Mustapha Busfeha García: «Dijeron de Granada, XXVI: Henry David Inglis»

Hoy hablaremos de Henry David Inglis. Nació, nuestro autor, en Edimburgo, en 1795. Era el único hijo de un abogado, que perteneció a una antigua familia escocesa: su abuela materna era hija del coronel Gardiner, héroe caído en la batalla Prestonpans (21/09/1745) que oponía a los Estuardo escoceses contra Inglaterra, (aunque escocés, Gardiner luchaba en el lado inglés).

Acabados sus estudios universitarios de abogacía, dio sus primeros pasos en el ambiente empresarial, aunque pronto comprendió que su vocación le llamaba por otros caminos: la literatura, por una parte, y su afán de viajar por otra. En lugar de estar sentado frente a un escritorio en un despacho de abogado, prefería andar libre viajando por el mundo y relatando aquello que sus ojos veían. Su primer trabajo de esta naturaleza se tituló «Cuentos de las Ardenas», que publicó bajo el supuesto nombre de Derwent Conway (seudónimo que solía utilizar frecuentemente). Este trabajo fue favorablemente acogido por el público lo que le animó a continuar en la misma senda. Su siguiente publicación fue «Paseos solitarios por muchas tierras», una obra de calidad aún mayor que la anterior, y de gran belleza y originalidad. Luego siguió, «Viajes en Noruega y Suecia», y su «Recorrido por Suiza, Francia y los Pirineos».

Inglis trabajó un tiempo como editor de un periódico en Chesterfield; pero, la misma impaciencia y anhelo de viajar que le hicieron abandonar la silla antaño, se mostraron de nuevo y pronto retornó a su vida errante. Visitó el Tirol y España, y al regresar, publicó dos trabajos, que contienen un recuento de sus viajes y observaciones en estos países. De estos volúmenes, su «España en 1830» fue la de mayor éxito, y con justicia, como consecuencia de la gran cantidad de información que acumuló sobre nuestro país. No aplaude todo lo que ve, más bien al contrario, se muestra crítico con el costumbrismo folclórico -religioso del pueblo español y recoge todos los rumores que oye contra curas, frailes y monjas, (no olvidar que como ferviente baptista no dejaba de mostrar su fobia anticatólica). Después de su regreso de España, Inglis otra vez se convirtió en editor de un periódico, “The British Critic” y se instaló en la isla de Jersey. Pero como ya hemos señalado, siendo un culo de mal asiento, su permanencia en ese trabajo no iba a ser muy larga. De nuevo abandonó todo y se propuso corregir un error y es que habiendo recorrido gran parte de Europa no se había acordado de la vecina Irlanda. De este viaje, nació: «Irlanda en 1834». Esta obra tuvo una considerable aceptación por el cúmulo de informaciones, su exactitud e imparcialidad. Incluso el libro fue citado con frecuencia en la Cámara de los Comunes durante los importantes debates parlamentarios sobre Irlanda en 1835.

Basándose en sus experiencias durante el viaje a España, publica en 1833 la novela “The New Gil Blas” en la que pretende relatar la realidad social española de la época. Para muchos, es la mejor de sus obras que sin embargo fue un verdadero fracaso.

Después de su regreso de Irlanda, Inglis comenzó a prepararse para la publicación de sus «Andanzas siguiendo los pasos de Don Quijote” (Rambles in the Footsteps of Don Quixote), tal vez uno de los libros menos conocidos de la literatura británica del siglo XIX. Fue publicado en 1837, dos años después del fallecimiento de nuestro autor. Es indudable que Inglis sentía una gran admiración por Cervantes y su Quijote y que lo conocía y lo había estudiado con profundidad.

Para hablar sobre esta obra me basaré en el excelente trabajo realizado por el joven profesor Antón García Fernández de la universidad de Tennessee.

Este sería el argumento: Un británico se encuentra en Toledo y decide adentrarse en las tierras manchegas para buscar los lugares por donde anduvieron Don Quijote y su escudero Sancho Panza.

