Javier Orrico: «El conocimiento y la hojarasca» (*)

 

Por el momento, no hay estudios concluyentes sobre los resultados del uso de las TIC en la enseñanza. Pero los que se han hecho llevan a conclusiones poco favorables a las TIC: disminuyen el rendimiento. El periódico Magisterio titulaba el viernes 3 de diciembre de 2010, pág. 6, lo siguiente: “El Ministerio ‘maquilló’ los datos de la Evaluación de Diagnóstico”, lo que parece gravísimo. 

Según Magisterio, basándose en un estudio de José Manuel Lacasa, el Ministerio habría eliminado una primera redacción en la que los alumnos con mayor frecuencia de uso de las TIC habrían obtenido resultados significativamente peores (…). En la misma dirección, son preocupantes, a tenor de las experiencias de otros países, las consecuencias posibles de una implantación irreflexiva, acelerada y un punto mesiánica de las TIC. Nuestros jóvenes no sabrán manejar libros ni buscar en un diccionario. No sabrán redactar. Ya no sabe hoy la mayoría. Su modo de acceder al conocimiento será, es ya, fragmentario, que es como se produce en las TIC. Nuestro empeño debería ser el contrario: desarrollar su capacidad de relacionar, de alcanzar visiones globales, de redactar análisis extensos y coherentes. Crecientemente, y gracias a la absoluta confusión en que hoy nos movemos, carecen de lo que he llamado en otros capítulos “mapas” de conocimientos esenciales sobre los que seguir aprendiendo y referenciando la mirada. Sin esos mapas no se puede construir ni entender nada.

¿Qué harán, además, cuando se queden sin la máquina? Si no hay información en sus cabezas, ni red a su alcance, serán intelectualmente mudos y personalmente vulnerables. Eso sí, se habrán acabado las clases magistrales, gran objetivo de toda la pedagogía progresista desde hace un siglo. Rechazar la diferencia, el prestigio, la autoridad intelectual, la tarima moral que implica que hay uno que sabe y otro que aprende de él. De él, esta es la clave, esta desigualdad necesaria, que no se basa en la cuna, sino en el mérito, en la experiencia, en la edad, es lo que se ha combatido por el pedagogismo de modo implacable. ¿Por qué? ¿Hay alguna actividad intelectual más gozosa que la de escuchar a un hombre que sabe hablar y sabe de lo que habla? ¿Cabe pensar que tal odio sólo puede proceder de quien carece de esas cualidades?

Creo que lo más importante que debe hacer cualquier sistema de enseñanza es no estandarizar el trabajo de sus profesores, no forzarlos contra su naturaleza y su capacidad, no hay un método para todos, ni las disciplinas pueden equipararse. El principio esencial, no sólo para la libertad, sino para la eficacia del profesor, es la libertad de cátedra. La libertad de elegir un método y de transmitir aquello –siempre insuficiente, siempre limitado– que ha conseguido aprender tras mucho esfuerzo. Porque la herramienta principal de un profesor no es otra que él mismo. Un profesor es un modelo, no deberíamos olvidarlo. A un profesor hay que respetarle su autonomía y demandarle resultados. Y en España estamos haciendo exactamente lo contrario: uniformar, clonar, someter las diferencias, implantar métodos ‘infalibles’, diseñados por pedagogos que nunca pisaron una clase (…).

¿Por qué hay que extirpar lo que funcionó durante tantos siglos, explicación, comprensión, repetición, memoria…? ¿Cómo pueden los alumnos construir sus propios conocimientos o moverse en la Red desde sus cabezas huecas por falta de datos, de representaciones de la realidad, de elementos que sirvan como comparación, introducidos gracias a la memoria y la insistencia en la adquisición de automatismos, de fórmulas que permiten resolver problemas sin tener que rehacer los procesos en los que la humanidad empleó miles de años? La autonomía del alumno es el objetivo de toda enseñanza verdadera, pero es el resultado final de un proceso creciente, no puede ser el método desde el inicio.

Naturalmente, algunos profesores son, somos, muy escépticos ante las nuevas novedades. Hemos visto ya demasiadas que no eran más que jerigonza de los hombres-medicina para engañar al pueblo, que está en el aula. Capacidades, competencias, adaptaciones curriculares, rúbricas, destrezas, habilidades sociales, inteligencia emocional… ¿Qué nueva novedad maravillosa nos ‘implementarán’ mañana para seguir encubriendo lo esencial: que sin el estudio y la disciplina intelectual del alumno no hay nada que hacer?

En último extremo, y en tiempos de penuria, más que nunca es necesario distinguir los medios de los fines; distinguir lo que en verdad fue siempre y ha de seguir siendo la enseñanza, de los instrumentos que la técnica nos ofrece. Lo esencial sigue siendo un buen profesor, y los resultados de los mejores sistemas así lo demuestran. Es decir, lo esencial sigue siendo eso que la nueva pedagogía ha pretendido reducir a comparsa. Sin conocimientos (sin profesores, sin libros), la Red y las TIC son una selva peligrosa e inútil, un jeroglífico invertebrado que aumentará las diferencias entre los hombres en el acceso a la información, pues los desniveles de partida se agigantarán con el uso, mientras se extiende la falsa idea de que el conocimiento ya está al alcance de todo el mundo. Al contrario: nunca tuvo encima más hojarasca.

(*) Este texto es un fragmento del libro  “La tarima vacía” (Ed. Alegoría), de Javier Orrico. Concretamente corresponde al final del Cap. III.4, ‘Contra la fascinación tecnológica’. Esta obra prologada por Gregorio Salvador se presenta en Granada el jueves, 23 de febrero, en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, en cuyo acto el autor será presentado por José Gutiérrez y Virgilio Cara. (20 h)

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