8. El ermitaño
“Hijo, mi caudal no da para más de lo que he logrado reunir; id a buscar vuestra ventura. Que Dios os guíe y os haga un hombre de bien”
En la conversación que mantiene Marcos de Obregón con el ermitaño que cuida del oratorio a orillas del Manzanares, éste habla de su lugar de nacimiento: Ronda. Continúa nuestro protagonista sobre lo que le sucedió en Córdoba, camino de la Universidad de Salamanca.
Con nuestra Pedagogía Andariega (Walking pedagogy), pretendemos aportar recursos didácticos al profesorado para que, dejando atrás las aulas, saque a los niños a la calle. Y ello porque es ahí, en el exterior, donde palpita la vida y donde los Aprendizajes resultan más auténticos y apasionantes.
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El ermitaño volvió a interesarse por el lugar donde yo había estudiado y cómo me había dado por recorrer tanto mundo proviniendo de una ciudad tan apartada como era Ronda.
–Aunque aquellos altos riscos y peñas altas –le respondí yo- no son muy conocidos, debido a sus malas comunicaciones, cría tan gallardos espíritus que sienten estos la necesidad de viajar a las grandes ciudades y universidades donde purificar sus ingenios y llenarlos de sabiduría. Allí daba clases un gran maestro de gramática llamado Juan Cansino y que sabía tanto de ciencias como de letras; virtuoso en sus costumbres, enseñaba latín y componía versos. Y, aunque manco de ambas manos, era de los más respetados y valorados. Solía ser tan callado que solo hablaba en aquellas ocasiones en las que no había más remedio. En esto, como en lo referente a la lengua latina, a la poesía y a la música si no fui yo uno de sus mejores discípulos, tampoco fui de los peores.
Al cumplir cierta edad, y debido a la inquietud que tengo y que siempre he tenido, quise viajar allí donde pudiese aprender alguna cosa que perfeccionase el talento que Dios y la naturaleza me habían concedido. Mi padre, viendo mi deseo e inclinación, no se opuso, antes bien me habló, a su modo, con la sencillez que por allí se acostumbra, diciendo: “Hijo, mi caudal no da para más de lo que he logrado reunir; id a buscar vuestra ventura. Que Dios os guíe y os haga un hombre de bien”. Y con esto me echó su bendición y me dio lo que pudo, junto a una espada bilbaína que pesaba más que yo, y que en todo el camino no me serviría de otra cosa, sino de estorbo.
Partí para Córdoba, que es donde acuden los arrieros salmantinos y donde se concentran los estudiantes de aquella zona que quieren ir a dicha Universidad. Me llegué hasta el mesón del Potro, donde el arriero que me había de llevar tenía su posada. Disfruté mucho visitando Córdoba. Me fui a visitar la Catedral, por oír música, donde me di a conocer a algunas personas, tanto por hacer más leve mi soledad como por tratarse de gente de quien podía aprender mucho. Yo tenía poca experiencia de la vida, debido a no haberme alejado nunca de mis padres y hermanos. Sin embargo, al verme solo, me di cuenta de que me era forzoso echarle valor, de modo que, animándome a mí mismo, me decía: “La pobreza me sacó, o mejor dicho, me echó de casa de mis padres y ya no puedo volverme atrás”. Y así me consolaba, porque si los pobres no nos damos aliento a nosotros mismos, ¿quién nos va a alentar y animar? Siento añoranza por mis hermanos, esa es la verdad, pero nada conseguiría en esta vida si no le pusiera voluntad y esfuerzo.
Me fui al mesón del Potro, y me puse a comer de lo que había: pescado. Me senté a la mesa y enseguida se me acercó un fullero, de los más finos que debía haber en Córdoba y que, o me debió de oír hablar en la Catedral, o el diablo hablaba por él. Me dijo: “Señor soldado, pensará vuesa merced que no es ya usted conocido en la ciudad: pues sepa que su fama se ha extendido desde que llegó, y por todas partes”.
