por el momento, nos estemos ocupando de encontrar el antídoto necesario. Lo escribía José Francisco Serrano en Religión Confidencial: “Hablaba en mi anterior entrega de la tentación de la abstracción, distanciamiento o separación de la Iglesia del mundo, de nuestra sociedad”.
Y aunque el artículo se centra en la situación actual de lo que algunos denominan “la organización vaticana y su adecuación al mundo actual”, personalmente entiendo –como me suele pasar muy a menudo– que la reflexión puede extenderse a la mayoría de los ámbitos sociales en los que estamos inmersos y, por tanto, son parte fundamental de nuestra existencia terrenal, pues –me reitero– el significado que se está atribuyendo al término va mucho más allá de lo puramente intelectual o científico. Yo diría que lo que se intenta está mucho más cercano al enajenamiento o al enfrascamiento.
Me decía al respecto una buena amiga que “Granada (yo añado Andalucía) es una ciudad que duda hasta de sí misma”…, lo que, reconozco, me ha vuelto a impactar negativamente por entender que esa forma de acción social ya había sido erradicada de nuestras calles, no sólo por considerarla obsoleta, sino por creer que nadie era digno, ni indigno, de sufrir las consecuencias de este tipo de malintencionado rencor.
Así os pregunto –y me pregunto–: ¿habremos dado un paso (tropezón) más y de la “desconfianza” estamos caminando hacia el “embebecimiento” individual tan contrario a la verdadera sociabilidad?
Si la respuesta es positiva me temo que tenemos que pedir cita urgente a los mejores especialistas en la salud del cuerpo y del alma –aún si somos agnósticos empedernidos–, pues esta dolencia nos llevará a la cazurrería del aislamiento (por cierto, muy diferente al de los anacoretas) sin que tengamos oportunidad alguna de arrepentimiento y vuelta atrás.
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de
Ramón Burgos
Periodista