A las siete, algo más, de una mañana de febrero, de soleado día, se aventuraban. Pero frío intenso, los grados estaban por debajo de cero, como en Granada suele ser y provincia y las fértiles tierras de los Montes Orientales. Frío seco, que corta el cutis con sequedad extrema.
Comenzaban a licuarse los carámbanos de los charcos que había en la calle. Ya, sobre la aldea el humo de sus fogatas hacía rato la cubría, como desde ancestrales años ocurre cada día. Los campesinos al campo comenzaban a marchar y el normal movimiento y ajetreo se imponía tras el despertar del pueblo. Como cualquier otro día.
Todo era igual que siempre, todo discurre con normalidad, era lunes, jornada de trabajo, igual que otra de la semana. Allí se trabajaba de lunes a domingo y raramente se paraba a descanso, festivo o dominical. Por lo que el lunes no fue un día desigual.
Y así nació, en jornada laboral e igual a todas, en nada se distinguió, en nada se notó; algo de tal importancia para el recién nacido, pasaba desapercibido para el resto del mundo. Ya lloró sus primeros llantos en Granada, con lágrimas por primera vez brotadas con inconsciencia infantil de bebé, a la vez que su “cuna” y familia en su domicilio de Benalúa le esperaban.
Abandonó la capital para por primera vez visitar su pueblo, ya habían pasado dos días de su advenimiento. Un habitante más del Mundo, un vecino más para el censo, un personaje que en sus primeros años de vida, desarrollaría su cuerpo enriquecería su mente y con sus amigos invadiría calles, atronaba, con sus juegos, placetas y en las escuelas de la aldea adquiere conocimientos. Una vida afable y protegida, quizá en demasía, por unos padres que por él se desvivían.
Pensando en todo, pasados unos días a la pila bautismal de la cercana iglesia le acercaron, rodeado de padres y hermano y un extenso grupo familiar de Granada venidos a celebrar el bautismo de su sobrino y primo. Fueron los padrinos, tío Manuel y tía Carmen, ésta hermana de mi padre, que la verdad, pasaban por un momento económico muy boyante y se permitieron organizar al apadrinado una gran fiesta bautismal. Según le contaron, en el transcurso de sus años repetidas veces sus padres, decían que los primos de Granada eran muy divertidos y amigos de festejos y por ello la celebración de haber sido cristianizado el «niño» duró casi tres días en que exhaustos y cansados marcharon a la capital.
La actividad rural y pueblerina enriquece y llena su mente. La tranquilidad y paz del pueblo ayudan a que todo lo ocurrido y vivido empape sus aún cortos e infantiles conocimientos. La vida social, el ambiente, las formas y costumbres sanas y sencillas van forjando una personalidad preñada de buenos principios con la nobleza y honradez que caracteriza a la gente de los pueblos. Sus sentimientos desarrollan y en ellos quedan filmados cual película todos los hábitos, usanzas, rutinas y costumbres del pueblo que como a todos, forjan su mente forman su cuerpo y creciendo y con sus cortos años ya comenzaba a escuchar de los suyos, aquellos cuentos narrados en interminables y agradables velada de invierno a la triste luz de una bombilla que, acompaña tristona la historia que boquiabierto escucha. Arropado por el fuego que arde en la chimenea y rodeado de calor de hogar. Su cerebro enriquecido de aquellas entrañables historias las guardaba en su mente y quedaban grabadas en su conciencia y con discernimiento regenerarlas.
Rodando los años con los cambios habidos desde allí hasta acá, en que a veces parece eternidad y otras, de tal brevedad que parece haber amanecido a la par que este día en que vivimos. Día aciago, infausto y de mal agüero en que me siento prisionero tras haber volado mi mente con aquellos momentos pasados llenos de vida llenos de juegos, alegría y amigos, ahora todo recordado desde este habitáculo en que preso es mi cuerpo presa mi alma, Lejos de aliviarme a mirar fuera a través de mi ventana sigue la calle sola, la atmósfera cargada y la gente asustada, que igual que yo, apartando el visillo asoman su cara con la esperanza perdida y abren sus ojos para buscarla.
El vaho de su boca el cristal empaña y deja la imagen borrosa y extraña…el color gris apenas deja ver… aquella calle ¡solitaria! La realidad del presente despierta mi mente y me trae al presente el ajetreo de estudiantes que pasan por la acera, el tráfico y ruido que ahora llena y desborda aquella misma calle que otrora fue solitaria.
Retiro mi frente de la ventana, cierro el postigo tras la persiana y me decido a seguir con mi monotonía diaria. Temo y me pregunto: ¿Volverá otra vez aquel que al Mundo confinó y coartó la libertad de nuestra: “Llegada y camino de una existencia”?
…Final
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo’