Gregorio Martín García: «Viaje a la ciudad , y III: Alfonso, Juan Martínez y las recoveras»

Y como a aventureros se esperaban cada tarde en la carretera de Benalúa a Granada. La llegada de aquella renqueante Alsina que traía desde la Ciudad a los viajeros del pueblo y a los “catetos”. Se decía de aquellos que por primera vez irían a Granada y que burlonamente les advertían: “Cateto, ten cuidado de que te van a echar las cagarrutas”.

Y como decimos, casi era una odisea el viajar en la Alsina a la capital, ésta venía con todos los elementos, dentro del variopinto escenario que era el habitáculo del familiar vehículo, había de todo; aquel paisano que se había puesto muy de “nuevo” para bajar a Graná, o aquel otro que se dirigía a que algún galeno revisara su estómago o parte del cuerpo que hace algunos días no le funcionaba y no podía vivir. O el corredor de tierras o ganado que venía de sus tratos hacer.

Los asientos colocados de tal manera… bueno… lo de asientos, aclararemos que más bien; los bancos de dos tres y cuatro plazas, estaban colocados de singular forma, que le daban al interior de la Alsina un aspecto de tertulia, taberna o lugar donde entablar amenas y divertidas conversaciones.

Se contaban chistes, se urdían indiscreciones y se cruzaban dichos con todos los presentes. Entre ellos había un personaje muy curioso de aquellos tiempos, que se caracterizaba por bajar a Granada muchos días a la semana. Eran las recoveras, mujeres estas que dedicaban su tiempo a una especie de extraño y raro negocio que de todo compraban de todo vendían y todo lo cambiaban. Especialmente eran los huevos de gallina, que eran transportados en grandes cestos llenos de paja para amortiguar los golpes.

De Benalúa de las Villas, salían todas las mañanas, hacia la ciudad, muchas docenas de huevos de gallina que las señoras recoveras se encargaban de ir por aquellas casas que sabían tenían gallinas de corral y hacían negocio con los mismos, ya que estos los usaban para efectuar toda clase de trueques y casi casi como monedas de cambio. Había casas que se costeaban con los huevos que cada día vendían o cambiaban a la fiel recovera.

Aún recuerdo su habilidad para contar los huevos. Los contaban “por manos”, en cada mano y a la vez tomaban tres huevos de hábil manera para que no se cayeran y ambas manos los dejaban en su cesto de paja, contando cada vez una mano, que eran las dos y entre ambas transportaban al cesto seis. Terminado el recuento, solo multiplicaban el número de manos por seis y sabían el número o las docenas. Pero no piensen que multiplicaban el número de manos por seis siguiendo las reglas de Pitágoras… ¡No! por desgracia apenas sabían leer y escribir y menos de números. Se valían de curiosas artimañas. Como “Las cuentas de la vieja”, para hacer las transacciones, que entonces se les decía las cuatro reglas: Sumar, restar, multiplicar y dividir.

Mujer mayor contando dinero

Ellas se servían de granos de habas o de judías o similares, para ir desplazando piezas de legumbres de un lado a otro creando montoncitos, quedando en uno de ellos el resultado.
Pero era más simple original y eficaz, al cien por cien, aquella otra forma de “apuntar” que hacían con una caña…sí, una caña de escoba: Cortaban un tubo de ella que tuviera a un lado el nudo, ese tubo lo dividían por dos partes iguales en su forma longitudinal y marcaban ambas partes con un signo o nombre, quedando una en poder de la recovera u otro cualquier vendedor, como tendero, panadero, etc. y la otra bajo la custodia del comprador, en este caso la que proporcionaba los huevos. Para apuntar por unidades de huevos o de pan u otra cualquier mercancía, cada uno de los participantes en la transacción aportaba su mitad de caña, las unían bien y en sus uniones y a la par hacían una hendidura con una navaja que quedaba marcada en ambas partes y habían de coincidir cada vez que al ajustar cuantas unieran las cañas y en esta manera hicieran recuento de ranuras. No hay error ni trampa ni engaño, la más mínima alteración de una de las partes de la caña, “cantaba” de inmediato la no simetría de ambas lo que denotaba alteración o error que a la vez denunciaba al dueño de la caña alterada. Eran analfabetos, según los tiempos, pero más listos y espabilados que las gentes de ahora, también por los tiempos; las circunstancias les obligan a “afinar” y les hacía más perspicaces.

El comienzo de las calculadoras tuvo su origen en estas señoras comerciantes y en sus cañas y legumbres, no sabían ni conocían nada de sistema binario, pero contando huevos se adelantaron al mundo de la informática.

