Gregorio Martín García: «Llegada y camino de una existencia, 1/2»

La noticia es machaconamente repetida en todos los medios. Escucho que China sufre otro tremendo contagio, el mundo expectante teme volver a vivir lo que le llevó a morir: “La explosión de contagios en China pone en alerta al mundo”.

Yo. Afectado, recuerdo con pena aquello que todos vivimos y yo también sufrí…

Noviembre del 2020. Año maldito en el que comenzó el virus. Señalado quedará en los anales de la Historia y en los calendarios mundiales por la pandemia, que todo lo ocupa que todo lo llena. Y, la mente humana devastada de terror y pena y de desesperanza llena.

Yo, como todos: En mi casa, en mi despacho. Permanezco confinado… Mi designio, mi ser, se revelan

Otra vez retirado, encerrado por imperativo y norma gubernamental. Semi confinado, porque en la anterior “ola”, allá por marzo de ese malnacido año, fue peor y devastador. Fue horrendo.

Los muertos en el mundo se cuentan por miles, por millones… y esto, no cesa, esto no acaba.

En mi conflicto mental y cuando la apatía y el aburrimiento me exasperan, comienzo a teclear en mi ordenador, que en stand by, al igual que yo, se halla.

No sabía por dónde empezar, no sabía que plasmar en la, aún, no despejada pantalla de este mi ordenador que, ya, yo había activado y… “despeja”, lento, muy lento como si sentimientos cibernéticos tuviera y temiera que infectos virus esperaban para entrar en ella.

Para información y conocimiento me vale con mucho lo que en ella observo. Navegando frente a esa pantalla pasadizo y ventana por donde veo y sufro lo de ese mundo que teme por su existencia.

De mi perdido tiempo es refugio y de mis sentimientos es consuelo. A través de él observo cual, si fuera otero y, veo un triste ser en un semidestruido mundo.

Consecuencia es de su error y, lógico y merecido también que, quien no sabe y erra, pague lo destruido y sufra con ello el resultado sobrevenido.

Una calle absolutamente solitaria, le sirve de escenario al atardecer de tan triste día. Otro más.

En mi ordenador, ya encendido, aparece una sucesión de fotografías en exposición. Ellas vienen a recordar y llenar mi mente de vivencias. Ha ya tiempo acontecidas. Unas en familia, otras en viajes, en mi querida profesión y algunas en momentos memorables de mi ”Llegada y camino de una existencia”.

Y sigue la ronda de fotos recordando mi pasado. Y con ello pone ahora, imágenes de antaño y momentos vividos en los que jamás habría sospechado que, un día, estas puertas y paredes me obstruyen la libertad que gozaba contemplando el espacio y belleza de los países visitados.

He aquí una foto, que hace que detenga el expositor, me atrae especialmente ese personaje que en ella está. Un niño, casi un bebé que forzando su posición intenta mantenerse erguido. Esperando el disparo de aquel fotógrafo que esta foto hizo. Rellenito, con pelo rizado y expresión forzada por su empeño en mantener la verticalidad.

La escena se desarrolla en la fachada de su hogar, en la placeta frente a ella de la puerta. Empedrada de irregular manera y un árbol morera, recién plantado, dan a la escena un ambiente rural y pueblerino, donde un niño del vecino, por deseo de su madre, deja testimonio de aquel día, de aquel momento que para el futuro servirá de recuerdo. Servirá para emular y comparar estos, con aquellos tiempos. La foto denota su antigüedad, los tiempos en que fue disparada y creada.

Todo ello lleva a inmiscuirse mi conciencia en tiempos ya muy pasados que por lejanos casi borrados con el “betún” de los tiempos. Que hace débiles en la mente los flashes de su existencia. Allá por el cuarenta y cinco del siglo recién pasado. Domicilio, Benalúa de las Villas, mi pueblo, nació. Solo a efectos documentales. Porque su primera luz la vio en el Hospital de San Juan de Dios de Granada.

La campana de la Basílica de tan insigne edificio terminaba de golpear siete veces con su grueso badajo el bronce de la campana mayor de su campanario. Lejanos ecos de otras, en conventos e iglesias de la monumental ciudad nazarí, hicieron lo propio y el mismo número de ¡DING! ¡DANG! sonaron. Siete. Siete fueron los que marcaron la hora.

Continuará. /…

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

Gregorio Martín García

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