No es la primera vez que el periodismo, desde diferentes esquinas, grita que las políticas migratorias injustas y sin un enfoque de derechos humanos generan muerte
El viejo pesquero hecho añicos a los pies de Calabria, (añicos sobrecargados de humanismo, ¡casi doscientas personas, niños y bebé incluidos!) no es el “culpable” de haber convertido la playa turística de Steccato en el documental de muerte de quienes fueron sus “huéspedes”, durante cuatro días de mar por el Mediterráneo. Ellos subieron a bordo en busca de un “paraíso” prometido por la mafia criminal que canjea vidas humanas por dinero. En condiciones terriblemente adversas hubieron de zarpar “a la aventura”. Y la embarcación hecha leña terminó confundiéndose en la playa con mochilas, biberones, juguetes y casi un centenar de víctimas mortales. Una tragedia más en el mayor “cementerio” del mundo, el Mediterráneo, que “no puede dejar indiferente a nadie», según aseveró el presidente de Italia, Sergio Matarella. Según datos recabados en internet, desde 2014 hasta septiembre de 2022 murieron en el Mediterráneo, en su intento por llegar a las costas europeas, unos 25.000 migrantes traficados por tales mafias desalmadas. ¡Dolorosa sangría humana! Y tantos otros casos sobre las lágrimas de la tierra, como el de Texas, el pasado junio: aquel dramático hallazgo de una cincuentena de personas asfixiadas, niños incluidos, dentro del tráiler de un camión.
La política migratoria, cuando selecciona y descarta, se convierte en el escenario de la hipocresía de la solidaridad: un escenario absolutamente restrictivo para los derechos de las personas, según el lugar de procedencia o el color de su piel. La normativa internacional de derechos humanos no se cumple. Hay gobiernos que miran hacia otro lado, defendiendo el desdeño de las “puertas cerradas” contra la priorización de la vida y la seguridad de los más vulnerables que salen de sus países buscando “techo, tierra y trabajo”, como repite tanto el Papa Francisco. El Evangelio del Nazareno nos advierte que “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40). Son palabras que resuenan hoy con infinita fuerza tras la muerte de tantos indefensos ante el mar embravecido de la costa italiana.
No es la primera vez que el periodismo, desde diferentes esquinas, grita que las políticas migratorias injustas y sin un enfoque de derechos humanos generan muerte. Urge, por ello, generar políticas dignas, precisas, que se ajusten a la normativa internacional en materia de derechos humanos. Es hora que los gobiernos cambien de corazón y pongan rumbo a la dignidad de las personas migrantes como prioridad absoluta, haciendo frente “a las causas que subyacen a los flujos de la emigración: guerras, persecuciones, terrorismo, pobreza…”, en palabras del propio presidente italiano. Los silencios crean huecos de maldad en contra de la pedagogía social. Urge, pues, cambiar de actitud mental y revestirse de hombres nuevos (cf. Ef. 4: 23-24), capaces de superar criterios de partido, envueltos en codicias electoralistas.
La dimensión profética, en estos casos, al margen de creencias religiosas, sigue siendo esencial para toda prospectiva real que implique no la simple extrapolación del pasado y el presente, sino el momento de la conciencia, el momento de la trascendencia del hombre en relación con su propia historia (cf. Roger Garaudy, “Parole d’homme”). A los pies de Calabria la tragedia no ha sido un error humano, como tampoco lo ha sido en Lampedusa o en Canarias, Libia, Texas…, sino el latido sin fin que, en el fonendoscopio de la humanidad, implora justicia y lealtad.
(Nota: Este artículo de Francisco Martínez Sánchez se ha publicado en la edición impresa de IDEAL correspondiente al sábado, 11 de marzo de 2023)