Yo, que soy un tanto vanidoso, me lo creí al momento y le dije:
-¿De qué me conoce vuesa merced?
-Vuesa merced –me dijo sentándose a mi lado-, se llama fulano de tal, y es usted un gran latino, poeta y músico.
Me quedé asombrado de aquello y le convidé a comer. Él no se hizo de rogar y metiéndole mano a un par de huevos y a unos peces, se los comió. Yo pedí más, y él entonces, dirigiéndose a la que servía, le dijo:
-Señora mesonera, no sabe bien vuesa merced a quién tiene como inquilino en su casa. Sepa que es el más hábil mozo que hay en toda la Andalucía.
A mí aquello me dio aún más coba y yo a él, más comida. Y dijo:
-Señor Marcos de Obregón, en esta ciudad se crían muy buenos ingenios y se valora mucho a los que lo demuestran. Así, apenas llega alguien que sabe, enseguida corre la voz de su valía.
Y sin parar de comer me preguntó:
-¿Vuesa merced no bebe vino?
-No, señor –le respondí yo.
-Pues hace mal –dijo él-, porque ya está hecho un hombrecito, y para caminos y ventas, donde suele haber malas aguas, importa mucho beber vino. Eso, aparte de que vuesa merced va a Salamanca, donde precisamente el agua suele producir disentería. El vino templado con el agua le dará fuerza al corazón, color al rostro, le quitará la tristeza, aliviará el camino, dará coraje cuando sienta cobardía, templará el hígado, y le hará olvidar todos los pesares.
Y tanto ponderó el vino, que hice traer una jarra para que él bebiese, que yo no me atreví. Bebió el buen hombre y volvió a endulzarme los oídos, y yo, de muy buena gana a pedir más comida. Volvió él a beber y a convidar de mi parte a otros tan pícaros como él, diciendo que yo era todo un portento. Al fin, mirándome a los ojos, me dijo:
-Conozco un hidalgo, tan amigo de las personas con ingenio, que daría doscientos ducados por verle a vuestra merced la cara. Si quiere, podemos ir a visitarlo a su propia casa…
Yo, de puro orgullo, no cabía más en mí después de tantas alabanzas hacia mi persona. Y, en acabando de comer, le pregunté quién era aquel caballero. Él me dijo:
-Vamos a su casa, que le quiero poner a vuesa merced bajo su protección
Fuimos, y vinieron con nosotros aquellos amigotes suyos. Yendo por el barrio de San Pedro, topamos en la puerta de una casa con un hombre ciego que, por su porte, parecía importante. Y en aproximándonos, riéndose mucho me dijo mi guía, el muy sinvergüenza: “Éste es el hidalgo que os daría doscientos ducados por ver no sólo su bonita cara, sino la cara que se le está poniendo a vuesa merced ahora mismo”.
Yo, avergonzado por la burla, le dije:
-Y también por veros a vos en la horca los diera yo de muy buena gana.
Se alejaron ellos riéndose, y yo quedé muy enfadado, aunque reconociendo que el muy pícaro, en el fondo no me había engañado, pues había asegurado que el ciego bien daría todo lo que tenía por poder “verme”. Esta fue la primera lección que recibí para saber que no se ha de fiar de quien utiliza palabras lisonjeras que, enseguida, le caen encima las consecuencias.
Capítulos anteriores:
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- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 1: Carta a don Vicente Espinel
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 2: De mi vida como escudero
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 3: Los médicos
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 4: Los malcasados
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario, (1624-2024), 5: Las almas en pena
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 6: Los maestros
- Pedagogía Andariega: A D. Vicente Espinel, en su IV Centenario (1624-2024), 7: Los libros
Portada del libro de Isidro G. Cigüenza
ISIDRO GARCÍA CIGÜENZA
Blog personal ARRE BURRITA
artífice e impulsor de la Pedagogía Andariega