Francisco García Espínola: «¡Pobre Normal!»

Estaba perfilando el primer escrito que envié a nuestro querido Antonio Arenas y sentí la necesidad de mostrarles el origen de esas sensaciones que ya conocían por haberles leído el borrador.

Podía haberlos llevado también a la Facultad de Letras donde me licencié en Psicología y Pedagogía, pero ese lugar no me dice nada. Por allí pasé y tuve muy buenos compañeros, a los que recuerdo con cariño, sin embargo, fue la Normal y los años  que pasé en ella, lo que imprimió carácter en mí.

Sabía que habían hecho algunas transformaciones en ella para alojar las delegaciones de Educación y Gobernación, pero esto no lo viví, ya que, los últimos años durante los que hicieron las obras estaba yo en Burgos, donde pedí traslado y pasé los últimos ocho años  de mi vida profesional. A la vuelta, ya jubilado, me asomé un día por allí, pero no quise entrar.
 Este verano, como digo, y por las razones expuestas me decidí a mostrar a mis nietos el lugar donde aprendí y me formé para ser maestro. “Aquí aprendí a ser maestro”, les dije.
 Al entrar tuve un momento de despiste, ya que, en la parte baja todo está transformado. Pronto vi las escaleras interiores y subimos. Les fui explicando lo de la separación en la subida de las mismas para niños y niñas, les indiqué donde estaba situado el biombo separador… No salían de su asombro. Tuve que hacer un esfuerzo para mostrarles cómo y dónde estaban las aulas. Todo está cambiado.
 
¡Pobre Normal! Nos la han destripado por dentro. No han dejado ni un aula de muestra. Las han destruido en aras de la maldita funcionalidad. Ahora hay compartimentos con mesas de despacho con  ordenadores y funcionarios. En el “palomar”, al que acudíamos a clase de Historia o de Dibujo, le han metido en las entrañas unos ascensores…

En el exterior, han hecho tabla rasa con las escaleras de entrada. Han eliminado la magnífica baranda de forja en la que nos apoyábamos para contemplar la Gran Vía o ver pasar a nuestras compañeras y la han sustituido por ¡una de cristal! que le sienta como a un santo dos pistolas, que diría mi madre. ¿Dónde está ahora? ¿Quién habrá sido el “cerebro” que ha cometido tales atropellos? ¿Por qué no la han dejado como estaba? Estoy seguro que haría la misma función.

La han despojado de su sagrada función para convertirla en un albergue de burócratas, sin ni siquiera una reseña de lo que fue.

No podréis evitar, sin embargo, que cierre los ojos y con el poder de la imaginación, suba las escaleras exteriores, contemple la Gran Vía antes de entrar, suba las  escaleras interiores y llegue a los pasillos donde me esperan mis compañeros para entrar en clase, que estará como siempre.

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