He ahí los cimientos de lo virtual.

Su quehacer diario fue de mucha ayuda al desarrollo del pueblo, sí, muy despacio, por las formas y los medios, pero lograban que en la villa hubiera un cierto movimiento industrial que mantenía activo el comercio.

Era característica su forma de vestir y hasta de vivir. Solían vestir todas de negro, y ello porque casi todas eran viudas y habían cogido tal empleo, precisamente para ayudar a criar sus hijos y “llevar” su casa y viudas casi todas eran, culpa de la pasada contienda que España sufre. Pañuelo del mismo color a la cabeza y alpargatas de paño y con sus rústicos cestos de anea que muy bien sabían transportar; uno a la cadera y el mismo brazo que sujetaba esta, en su mano asido llevaba otro. Similar manera hacía con la mano contraria, acarreando tres grandes cestos llenos de paja y entre esta un montón de docenas de huevos que, al día siguiente, de mañana en la Alsina, llegarían a la ciudad.
Eran estas valientes mujeres, asiduas de la Alsina y personajes muy metidos en el ambiente pueblerino y divertido del bus. En sus charlas, comidillas y demás algarabías eran maestras.

Yo recuerdo con bastante clarividencia, a las, para mí, extrañas señoras que con sus cestos a cuestas y en sus caderas viajan, casi todos los días, a la capital. Y recuerdo a una en particular, que visitaba mi casa varias veces cada semana y hacía trueque con los huevos de nuestras gallinas, que eran muchas, hasta casi doscientas, las que mi madre criaba en el gran corral que mi casa tenía.

Esa escena “mercantil” era algo muy curioso para mí, que muy callado y atento participaba de aquel “movimiento” de compraventa que yo no entendía, pero por raras y extrañas circunstancias. A mí me atraía.

Y todo esto se daba, todo esto ocurría, en cualquier día del año que en la Alsina de antaño los Benaluenses bajaban de gestiones a la ciudad. De médicos, compra de alimentos o cualesquiera otra que necesitara algún paisano. Para lo que había de prepararse para vivir tan original aventura, muy parecida a la aquí narrada, y que cada día ocurría con el viaje de la Alsina a Granada.

Autobús de los años 50 (s. XX) circulando con gasógeno (véase la caldera de combustión en la parte posterior) 

Hubo tiempos en que viajar a la ciudad era una extraña circunstancia. Repleta de vivencias, ocurrencias y momentos que llenaba el tiempo por su tardanza, -hasta dos horas y media de camino-. Como también lo rellenaba el sainetesco ambiente vivido dentro del tal vehículo.

Pero he de terminar y en honor a la verdad, que para completar esta original historia de cualquier viaje a “Graná” en tan singular Alsina. -Nuestro bus de línea-. He de hacer constar y aunque mentira parezca, que en más de una ocasión hubo de arrancar y marchar con leña. – “gasógeno”. Otro día hablaremos de ello.

 

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Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Viaje a la ciudad , y III: Alfonso, Juan Martínez y las recoveras»»

  1. Francisco Avila

    Viaje a la ciudad Ill fácilmente podría ser la entrega IV V VI y algunas más en la vieja y cachorra Alsina donde viajábamos los catetos a la capital y la primera vez con la advertencia de que te iban tirar las cagarrutas pero qué en la capital también iban las cabras por sus calles hay divina ignorancia, mencion aparte eran las recoveras y recoveros que llevados por la necesidad llevaban sus canastas de mimbre escelentes huevos caseros mezclados con paja para qué mantuvieran intacta su integridad, la ALSINA utilizada por los que llevaban a los bares de los zorzales calzados furtivamente y que les generaban ganancias para apaliar las necesidades de la casa y que restaban todo el día en la capital porque sólo había ALSINA por la mañana a la capital y volvia por la noche como ya he dicho tu relato Gregorio escelente manera de mostrar a los lectores como se vivia en nuestro pueblo y como eran las gentes de entonces buen artículo.

    1. Gregorio Martín García

      Efectivamente amigo Paco, todo eso que tu cuentas y que con ello completas lo que yo hice tambien, era asi de cierto, y porque ahora las prisas no nos dejan pensar, pero tú, Paco, parate piensa y veras que a nosotros que lo vivimos nos parece algo tan disparatado que ahora creemos desde esta apostronada vida que eso nunca se pudo dar…y se dió. ¿Verdad que verdad fué?…¡lo fue! y ¿Bello?…Bello, tambien.
      Un saludo

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