¿Podríais decirme cuál de las muchas definiciones del término “pasión” es más acorde con el diario vivir de cada uno de nosotros?
Lo cierto –sea vuestra respuesta la que sea– es que, al menos, tiene mucho que ver con los modos y formas con los que afrontamos nuestras misiones o tareas, tanto “profesionales” como “personales”; es decir, la “manera” con la que damos la cara a las “sorpresas” que surgen a cada minuto de nuestra existencia… Y no sólo por nuestra forma de actuar, sino también por la de los demás (cordial, benigno, etc.; desabrido, antipático, etc.).
Y todo ello, no lo dudéis, tiene mucho que ver con la convivencia y el desarrollo de cualquier sociedad, o, lo que es lo mismo, con las relaciones humanas imprescindibles para una cohabitación que, al menos, tenga las trazas suficientes de llevarnos al entendimiento y la tolerancia.
Lo mantenía tiempo atrás –y, ahora, me ratifico –: un ejemplo de lo expresado puede estar en las justificaciones del “peregrinar ciudadano” que habita últimamente y con cierta asiduidad en las preferencias culturales, deportivas, políticas, etc.; de una opción a otra; de unos valores a otros; como veletas sometidas, con exclusividad, a los vientos más generosos. Es como si nos avergonzásemos de lo que fuimos sin darle ningún valor a las circunstancias que nos rodearon.
Sé que, a estas alturas de lo escrito, alguien puede pensar que mantengo que “somos esclavos de nuestro pasado”… En ningún caso es esa mi intención. Por el contrario, lo que sostengo es que tenemos el derecho inalienable a evolucionar en nuestras ideas, sin necesidad de denostar lo respirado con anterioridad, pues incluso las equivocaciones pueden ayudarnos –nos ayudan– en nuestro desarrollo personal… Eso sí, siempre y cuando la verdad nos acompañe en nuestros actos y, en ningún caso se organicen como maniobras especulativas tendentes al lucro personal o al disfraz de la objetividad.
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de
Ramón Burgos
Periodista