“Llega así al pueblo de Martín Esteban, que identifica con la localidad en la vivía Don Quijote, y allí se encuentra con un barbero que asegura ser descendiente de Maese Nicolás, el barbero cervantino. Este barbero y el narrador trabarán amistad y saldrán a recorrer La Mancha juntos, al modo de Don Quijote y Sancho, tratando de seguir los pasos del ingenioso hidalgo. A lo largo del viaje no faltan, como en la novela de Cervantes, interesantes conversaciones entre el narrador y el barbero o alguna que otra narración intercalada que demuestra que Inglis estaba perfectamente familiarizado con la tradición picaresca española del Lazarillo, el Guzmán, el Buscón y compañía. Su itinerario manchego los lleva, por ejemplo, a la venta que Don Quijote confundió con un castillo, a la Sierra Morena o al lugar en el que el caballero andante luchó contra los molinos de viento que creyó ser gigantes. En la narración de esta novela, completamente ficticia, claro, se incluyen descripciones de la geografía manchega que Inglis sin duda visitó durante su estancia en España, pero puestas siempre al servicio de los comentarios sobre la obra de Cervantes, cuyo contenido el autor critica con total conocimiento de causa.

En uno de los capítulos, el undécimo, Inglis incluso nos habla con admiración de la enorme popularidad de la que disfrutaba Cervantes en la España de la época, señalando que “de los ocho o diez arrieros con los que compartí un cocido en esta posada, ninguno de ellos desconocía a Don Quijote y sus hechos ni las razones por las que Cervantes disfruta de la veneración de sus compatriotas”. A través de la figura del narrador, el autor da buena cuenta de su admiración por la novela cervantina e introduce interesantísimos pasajes de verdadera crítica literaria en los que Inglis se revela como un auténtico cervantista, de esos que la mayor parte de los cervantistas de hoy desconocen por completo”

Sólo unos días pasó Inglis en la ciudad de Granada. Se alojó en la Plaza de Bailén (Plaza de Mariana Pineda), en la Fonda y Café del Comercio. La ciudad le encantó:

“Me atrevo a decir, que ninguna ciudad en Europa puede presumir de tan deliciosos paseos como los de Granada. Además de los muchos paseos románticos en las proximidades de la ciudad desde la colina de los Mártires hasta el cerro de San Miguel, así como en el pie de las cordilleras de la Sierra, hay dos profusas alamedas: una, a lo largo de las riberas del Genil, y la otra, por el margen del Darro: la primera está dentro de la ciudad, y es la más frecuentada; la otra, es un camino por encima del Darro, que fluye a través de un profundo y delicadamente barranco boscoso. Nada en Suiza destaca como el romántico y sorprendente paisaje del valle del Darro, desde el que se aprecian pintorescas vistas del propio valle, espléndidas visiones de la Alhambra en toda su gloria, y de la magnífica ciudad, con frecuencia captadas fuera de ella”.

Se sorprende ante todo lo que se comercializa en la Plaza de la Bib-Rambla:

“…contiene todo género de mercancías exhibidas en puestecillos, a la manera de un bazar general musulmán. El centro lo ocupa la carne, fruta y vegetales y en torno a éstas las demás mercancías. Hay gran demanda de patatas asadas, que se renuevan constantemente por medio de un artefacto que encierra fuego, agua y una olla de vapor. Esto parece el desayuno favorito, pues hay docenas de personas sentadas en el suelo comiéndolas. A un niño pequeño a quien le regalé una insignificancia por indicarme una barbería, en cuanto recibió el dinero se sentó en el suelo con su ración de patatas, muy complacido por este alimento”.

Finalizo este artículo mencionando la admiración, ante la puesta de sol en Granada, del que fue presidente de los EE. UU. Bill Clinton aquel 9 de julio de 1997; pues bien, más de un siglo y medio antes ya escribía Henry David Inglis:

“Desde las ventanas de mi habitación en la Fonda del Comercio, nunca he visto ninguna cosa más hermosa que la puesta de sol sobre la ciudad de Granada, ni cualquier cosa más bella que la luz de la luna proyectada sobre sus jardines, arboledas, conventos, torres, sobre las cercanas colinas y sobre las laderas revestidas de nieve de su sierra”.

Henry David Inglis falleció a causa de un derrame cerebral en su residencia en Bayham Terrace, Regent’s Park, Londres, el viernes 20 de marzo de 1835 apenas con 40 años de edad.

Como en el caso de Teófilo Gautier, del que ya hemos tratado, pienso que la obra de Inglis no ha sido suficientemente valorada y que incluso sus trabajos que adquirieron en su momento cierta popularidad fueron muy pronto echados en el cesto del olvido.

 Ver otros artículos

de Mustapha Busfeha García,

autor de las novelas históricas ‘La casa del cobertizo’,

‘Babuchas negras’ y del ensayo ‘Tres sinfonías’

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